martes, 6 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 13





Paula apretó los dientes y trató de evitar otro bache más. Si terminaba quedándose con Pedro allí durante algún tiempo, iba a tener que hablar con él sobre aquella carretera.


—Ya casi hemos llegado —exclamó Julia, muy emocionada—. Solo faltan dos kilómetros y cien metros y seguro que lo vemos.


—¿Vemos? —repitió Noelia, a pesar de que pronunciaba la uve más bien como una efe.


—Estamos rodeadas —le dijo a Angie, su ama de llaves—. Es mejor que te vayas acostumbrando. Hay algo peor y estás a punto de conocerlo.


—Estoy segura de que podré soportarlo —dijo la tranquila Angie.


Años atrás, Angie había sido maestra de infantil. Se había jubilado antes de la edad debida para cuidar a su esposo durante una larga enfermedad. Desgraciadamente, cuando él murió, descubrió que todos sus ahorros se habían esfumado, por lo que no le había quedado más remedio que volver a trabajar. Este momento coincidió con el nacimiento de Noelia y la decisión de Paula de que necesitaba ayuda con la cocina y con el mantenimiento general de la casa, en especial después de acoger a Julia. Contrató a Angie sin dudarlo. Afortunadamente, habían congeniado muy bien y habían constituido una pequeña familia que a Pedro no le quedaría más remedio que aceptar si quería que se quedaran en Colorado.


—¿Estás segura de que al señor Alfonso no le importará que nos hayas traído a todas? —le preguntó Angie con un cierto nerviosismo.


—Las cuatro somos una familia. Eso significa que vamos todas juntas. No te preocupes. Pedro estará encantado.


—No me puedo creer que esté a punto de conocer al hombre que hay detrás de Sinjin —dijo la muchacha.


—¿Finfin?


—Es tu papá, pelirroja.


—Papá…


La pequeña pronunció la palabra con claridad cristalina. Por alguna razón, este hecho hizo que Paula se estremeciera. 


Angie la miró con comprensión.


—Estoy segura de que será un padre fantástico.


—No hay duda de que Noelia lo necesita. Dios sabe que yo no puedo satisfacer todas sus necesidades.


—Ningún padre puede darle a su hijo todo lo que necesita. No es posible —afirmó Angie—. Si tienes suerte, se puede cubrir la mayor parte de las necesidades entre los dos y esperar que familiares, amigos y profesores se ocupen del resto. Solo quererles es más que suficiente.


¿Sería Pedro capaz de amar? ¿Estaba programado en su disco duro? Solo el tiempo lo diría.


Cuando por fin llegaron frente a la casa, apagó el motor y dijo:
—Está bien. Ya hemos llegado. Que todo el mundo tome algo y vayamos dentro.


Subieron los escalones y Paula empujó suavemente la puerta. Se sintió aliviada al ver que se abría sin esfuerzo.


—¿Veis? —preguntó con tranquilizadora sonrisa—. Vayamos a la cocina y busquemos algo de beber mientras esperamos a Pedro.


No tardó mucho. Un minuto más tarde, él entró en la cocina. 


Observó al grupo. Una mirada advirtió a Paula que no estaba muy contento con la llegada de los invitados que no esperaba. Entonces, durante un doloroso momento, miró a su hija. Paula sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas ante el intenso anhelo que se adivinaba en la expresión de su hermoso rostro. De repente, él bajó los ojos y se dio la vuelta. Paula sospechó que no le había quedado más remedio para no perder el control.


—Dijiste una semana —gruñó—. Han pasado diez días, tres horas y catorce minutos.


—Lo siento. He tardado más de lo que esperaba en organizar a todo el mundo. Te mandé un correo con el cambio de fechas —dijo.


—¿Tienes un momento?


—Esperadme aquí —comentó—. Hay bebidas en el frigorífico, si es que podéis descubrir dónde está escondido.


Pedro impidió que Paula siguiera dando instrucciones. La agarró del brazo y la sacó de la cocina. Regresaron a la puerta principal y continuaron en la dirección opuesta hasta llegar a un enorme despacho que tenía una espectacular vista de las Rocosas. La estancia tenía el mismo aire de abandono que las anteriores, pero al menos tenía las contraventanas abiertas.


Allí, Pedro comenzó a pasear de arriba abajo. Tenía aquella extraña esfera con la que le había visto en varias ocasiones. No hacía más que girarla y girarla para crear diferentes formas.


—Está bien. Tú dirás.


—¿Qué es lo que quieres que te diga? —le preguntó ella. 


Como si no lo supiera.


Pedro la observó con la mirada entornada.


—Lo sabes muy bien, Paula. ¿Quién diablos son esas personas?




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