lunes, 19 de junio de 2017

EL SECRETO: CAPITULO 4



En ese breve intervalo de tiempo había imaginado una docena de tragedias.


‐¿Qué le ha pasado a Paula? ‐preguntó de inmediato.


‐Creemos que se trata de encefalitis ‐contestó el médico sin rodeos.


‐Encefalitis ‐repitió Pedro, que no estaba seguro de que hubiera entendido bien al doctor, debido a los problemas en la línea.


‐Se trata de una infección vírica. Es una enfermedad muy poco común en Argentina y eso ha dificultado el diagnóstico. Tu esposa ha estado muy enferma, pero creemos que ya está fuera de peligro... ‐¿Fuera de peligro? ¿Ha sido tan grave? ‐La encefalitis puede ser mortal —aseguró tras una breve pausa.


‐¿Ha estado muy grave? ‐insistió Pedro, amenazante.


El doctor no contestó. Pedro cerró los ojos y sacudió la cabeza, incrédulo.


Nadie se lo había dicho. Nadie lo había llamado. Volvió a sentirse como un intruso y eso le dolió en el alma. Quizá se hubiera casado con Paula, pero su familia nunca lo había aceptado.


Apenas habían tolerado su presencia y, tan pronto como supieron que Paula quería separarse, hicieron todo lo que estuvo en sus manos para acelerar el proceso de divorcio.


Era lógico que su matrimonio no hubiera durado mucho. 


Todo había estado en su contra, desde el principio. 


‐Es una enfermedad que no tiene un diagnóstico sencillo ‐el médico se aclaró la garganta‐. Empieza como un simple resfriado y se propaga muy deprisa. Tuvimos que hacerle una punción lumbar. Un escáner y una resonancia magnética...


‐¡Por el amor de Dios! ‐interrumpió Pedro, que apenas creía que hubieran realizado todas esas pruebas sin decírselo‐. ¿Cuándo pensabais decirme que mi esposa estaba al borde de la muerte? ¿Ibais a avisarme para el funeral?


—Ya ha salido del coma.


Pedro repitió mentalmente esas palabras y aflojó un poco la mano.


‐Fue un coma inducido ‐explicó el doctor con calma‐. Pero se ha recuperado satisfactoriamente y el coma funcionó. La inflamación ha desaparecido. Confiamos en que se restablezca por completo.


Pedro experimentó una intensa emoción. Habían inducido un coma. Habían sometido a Paula a un sueño del que quizá nunca hubiera despertado y nadie le había dado la oportunidad de despedirse.


¿Cómo se habían atrevido? ¿Cómo lo habían excluido de esa manera?


Sentía una extraña mezcla de rabia, odio y punzante indefensión. No aceptaba la impotencia. Era propia de las personas que rehuían la acción.


No era su caso. Pero carecía de libertad de movimiento.


‐El coma era la mejor opción para controlar los ataques. Eso podría haberla colocado al borde de la muerte ‐dijo el doctor.


Pedro cerró los ojos, incapaz de imaginarse a Paula tan cerca de la muerte. Ella había sido la persona más importante de su vida. Había amado a Paula más que a ninguna otra persona y había estado a punto de perderla, para siempre.


‐Pero está a salvo ‐apuntó.


‐Sí ‐aseguró el médico, aliviado‐. Está despierta y bastante lúcida.


‐¿Y para qué me has llamado? ‐preguntó con evidente acritud, consciente de que siempre lo habían considerado un gaucho, un campesino, un indiano‐. ¿Queréis que le envíe un ramo de flores? ¿Esperáis que pague la cuenta del hospital? ¿Qué esperáis que haga ahora?


‐Queremos que la ayudes a recuperar la memoria. 


Pedro se tensó. Tardó un momento en asimilar esa última información.


‐Has dicho que ya estaba recuperada. 


‐Está recuperándose ‐matizó el médico‐. Su cuerpo es fuerte, pero su cabeza... Ha sufrido una alteración de su conciencia durante un periodo...


—¿Cuánto tiempo? ‐Tres semanas ‐afirmó Stephen. 


Pedro se frotó la sien. Sentía un fuerte dolor de cabeza y necesitaba unas horas de descanso. Tenía que recuperar sus propias fuerzas.


‐¿Ha estado gravemente enferma durante tres semanas?


‐De hecho, ha sido un mes. Todo empezó a su regreso de China. Pero la primera semana pensamos que se trataba de una gripe. Sufría vómitos, tenía jaquecas. 


Pedro apretó los dientes y se mordió la lengua para evitar decir algo de lo que pudiera arrepentirse más tarde.


‐Ahora está mejor ‐aseguró el médico‐. Pero está confusa. Creo... todos creen... que te necesita a su lado.


¿Ella lo necesitaba?


Pedro estuvo a punto de echarse a reír en voz alta. El buen doctor no sabía de lo que estaba hablando. Paula no lo necesitaba lo más mínimo. Había dejado muy claro ese punto durante el último año.


Pedro se quitó la cinta de cuero negro que llevaba en el pelo. 


La espesa melena cayó sobre sus hombros y se masajeó la frente con una mano cansada. Estaba agotada física, mental y emocionalmente.


No podía seguir de ese modo. No podía enfrentarse con temas que ya no eran de su incumbencia. Las uvas, las finanzas, el negocio de exportación eran asuntos que no lo motivaban.


Se trataba de una tarea, una obligación. Pero ¿eran asunto suyo?


Y Paula. Ella tampoco era asunto suyo.


‐Seamos claros. Su familia contrató el abogado para el divorcio. Nunca pensé que llegaría el día en que me pidieran que volviese a su lado.


‐No puedo hablarte en nombre de Margarita ‐replicó el médico, en referencia a la madre de Paula, bien conservada y aficionada al licor‐. Pero el conde se ha ofrecido a mandarte su avión.


‐No necesito que el conde me envíe su avión ‐contestó con claro disgusto‐. Tengo mis propios medios de transporte, gracias.


Era imposible que no emergiera su amargura. Dario y él no eran amigos. Y nunca se llevarían bien. Su sola presencia lo ponía enfermo.


‐¿Y qué le digo al conde? ‐preguntó el médico.


‐Dile que estoy haciendo las maletas ‐señaló mientras reprimía su malestar‐. Llegaré mañana, a primera hora.





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