lunes, 8 de mayo de 2017

PEQUEÑOS MILAGROS: CAPITULO 6





Él bebió un sorbo de cerveza y miró la carta.


¿Sabía lo que le gustaba a Paula? Solía pensar que así era.


Cruasanes de almendra, el chocolate negro, las verduras al vapor, la tarta con doble de nata y despertarse el domingo por la mañana en el apartamento que compartían y hacer el amor hasta la hora de comer.


Él sabía cómo hacer que ella gimiera y le suplicara que no se detuviera, que la acariciara hasta conseguir el clímax.


—¿Está listo para pedir, caballero?


Él cerró los ojos un instante y después miró a la joven camarera con una sonrisa.


—Um… Sí. Quiero un filete poco hecho y… —dudó un
momento—. Y el salmón a la plancha, ¿o la pechuga de pollo con brie y pesto? —entonces recordó que Paula había dicho que tenía pollo en la nevera—. Mejor el salmón, por favor. Y si puede, me lo pone para llevar. Sé que no lo hacen habitualmente, pero no tenemos niñera y esto es lo más parecido a salir a cenar que podemos hacer. Les traeré los platos mañana —sonrió de nuevo.


—Estoy segura de que podemos hacerlo por usted —dijo la
camarera, sonrojándose al ver su sonrisa.


—Ah, ¿y puedo ver la carta de vinos? Me gustaría llevarme un par de botellas a casa.


—Por supuesto. Llevaré el pedido a la cocina y le traeré la carta de vinos.


La camarera regresó al cabo de unos minutos. Él eligió una
botella de vino tinto y otra de vino blanco, pagó la cuenta y se sentó a esperar.


Era curioso. El día anterior, a esa misma hora, habría estado
demasiado ocupado como para esperar la comida.


Sin duda, habría pedido que se la llevaran a casa.


Aunque en el local no tuvieran reparto a domicilio, él lo habría conseguido, porque todo tenía un precio.


Pero aquella noche, tras haber realizado un par de
llamadas y de haber comprobado sus mensajes de correo
electrónico en la Blackberry Smartphone, se alegraba de estar esperando en aquel pub, y de tomarse un respiro durante el que probablemente era el día más memorable de su vida. A menos que…


Pero no quería pensar en aquel otro día, así que se esforzó por no pensar en ello y tamborileó con los dedos sobre la barra.




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