lunes, 5 de junio de 2017
LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 11
Pedro siempre se había considerado un hombre muy racional. Inteligente. Sensato. Tranquilo. Un hombre que controlaba sus emociones. Sin embargo, aquellas sencillas tres palabras le acababan de descubrir lo equivocado que estaba.
—¿Cómo…?
—¿Que cómo se llama? Noelia.
—¿Cuándo…?
—¿Que cuándo nació? Hace exactamente once meses y un puñado de días. La mañana de Navidad para ser exactos. Si quieres que te especifique más, registraron el momento preciso de su alumbramiento en el certificado de nacimiento. Haré que te manden una copia.
—¿Cómo…?
—¿Cómo sé que tú eres el padre? Porque tú eres el único hombre con el que me he acostado en los tres últimos años. Sin duda, querrás una prueba de ADN, a lo que no me opongo. Pensaba que deberías saber lo de Noelia, por lo que me he pasado el último año y medio tratando de localizarte sin conseguirlo. Pero eso, dado que tú recibiste todas mis cartas, ya lo sabes. ¿Estás escuchando, Pascual?
—Sí… —susurró la voz del tío.
—Ya me parecía. Noto el parecido familiar. A Julia solo le costó unas pocas semanas encontraros. Creo que eso significa que mi experto en ordenadores es mejor que el tuyo. Ahora, ¿qué era lo que decías sobre lo de retenerme aquí?
—¡Maldita sea tu sombra!
Paula se plantó las manos en las caderas.
—Espero que no utilices esa clase de palabras delante de nuestra hija. Habla mucho para ser tan pequeña y trata de repetir todo lo que se le dice.
—La quiero. Os quiero a las dos.
Paula levantó la barbilla y lo contempló con gesto desafiante, lleno de furia femenina.
—No creo que me merezcas. Y estoy segura de que no te mereces a Noelia.
—Si eso es lo que crees, ¿por qué estás aquí?
—Te merecías saber que tienes una hija. Ahora que ya lo sabes, no tengo nada más que hacer aquí.
Pedro estaba seguro de que ella le estaba ocultando algo.
—Hay más que eso, ¿verdad? —le preguntó. Sin embargo, estaba seguro de que ella no tenía intención de explicarse a sí misma—. No importa. Considerando lo celoso que yo soy de mi propia intimidad, no pienso entrometerme en la tuya.
—Gracias.
—Pero si puedo ayudar, lo haré —dijo. Se sorprendió al decir aquellas palabras, dado que no había tenido intención alguna de decirlas.
Paula estudió su rostro durante un largo instante. Entonces, asintió.
—Gracias. Te lo agradezco.
Tanto si se había dado cuenta como si no, el anuncio de Paula le había dado la oportunidad perfecta de conseguir los objetivos que se había propuesto hacía más de dos años: crear una familia. Tener alguien en la vida a quien él le importara. Aunque Paula no cumpliera las condiciones para convertirse en su ayudante ni en la perfecta esposa, tenía potencial para encajar en muchos de los parámetros.
Diablos. Él estaba dispuesto incluso a alterar su estilo de vida para amoldarse a lo que ella requiriera como esposo.
Además, estaba Noelia. Le costaba respirar al pensar en su hija. Una hija. ¡Tenía una hija! Era sorprendente pensar en cómo un hecho tan sencillo había cambiado el modo en el que procesaba la información. Descubrió que la quería, incluso sin conocerla. Las quería y las necesitaba a ambas de un modo que encontraba inexplicable. Costara lo que costar, le daría a Paula lo que le pidiera para tener a su familia a su lado.
Se dirigió a la mesa y sacó una silla.
—Sentémonos para hablar de esto.
¿Cuántas ayudantes/esposas había entrevistado desde la noche que pasaron juntos? ¿Cuántas veces había trabajado Pascual es su programa informático en un esfuerzo de encontrar a la mujer perfecta? ¿Cuántos fallos había habido?
Y todo porque ninguna de las candidatas era Paula. Por fin lo había comprendido. Por supuesto, encajaban perfectamente con sus requerimientos. Eran ingenieras, inteligentes, racionales y sensatas. Algunas eran incluso más atractivas que Paula, aunque, por alguna razón inexplicable, su belleza lo dejaba frío. Para ser justo, ninguna de ellas revelaba maldad alguna, pero no habría dicho que eran amables. Tal vez la falta de profundidad emocional evitaba que ellas exhibieran las cualidades que Paula poseía tan abundantemente.
Fuera como fuera, su búsqueda había tenido como resultado una única candidata… Paula. En aquel momento tenía la oportunidad de moldear a la mujer que quería para convertirla en la perfecta esposa.
—Pensaba que íbamos a hablar —le dijo ella con otra de sus irresistibles sonrisas.
—Hablar es lo fácil.
—¿Y cuál es la parte menos fácil? —le preguntó ella.
—No sé cocinar ni Pascual tampoco.
—Tal vez eso explica la falta de electrodomésticos.
