sábado, 17 de junio de 2017

ROJO: EPILOGO




Paula sostenía el ramo de flores con manos temblorosas. El cielo de octubre había amanecido claro, sin nubes, y el jardín, más bonito que nunca gracias a su abuelo, estaba lleno de invitados. Aquel día iba a empezar nueva vida... y no podía sentirse más feliz o más llena de promesas.


Apartando la cortina de encaje de la ventana, Paula vio que su abuelo se acercaba a Pedro para llevarlo aparte y vio que Pedro inclinaba a un lado la cabeza, escuchando atentamente. Paula contuvo el aliento cuando Hugo sacó un sobre del bolsillo del esmoquin y respiró de nuevo cuando Pedro lo aceptó y abrazó al anciano en un gesto que lo decía todo.


Si era posible, amaba a su prometido más que nunca en aquel momento.


Pedro entendía que Hugo era un hombre orgulloso y, aceptando el sobre, le había devuelto su orgullo.


Aquel día su abuelo le había devuelto el dinero de la casa y, por fin, podía decir que era suya de nuevo. Habían sido cinco largos y difíciles meses, pero después de aceptar que necesitaba ayuda profesional, su abuelo por fin parecía haber controlado su adicción al juego.


Incluso aceptó ser el portavoz de una asociación nacional para prevenir los daños que causaba esa adicción, de modo que había tenido que hacer público su problema. Pero todo había merecido la pena.


Paula sabía que seguía siendo vulnerable a los encantos del casino y a la emoción de las apuestas, pero también sabía que con el apoyo de su ahora extensa familia y el respeto que se había ganado por su lucha para recuperar el control de su vida, Hugo estaba en el buen camino.


Entonces vio a Pedro estrechando la mano del profesor Woodley, uno de sus antiguos profesores del colegio Ashurst, que parecía tan orgulloso como si fuera su padre. El corazón de Paula dio un salto cuando Pedro se colocó bajo el baldaquín de flores, flanqueado por sus dos mejores amigos, Draco Sandrelli, cuya embarazada esposa, Blair, estaba sentada en la primera fila y Buno Colby, su primo, que sólo tenía ojos para su mujer, Amira.


Que Draco y Blair asistieran a la boda había sido una inesperada y encantadora sorpresa. Iban a tener el niño en Toscana, en la casa familiar de los Sandrelli, pero habían ido a Auckland para que Draco pudiese estar al lado de su amigo en el día más importante de su vida.


¿Quién hubiera pensado que los tres amigos iban a estar casados en el plazo de un año?


Paula sonrió para sí misma. Las revistas del corazón tendrían que buscar otros solteros a los que fotografiar.


‐¿Estás lista? ‐oyó la voz de su abuelo, que había entrado en al habitación para tomarla del brazo.


‐Definitivamente ‐sonrió ella.


‐Estoy muy orgulloso de ti, hija ‐dijo Hugo, con los ojos empañados‐. Y sé que tus padres también estarían orgullosos.


‐Gracias, abuelo ‐Paula se inclinó para darle un beso en la mejilla‐. Creo que es justo decir que el sentimiento es mutuo.


No había sido fácil para ninguno de los dos, pero Hugo había salido reforzado. Y más querido que antes.


Juntos salieron al porche y su corazón dio un salto cuando sus ojos se encontraron con los de Pedro.


Pedro Alfonso era el hombre de sus sueños, su vida entera, y estaba deseando casarse con él delante de los amigos y la familia.


Paula sonrió, sólo para él, mientras se a acercaba por el camino cubierto de pétalos de rosa. Estaba emocionada, anticipando su reacción cuando le diese la noticia que guardaba.


Su abuelo la dejó bajo el baldaquín de flores, a su lado, y Paula le dijo al oído:
‐Enhorabuena.


‐¿Por tener el buen juicio de casarme contigo? ‐sonrió Pedro.


-Bueno, también. Pero no es eso ‐dijo ella, mirándolo a los ojos‐. Vas a ser papá.


El la miró, sorprendido durante una décima de segundo. Y luego, con una expresión de intensa alegría, la tomó entre sus brazos para besarla.


‐¡Un momento, primo! ‐intervino Bruno, riendo‐. Se supone que no debes hacer eso hasta después de la ceremonia.


Pedro no apartó los ojos de Paula mientras contestaba:
‐Algunas cosas no pueden esperar.


La ceremonia fue muy sencilla, unas cuantas palabras bien elegidas que los unían para siempre. Pero cuando Paula apretó la mano de su flamante marido y giró la cabeza hacia el grupo de invitados supo que las palabras no importaban tanto como la promesa que había hecho en su corazón de amado para siempre y saber que él la amaba de la misma forma.



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