lunes, 12 de junio de 2017

ROJO: CAPITULO 4





Pedro se volvió para entrar de nuevo en el cuarto de baño, cerrando la puerta tras él y dejando a Paula con la boca abierta. El repentino calor que había sentido antes había sido rápidamente reemplazado por un sudor frío.


¿Nuestra habitación?


¿Pedro esperaba que se acostase con él? Atónita, se dejó caer sobre la cama un segundo porque le fallaban las piernas... y se levantó de un salto al darse cuenta de dónde estaba. Aquello tenía que ser un error. Ella no pensaba acostarse con su jefe, eso no era parte del acuerdo... ella nunca firmaría un acuerdo así.


Angustiada, volvió a entrar en el vestidor y, tomando su bolsa de viaje, salió al pasillo y abrió la puerta de otro dormitorio. Miró alrededor rápidamente, pero no había ni rastro de otras pertenencias... y tampoco en las otras dos habitaciones. ¿Estaba sola en la residencia principal... con Pedro?


El había dicho que estaban dando un paseo antes de la cena, no que se alojasen allí con ellos, de modo que debían estar en alguna otra de las casas. Paula había pensado que estarían todos en el mismo sitio pero, evidentemente, estaba equivocada. Pedro había reservado una villa para cada pareja.


Pero ellos no eran una pareja...


Pedro Alfonso esperaba que lo fuera ese fin de semana, estaba claro. ¿Qué habrían pensado los otros?, se preguntó. 


¿Creerían que Pedro y ella eran amantes?


Paula se quedó parada en la última habitación, la más alejada del dormitorio de Pedro, la que había creído era suya, pero que Pedro Alfonso iba a disfrutar en completa soledad.


Cerró la puerta con manos temblorosas, colgó su ropa en el armario, con la excepción de lo que iba a ponerse esa noche, y guardó su ropa interior en uno de los cajones.


Se sintió un poco más fresca después de darse una ducha y, mientras se ponía un pantalón de color verde y la túnica a juego que había comprado, sintió que su presión arterial volvía a la normalidad. Más o menos.


La caída de la túnica y el brillo de la tela dejaban claro que era una prenda de calidad. Sí, había usado la tarjeta de Pedro Alfonso. Era lo que él le había pedido, se dijo a sí misma, sintiéndose sin embargo culpable.


Aceptando esa ropa, y el dinero que le había ofrecido por el fin de semana, ¿qué más había aceptado?, se preguntó.


Paula sacudió la cabeza. Era absurdo, pensó, mientras se cepillaba el pelo. No podía esperar nada de ella. Pedro simplemente era su jefe, nunca había sido nada más.


Cuando terminó de maquillarse se miró al espejo, nerviosa. 


¿Habría salido él del dormitorio?


Una rápida mirada al reloj que había sobre la mesilla le confirmó que era casi la hora de reunirse con los invitados. Desde la ventana de la habitación podía ver la piscina y el porche que la rodeaba... y sí, allí estaba su jefe con el señor y la señora Pesek, frente a la barra del bar.


Después de mirarse al espejo por última vez, Paula salió de la habitación para reunirse con los invitados en el amplio porche de la residencia. Y se alegró al ver que el señor y la señora Schuster también habían llegado.


Cuanta más gente hubiera, mejor, pensó.


A pesar de que Pedro lanzaba sobre ella alguna mirada penetrante cuando intervenía en la conversación, la noche transcurrió sin incidentes.


De hecho, fue más agradable que el viaje. Había un ambiente más relajado entre los hombres, como si al haber llegado a un acuerdo sobre el contrato por fin pudieran portarse de manera abiertamente amistosa.


Había velas flotando en la piscina y otras muchas en el porche de madera.


La profusión de luces doradas mientras el sol se escondía en el horizonte le daba a aquel sitio un toque romántico, encantador, notó Paula mientras saboreaban unas deliciosa nécoras y bebían champán.


Casi podía creer que aquél era su sitio, pensó mientras los camareros se llevaban los platos y aparecían después con una bandeja de postres.


Cuando terminaron de tomar la mousse de chocolate experimentó un delicioso letargo, pero al ver que los Schuster y los Pesek se levantaban, todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se pusieron en alerta.


Después de despedirse, Pedro cerró la puerta de la residencia y Paula se dirigió hacia el pasillo.


‐¿Tienes prisa? ‐le preguntó él.


Paula vaciló un segundo antes de darse la vuelta. Pero cuando lo hizo Pedro ya estaba a su lado.


‐Es tarde y mañana hay mucho que hacer.


‐Sí, eso es cierto. Pero dime, ¿por qué has sacado tus cosas de la habitación?


‐¡Tú sabes perfectamente por qué he sacado mis cosas de la habitación! ‐ replicó ella, airada‐. Acepté pasar el fin de semana contigo y con tus clientes como acompañante... por la empresa Alfonso. Nunca acepté nada más.


‐Y, sin embargo, pasas muchas noches con Ling. ¿Qué ocurre, es que no te he ofrecido suficiente? ¿No te ha gustado lo que has visto?


Paula tuvo que apretar los puños para no hacer lo que estaba tentada de hacer.


Pero Pedro levantó una mano para trazar su mejilla con un dedo.


‐¿Y bien?


Ella dio un paso atrás, apartándose del contacto antes de que pudiera sucumbir a la tentación.


‐Esto es ridículo.


‐¿Tú crees? ‐sonrió Pedro, dando un paso adelante para tomada por la cintura‐o ¿No te das cuenta de lo que me haces, Paula? ¿Esto te parece ridículo?


Algo duro rozaba su estómago y lo peor de todo era que le gustaba. Un extraño calor se apoderó de ella... le pesaban los párpados y tuvo que apoyarse ligeramente en su hombro. 


Pero al ver un brillo de triunfo en sus ojos se apartó de golpe.


‐¡Buenas noches!


‐Buenas noches, Paula. Espero que tú puedas dormir bien, porque te aseguro que yo no voy a ser capaz.


Paula se apoyó en la pared, sin fuerzas, mientras lo veía salir de la habitación. Había estado a punto de capitular y él lo sabía.


Se sentía como un ratoncillo atormentado por un gato que había decidido no jugar más por el momento. ¿Qué iba a hacer cuando ese gato estuviera hambriento de verdad?






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