—En el armario que hay a mis espaldas, hay un frigorífico y un congelador completamente equipados —comentó él mientras tomaba asiento—. También hago que venga una persona una vez por semana para que nos prepare la comida, por lo que puedes tachar eso de tu lista.
—No sabía que tuviera una lista —comentó ella frunciendo el ceño.
—Te la estoy haciendo yo.
Paula entornó los ojos.
—¿Y por qué ibas a hacer eso? ¿Y por qué iba a importar que sepas o no cocinar o si tienes a alguien que te prepare las comidas? Eso no tiene nada que ver conmigo.
Se acercaba el momento de decirle la parte más dura. No había razón para retrasar lo inevitable. Era mejor ir al grano.
—Tiene que ver mucho contigo porque quiero que Noelia y tú os mudéis aquí con nosotros. Estoy dispuesto a hacer lo que sea para conseguirlo.
Ella comenzó a negar con la cabeza antes de que él terminara de hablar.
—Olvídalo, Pedro. No me interesa tenerte en mi vida del mismo modo que a ti no te interesa tenerme en la tuya.
Pedro levantó una ceja.
—¿Preferirías compartir la custodia de Noelia?
—¿Cómo has dicho?
—Tú has dicho que es mi hija. Ahora que yo conozco su existencia, estoy dispuesto a ejercer de padre para ella. Solo hay dos maneras en las que eso podría salir bien. O vivimos juntos o llevamos a la niña de allá para acá entre tu casa y la mía. A mí me parece que en interés de la niña es mejor que vivamos todos juntos.
Paula miró a su alrededor. A pesar del equipamiento de última generación todo tenía un aspecto frío. Vacío. Oscuro, incluso con unas luces tan potentes.
—¿Quieres que vivamos aquí, en medio de ninguna parte? —le preguntó ella con incredulidad—. ¿Qué vida es esa para una niña?
—Podemos solucionar algunas de tus objeciones —replicó él—. Hay razones por las que prefiero vivir en medio de ninguna parte.
—¿Cómo cuáles?
—¿Pascual? Permiso, por favor.
Se produjo un momentáneo silencio.
—Cuéntaselo.
—Mi tío tiene un desorden de ansiedad social. Es una de las razones por las que me dejaron en acogida después de la muerte de mis padres. Los tribunales no consideraron que Pascual fuera un tutor adecuado para mí.
La compasión se reflejó en el rostro de Paula. Pedro comprendió que era una parte innata de su carácter.
—¿Agorafobia?
—Seguramente es una parte del problema. En realidad, tiene problemas para relacionarse con las personas.
—Vaya… Yo tengo ese mismo problema… con ciertas personas.
Pedro admitió la broma con una fría sonrisa.
—Él necesita aislamiento y yo valoro mi intimidad. Cuando cumplí los dieciocho años y no tuve ningún lugar al que ir, mi tío me abrió su casa aunque le costó mucho. Desde entonces, ha funcionado para nosotros. O, más bien, funcionaba.
—¿Debería yo asumir que algo ha cambiado?
Había llegado el momento de ser sincero con ella.
Totalmente sincero.
—Sí. Cambió hace un par de años.
—¿Qué ocurrió hace un par de años?
De repente, el rostro de Paula reflejó que lo había entendido todo perfectamente. Una profunda compasión se reflejó en su mirada.
—Oh, Pedro. El accidente de coche…
—Sí. Me hizo darme cuenta de que lo que tenía no era suficiente.
—¿Y?
Pedro eligió sus palabras con cuidado. Se sentía como si hubiera entrado en un campo de minas.
—Le pedí a Pascual que modificara un programa que él había comercializado hacía unos años. Yo le di una serie de parámetros en los que se combinaban cualidades que eran importantes para mí, con características que podrían ser compatibles también con mi tío.
—No entiendo nada.
—Él me pidió que le encontrara una esposa —intervino Pascual—. Una esposa que nos gustara a los dos.
Pedro se enfado
—Lo estoy contando yo.
—Y yo estoy completando las partes que tú pasas por alto.
—Iba a hacerlo. Solo quería que todo tuviera un orden lógico.
Pascual soltó un bufido.
—Sí, claro.
Pedro había tenido más que suficiente.
—Ordenador, cierra el circuito de la cocina y mantelo cerrado hasta que yo diga lo contrario.
—No. Quiero oír…
La voz de Pascual se cortó a mitad de la frase. Pedro respiró profundamente.
—Ahora, ¿dónde estaba?
—Creo que me estabas explicando cómo utilizaste un programa de ordenador para encontrar una esposa —comentó ella con cierta sorna.
—En su momento, tenía todo el sentido del mundo.
—Claro.
—El Programa Pascual ha tenido mucho éxito a la hora de elegir el empleado perfecto para un puesto de trabajo. Como yo quería unos requerimientos bastante específicos para elegir esposa, Pascual tuvo que alterar los parámetros.
—¿De qué clase de requerimientos y de parámetros estamos hablando?
