sábado, 13 de mayo de 2017

PEQUEÑOS MILAGROS: CAPITULO 19




Al día siguiente, Pedro durmió hasta las nueve. Era la primera vez que ella lo había visto dormir hasta tan tarde, así que a las ocho entró en su habitación para ver si seguía vivo. 


Lo encontró tumbado en la cama roncando suavemente. La colcha se había caído hacia un lado, pero como en la habitación hacía calor, aunque estuviera desnudo no pasaría frío.


La tentación de tumbarse a su lado para abrazarlo era muy fuerte, pero salió de la habitación y regresó al piso de abajo. 


Abrió la puerta para que Murphy saliera al jardín. El perro le llevó la pelota y ella se la tiró varias veces, pero hacía frío y no le gustaba dejar a las niñas solas.


Regresó al interior, encendió la radio, dobló la ropa limpia que ya estaba seca y se preparó un café. En esos momentos, oyó el agua del baño del piso de arriba.


La noche anterior habían hablado durante horas. Él le había
contado todo, cómo había conocido a Debbie y lo mucho que se emocionaron cuando ella se quedó embarazada. También le habló del pequeño Miguel, y de cómo lo había sostenido en brazos mientras moría. También le contó que había prometido que jamás volvería a hacer que una mujer corriera ese riesgo.


—Entonces, ¿no era que no quisieras tener hijos? —le había
preguntado ella.


—Oh, no. Me habría encantado tener hijos, y las niñas…
Bueno, son maravillosas. El regalo más preciado. No puedo creer que las tengamos. Pero no sé si habría podido soportar el embarazo.


—¿Y qué habrías hecho si te lo hubiera contado? —preguntó ella.


Él se encogió de hombros.


—No lo sé. No sé si habría podido soportar todas esas semanas de espera, sabiendo que no iba a ser algo inmediato, viéndote sufrir, esperando que sucediera algo malo. Creo que me habría destrozado.


—¿Y si fuéramos a tener otro?


—No sé si podría soportarlo. Prefiero no saberlo. Hemos tenido mucha suerte con las niñas. No tentemos la suerte.


Aquél no era un asunto importante. Ella no quería volver a
quedarse embarazada después de la última vez, y los médicos opinaban que no era buena idea. Además, hasta que la relación estuviera más estabilizada, no pensaba correr el riesgo.


Incluso suponiendo que lo dejara acercarse tanto.


Pero sí sabía una cosa: tampoco permitiría que volviera a
ocultarlo todo. Haría que hablara de ello, de Debbie, del bebé y de cómo se había sentido al respecto.


Ellos no merecían que los olvidaran, así que su recuerdo se
mantendría vivo, y las niñas sabrían que un día, mucho tiempo atrás, habían tenido un hermano.


Ella se secó las lágrimas de los ojos y levantó la vista al verlo entrar. Pedro la miró y suspiró:
—Oh, Pau. ¿Te encuentras bien?


—Lo siento. Estaba pensando en cuando se lo contemos a las niñas, cuando sean mayores.


—Te estás anticipando demasiado. No importa. ¿Qué tiene que hacer un hombre en esta casa para conseguir una taza de té?


—¿Poner la tetera al fuego? —sugirió ella.


Pedro puso el agua a hervir y se agachó para saludar a las niñas, que estaban en el parque mordiendo un juguete.


—Creo que les están saliendo los dientes —dijo él.


Paula se rió y se puso en pie.


—Por supuesto. No harán mucho más durante las próximas
semanas. Aparte de intentar escaparse de todos lados.


—Tendremos que probar a esposarlas —dijo él.


Paula se cubrió la boca con la mano.


—Shh. No lo digas delante de ellas.


Él soltó una carcajada. Era la primera vez desde hacía años que lo oía soltar una carcajada de verdad. Después, se miraron y él dejó de respirar por un instante.


Ella preparó el té y metió el pan en la tostadora, sin dejar de
recordar el sonido de su risa y cómo las lágrimas que había
derramado la noche anterior parecían haber liberado sus
sentimientos.


¿Eso significaba que podría seguir adelante?


Esperaba que sí. Ella siempre había sabido que había otra cara de Pedro que no conocía, porque siempre la mantenía acallada, y confiaba en poder llegar a conocerla.


—¿Y qué vamos a hacer hoy? —preguntó ella.


—¿Qué tiempo hace?


—Frío. Hace sol, pero el viento está helado.


—¿Algo que sea en el interior? ¿Qué tal si vamos a buscar una valla mejor para la escalera?


—Es una buena idea. Y también podríamos comprarles algo de ropa, si vamos a uno de esos centros comerciales. Ahora hay un montón.


—Así quería comerse la escobilla del váter —dijo él.


Ella lo miró horrorizada.


—¿Qué?


—Eva —contestó él, mirando cómo su hija mordisqueaba un
juguete de plástico.


—¿Cuándo?


—El otro día, en el baño. No te preocupes, no llegó a metérsela en la boca.


—¿Por eso estaba en la repisa de la ventana?


—Sí.


—Oh, pequeño monstruito. Nunca había hecho algo así.


—Probablemente porque eres más eficiente con ellas que yo. Lo hizo mientras yo comprobaba la temperatura del agua. Bueno, ¿nos vamos de tiendas?


Ella lo miró. Parecía casi entusiasmado, y nunca le había
entusiasmado ir de compras. En realidad, nunca habían tenido tiempo de ir de compras con la vida que llevaban anteriormente.


—Vamos a Lakeside —sugirió ella—. Hay muchas clases de
tiendas y es todo interior, así que no tendremos que preocuparnos por si las niñas pasan frío. Podemos pasar el día allí.





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