martes, 16 de mayo de 2017

PEQUEÑOS MILAGROS: CAPITULO 30




Pedro se había marchado.


Y con razón. Había sido muy injusta al pretender que lo dejara todo para no tener que hacerlo ella. Y se había quedado con todo, menos con él. Estaba destrozada.


Y como no sabía qué hacer, llamó a Andrea y se lo contó.


—¡Oh, Paula! ¡No! ¡No puedo creerlo! ¿No te ha contado lo que estaba planeando?


—¿Planeando?


—Oh, a lo mejor pensaba decírtelo el día de San Valentín. Ya sabes. Paula, tienes que darle una oportunidad para que te dé una explicación. ¡No tienes ni idea de todo lo que ha dejado por vosotras! Estamos alucinados. Tienes que escucharlo. Llámalo.


—No puedo. Tengo su teléfono.


—¿El nuevo?


—No. Pero no tengo el número del nuevo.


—Yo sí. Apúntalo y llámalo ahora mismo. Si no lo localizas, y
viene por aquí, le diré que te llame.


Pedro no contestó, y tampoco la llamó. Paula no podía dejarlo escapar.


—Vamos, pequeñas —les puso el abrigo y las metió en el coche.


Acomodó a Murphy en el maletero y se dirigió a Londres, con el paquete que le habían enviado a Pedro y los planos del establo en el asiento delantero. Por si acaso.



******


Pedro llegó al apartamento, abrió la puerta de la terraza y
permaneció allí, contemplando las vistas del río Támesis.


No se parecía en nada al río que atravesaba el jardín de Rose Cottage. Pero ya no iba a vivir allí. Ya no tendría la oportunidad de salir de la oficina a las cinco de la tarde y de cruzar hasta su casa, donde lo recibirían sus hijas y su querida esposa.


«¡Maldita sea!». No pensaba llorar. Ya lo había hecho cada
noche, durante un año. Y ya se le habían terminado las lágrimas.


Se dio una ducha, se puso un traje y metió los pantalones
vaqueros en la cesta de la ropa sucia.


No sabía adónde iba, ni por qué, pero no podía quedarse allí
pensando en ella.



*****


Él no estaba allí, pero su coche sí.


—¿La estaba esperando, señora? —le preguntó el conserje.


—No, pero tengo mi propia llave. Está bien. Gracias.


Metió a las niñas y a Murphy en el ascensor y subió hasta el
apartamento. Él había estado allí. Olía a jabón, y su maleta estaba sobre la cama.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario