lunes, 15 de mayo de 2017
PEQUEÑOS MILAGROS: CAPITULO 29
Joaquin no la había llamado todavía para decirle el precio de la casa.
«A lo mejor no ha podido contactar con su amigo», pensó ella, o quizá tuviera otras cosas en qué pensar.
Ella sabía que el amor era una gran distracción. Así que dejaría que Pedro la distrajera toda la semana.
Desde el lunes por la noche, cuando él regresó de Londres, había estado distrayéndola con su sexy sonrisa y sus promesas.
—¿Qué ocurre? —le preguntó ella. Conozco esa mirada…
Estás tramando algo.
—El sábado —dijo él.
—O sea, que estás tramando algo.
—Ten paciencia —dijo Pedro.
Después, él salió a correr y ella lo observó desde la ventana del dormitorio. Estaba de pie con la mano pegada a la oreja.
Hablando por teléfono.
Pero ella seguía teniendo su móvil, así que… Debía de haber conseguido otro y lo usaba en secreto.
¿Hacía trampas, o planeaba una sorpresa?
El sábado era el día de San Valentín, pero era probable que él no se acordara, así que lo más seguro era que estuviera tramando algo relacionado con el trabajo.
Paula estuvo a punto de llamar a Andrea, pero decidió que sería mejor preguntárselo a él.
Tras un suspiro, se alejó de la ventana. Pedro había roto las
normas, y eso significaba que no se estaba tomando en serio la relación.
Paula no podía esperar hasta el sábado. Quería respuestas.
Esa misma noche.
Llamaron al timbre y bajó a abrir.
—Un paquete para el señor Alfonso —le dijo un mensajero—. Firme aquí, por favor.
Ella firmó, cerró la puerta y dejó el paquete en la mesa de la
cocina. ¿Qué sería? No podía abrirlo, y lo único que sabía era que procedía de Londres.
—¿Pau?
—Estoy en la cocina.
Pedro entró y, al ver la expresión de su rostro, le preguntó:
—¿Va todo bien?
Ella lo miró a los ojos.
—No lo sé, dímelo tú. ¿A quién estabas llamando?
¡Maldita fuera! Ella debía de haberlo visto a pesar de que creía que estaba fuera de su campo de visión.
—Lo siento. Hablaba con Andrea.
—No creo. Ella contacta contigo a través de mí.
—Era urgente.
—¿Y resulta que tenías otro teléfono encima?
—Pau, han pasado muchas cosas. No quería…
—¿Qué? ¿Atenerte a las normas? No me mientas, Pedro.
—No miento. Trato de solucionar cosas.
—Creía que tenías un equipo para eso.
—Necesitan apoyo.
—¿Ah, sí? Muy bien. Te ha llegado un paquete.
Ella miró hacia la mesa. Pedro hizo lo mismo y vio el último
elemento de su plan.
Lo dejó allí. A ese paso, quizá no lo necesitara.
—Gracias. Mira, Pau, siento lo de la llamada…
—Mira, Pedro, no puedo vivir con tus mentiras. Para solucionar las cosas, hay que darlo todo. Y tú no lo estás haciendo. Así que… lo siento. Quiero que te vayas. Ahora.
Cielos, pensó Pedro. Ella estaba a punto de ponerse a llorar, y todos sus planes habían caído por la borda.
Pedro maldijo y se acercó a ella, pero Paula se retiró de su alcance y corrió al piso de arriba. Él oyó que cerraba la puerta de un portazo y que empezaba a llorar.
Entonces, una de las niñas se puso a llorar también.
Maldita fuera.
Y justo cuando todo empezaba a tener buen aspecto.
Corrió arriba, entró en el cuarto de las niñas y sacó a Eva de la cuna.
—Shh, cariño, no pasa nada. Vamos, no despiertes a Ana —
pero Ana estaba despierta, así que la sacó también. Las llevó al piso de abajo y les cambió el pañal.
No quería llevarlas arriba, pero tampoco quería marcharse.
Y menos mientras Pau siguiera llorando. Quería subir a verla, pero no podía dejar solas a las pequeñas.
Pero el llanto era cada vez más fuerte, y él no podía soportarlo más. Corrió al piso de arriba, llamó a la puerta y entró.
—Pau, por favor. Deja que te lo explique.
—No tienes que explicarme nada. Te di una oportunidad y la
desaprovechaste.
—¡He hecho una llamada!
—¡Que yo sepa! —exclamó enfadada.
—Bueno, tres. He hecho tres. Pero creo que ocuparme del
trabajo para que mi familia no sufra, no es un delito.
—No pongas excusas.
—No, sólo digo que he hecho alguna llamada. ¡No puedo dejar de trabajar porque tú lo hayas decidido! Y sabías lo que implicaba mi trabajo antes de casarte conmigo.
—Pero ahora tenemos a las niñas.
—Me dejaste antes de saber que estabas embarazada, así que no las metas en esto —soltó él—. He hecho todo lo posible para que esto funcione, ¿y qué has hecho tú? Espiarme, no confiar en que trato de hacer lo mejor para nosotros, negarte al compromiso. Pues lo siento, no puedo más, y es evidente que no seré lo suficientemente bueno para ti. Quizá tengas razón, a lo mejor debería regresar a Londres. Y no te vayas de esta casa —añadió, señalándola con el dedo—. Hablaré con mi abogado para que se ponga en contacto contigo. Me aseguraré de que no te falte de nada, pero lo haré por las niñas. Las veré, y formaré parte de su vida, pero no de la tuya, y tendrás que vivir con ello, igual que yo.
Sin decir nada más, se fue a su habitación, guardó sus cosas y bajó al piso inferior.
Las niñas estaban en el parque y, al verlo, sonrieron.
—¡Papá!
—Adiós, pequeñas —susurró él, sintiendo una fuerte presión en el pecho. Se agachó para besarlas, se despidió de Murphy y se marchó antes de que se le ablandara el corazón y fuera a suplicarle a Paula que cambiara de opinión.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Uyyyyyyy se armó!!!!
ResponderBorrar