—Eso no importa…
Desgraciadamente, ella no parecía estar dispuesta a abandonar ese camino.
—En la conferencia de ingenieros estabas buscando esposa, ¿verdad? Por eso te enfadaste tanto cuando descubriste que yo no era ingeniera.
—Es muy posible —admitió.
Ella se inclinó hacia delante y lo miró con extremada intensidad.
—¿Me estás diciendo que Pascual diseñó un programa de ordenador que te ayudara a encontrar la esposa perfecta y que se suponía que ella debía estar en aquella conferencia?
Maldita sea.
—Sí.
—¿De verdad vas a admitir que tú pensaste que podrías entrar en aquella conferencia, examinar las mujeres que el programa de tu tío había seleccionado y convencer a una de ellas para que se casara contigo?
Pedro apretó los dientes.
—Los ingenieros somos personas muy lógicas. Las mujeres implicadas se habrían dado cuenta de que éramos la pareja perfecta.
Paula se quedó boquiabierta.
—¿Y habrían accedido a casarse contigo allí mismo?
—Eso habría sido lo deseable, aunque no lo más posible.
—¿Tú crees?
—Sí, pero Pascual me sugirió otra manera de conseguirlo.
—Ay, esto lo tengo que escuchar.
—Me sugirió que ofreciera a la candidata perfecta el puesto de mi ayudante. Eso nos daría la oportunidad de conocernos mejor antes de contraer matrimonio. También me ayudaría a mí a determinar si era aceptable para Pascual.
—Vaya… No es un plan tan malo. Explícame una cosa. De eso hace casi dos años. ¿Por qué no tienes ya una ayudante-esposa?
—Parece ser que el programa de ordenador tenía un fallo.
—No me digas.
—Sí. Ahora me he dado cuenta de que hay ciertas cualidades que no se pueden adaptar a un programa de ordenador.
—Vaya. ¡A quién se le hubiera ocurrido pensar algo así! Tú dirás. ¿De qué clase de cualidades indefinibles estamos hablando?
Pedro lo había pensado mucho a lo largo de los meses posteriores y había llegado a una única conclusión.
—Creo que debe haber sido química en naturaleza y, por lo tanto, extremadamente difícil de cuantificar.
—En cristiano, por favor.
Pedro se puso de pie para darse un respiro.
—Yo no quería a ninguna de ellas. Te quería a ti —dijo sinceramente—. No es lógico y yo no puedo explicarlo, pero es así.
Paula sacudió la cabeza y, para sorpresa de Pedro, los ojos se le llenaron de lágrimas.
—No, Pedro. No puedo volver a pasar por eso, y mucho menos cuando sé lo que verdaderamente sientes por mí. Que aún me crees responsable por haber perdido tu beca y por haber sido enviado a una casa de acogida horrible.
Él apoyó la cadera contra la encimera y se cruzó de brazos.
—¿La verdad?
—¿Me va a doler?
—No lo creo.
—Es ese caso, supongo que puedo afrontarlo.
—Hace seis meses, tres días, veintidós horas y nueve minutos llegué a una conclusión.
—¿Y qué conclusión es ésa?
—Que incluso aunque hubiera sabido antes de hacer el amor contigo que iba a perder la beca, no creo que hubiera podido resistirme. Lo habría intentado por tu edad, pero, para ser sincero contigo, a los diecisiete años yo carecía de la madurez para tomar decisiones basada en el intelecto en vez de en los imperativos hormonales.
—¿Significa eso que me perdonas?
—No sería racional seguir guardándote rencor. Aunque ya no siento ira asociada con lo que ocurrió, sigo poseyendo un cierto nivel de resentimiento. Sin embargo, considerando que mi éxito en el campo de la robótica no se ha visto afectado negativamente por los acontecimientos, incluso el resentimiento es una respuesta poco razonable.
—Así es.
—También he decidido que no sé si nuestra relación tuvo un impacto negativo en tu vida. ¿Fue así?
—Sí.
Pedro frunció el ceño.
—¿Cómo? No te quedarías embarazada, ¿verdad?
—No, nada de eso. Me dolió porque te marchaste sin decirme una sola palabra. Por supuesto, ahora comprendo el porqué. Sin embargo, en su momento me rompió el corazón —susurró—. Te eché tanto de menos…
Un extraño sentimiento se apoderó de él, un anhelo combinado con un dolor casi olvidado.
—Yo también te eché de menos —confesó—. No quería, dado que te culpaba de lo que había ocurrido, pero fuiste la primera amiga de verdad que tuve nunca.
—Pedro…
Paula se levantó de la silla y se arrojó a sus brazos. En aquel instante, Pedro comprendió que había cometido un serio error de cálculo. Fuera lo que fuera lo que habían experimentado todos esos meses atrás, no se había disipado tal y como él había anticipado. Más bien, el anhelo se había hecho aún más grande. Podría no ser lógico, pero era una incuestionable verdad. Por lo tanto, tomó la única medida que le pareció razonable.
La besó.
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