martes, 6 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 12





De repente, tenía al alcance de la mano todo lo que había creído perdido.


El placer se apoderó de ella como una ola de burbujeante gozo. Le recorrió el cuerpo. No era amor, dado que no podía estar enamorada de él. Pasión. Lujuria. Atracción sexual. 


Todo esto lo podía aceptar, pero el amor no. Haría todo lo que estuviera en su mano para evitar que se formara un vínculo emocional con un hombre que se pasaba la vida suprimiendo los suyos. No podría enfrentarse a la desesperación y la desilusión una vez más.


La boca de Pedro se deslizó por la de ella y profundizó el beso.


¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía Pedro despertar una reacción tal en ella? Paula separó los labios para permitir aquella deliciosa invasión. Pedro era un hombre de lógica y control, pero ella sintió el momento exacto en el que el control se hizo añicos. La tocaba, la besaba y movía su cuerpo contra el de ella con un ritmo que los dos habían perfeccionado la última noche que pasaron juntos. A pesar del tiempo transcurrido, podría haber ocurrido la noche anterior, dado que los movimientos eran tan familiares como excitantes. Paula no tuvo más remedio que rendirse al poder de los primarios sentimientos que se despertaban entre ellos cuando estaban juntos.


Pedro le enmarcó el rostro entre las manos y la obligó a inclinar la cabeza para que pudiera explorarle más profundamente la boca. Paula se perdió en el beso mientras que la dulzura de los recuerdos se deslizaba por encima de ella, evocando, por ejemplo, la última noche que estuvieron juntos, cuando él la había poseído incontables veces, siendo la última de una ternura y una dulzura casi insoportable. Ella sospechaba que había sido entonces cuando concibió a Noelia, porque la pasión les había hecho que se olvidaran de un cajón repleto de anticonceptivos. En ese momento, Pedro la había marcado para siempre en el corazón, en el cuerpo y en el alma.


No… No… ¡No! ¿Cómo podía ser tan tonta?


Se apartó de él y puso la mesa de por medio. Había acudido allí con la certeza de que podría mantener a raya a Pedro y había terminado en sus brazos a la primera de cambio. 


Lanzó una maldición en silencio y agarró su botella de agua para darle un largo trago mientras trataba de serenarse.


—Cuando dijiste que querías que Noelia y yo viviéramos aquí y que harías lo que fuera para conseguir que eso ocurriera…


—Siempre he visto que el refuerzo positivo funciona mejor.


—¿Serías capaz de chantajearme para que viviera contigo, Pedro? —preguntó mientras volvía a tapar la botella—. O tal vez ese beso ha sido parte de tu refuerzo positivo.


—Ojalá funcionara. Si no, ¿qué puedo ofrecerte para convencerte de que hagas lo que yo te pido?


—¿Te das cuenta de que suenas como un ordenador cuando te pones tenso? El chantaje no te va a funcionar, Pedro. Ni tampoco los besos.


—¿Y qué podría funcionar?


Paula se acercó a la ventana y observó las contraventanas.


—¿Hay alguna manera de abrir esto?


—Ordenador, abre ventana en la cocina. Estación 1 A.


Se escuchó un suave rumor y poco a poco las contraventanas comenzaron a abrirse. Aquel lado de la casa daba a un hermoso valle que debía de ser maravilloso en la primavera. En aquellos momentos, ofrecía un aspecto duro y pétreo.


Aquella imagen le hizo darse cuenta de que no había sido del todo sincera con Pedro sobre las razones que la habían llevado a localizarlo. En gran parte, había sido por su hija Noelia, pero había otra, una que le había ocultado, que le costaba admitir. Desde la noche que habían pasado juntos, ella había sido incapaz de pintar. Lo había intentado en incontables ocasiones, sin éxito. Parecía que su chispa creativa, el talento que se le había otorgado, se había evaporado como si jamás hubiera existido. Este hecho la había llevado a tomar medidas extremas, como el hecho de permitir que Julia utilizara todos los medios a su alcance para encontrar el paradero de Pedro con la esperanza de enmendar algo que, evidentemente, se había estropeado tanto para Noelia como para ella misma.


Pedro le había pedido que se quedara y ella quería hacerlo. 


Quería formar parte de su mundo y descubrir si podrían recapturar parte de la magia que habían compartido en el pasado. ¿Por qué dudaba cuando era eso precisamente lo que Pedro le estaba ofreciendo?


Porque no era amor lo que le ofrecía.


Era una pena. Podía mudarse allí para ver qué pasaba o podía compartir la custodia de Noelia.


—Nada de chantajes, Pedro. Además, no puedo comprometerme a vivir contigo permanentemente, pero estoy dispuesta a venir de visita como invitada tuya. Podemos probar unos meses para ver cómo funciona. Más o menos lo que tú querías con tu programa de ayudante-esposa. ¿Te parece?


—Por el momento. Sin embargo, yo no esperaría demasiado. El invierno se echa encima.


—No creo que yo tardara más de una semana en organizarme. ¿Hay espacio suficiente para todos?


—Esta casa tiene una docena de dormitorios. Los prepararé todos para que puedas elegir el que más te guste.


—¿Y Pascual? ¿Cómo se sentirá él ante la idea de tener visitantes?


—Él tiene su propia parte de la casa, por lo que, mientras no te entrometas, estará bien.


Paula asintió.


—En ese caso, nos veremos dentro de una semana —dijo.
Con eso, se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Se detuvo en el último momento. En ese instante, aceptó una tremenda verdad.


—Nuestras vidas jamás volverán a ser las mismas. Todo cambió hace veinte meses y ya no hay vuelta atrás, ¿verdad? Para ninguno de los dos.


Sin mirar hacia atrás, ella se marchó.


Pedro se quedó inmóvil mientras la casa quedaba sumida en un absoluto silencio. Regresó el ambiente frío, el aire hostil. 


Siempre había sido su casa, pero jamás había sido un hogar.


—Tienes razón. Ya no hay vuelta atrás —susurró—, pero de lo que no te das cuenta es de que yo no quiero volver atrás. Ya no puedo volver a vivir así.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario