viernes, 19 de mayo de 2017
IRRESISTIBLE: CAPITULO 7
A la mañana siguiente hacía tanto frío, que Paula tuvo que soplarse los dedos para sujetar la llave. Tardó un momento, porque la cerradura estaba oxidada por el agua y la falta de uso, pero por fin logró abrir la puerta del cobertizo.
—Entra si te atreves —le dijo, con una sonrisa.
—¿No te conté que había estado en los marines?
—¿Y qué?
—¿Después de eso crees que me da miedo un simple cobertizo? —rio Pedro.
—¿No te dan miedo las arañas?
Él soltó una carcajada.
—Sí consiguen atravesar esta parka merecen darme un picotazo.
Pedro tuvo que agachar la cabeza para entrar en el cobertizo mientras Paula esperaba en la puerta. Su sentido del humor era una sorpresa muy agradable.
—¿Encuentras algo que te guste?
—Sí, espera un momento.
Oyó ruido en el interior, y al acercarse para mirar, vio que él estaba inclinado y la postura destacaba un trasero más que tentador. Aquel hombre empezaba a resultar irresistible, pero tenía que mantener la cabeza sobre los hombros.
—¡Allá van!
Paula se apartó cuando unas botas negras de esquí aparecieron volando por la puerta. Luego apareció Pedro, con telarañas en la parka.
—Ya te dije que había arañas.
—No importa, nos hemos hecho amigos.
Tenía en una mano un par de esquíes de travesía, y en la otra los dos bastones.
—¿Te has probado las botas?
—A ver… Son del cuarenta y tres. Supongo que me quedarán bien.
—No sé cómo te apetece salir a dar un paseo. Con este viento, debe de haber casi diez grados bajo cero.
—Así te dejaré en paz un rato.
Paula sonrió.
—Los clientes del hostal Mountain Haven no tienen que dejar en paz a su propietaria.
—Eso lo dices ahora, pero te advierto que soy horrible cuando me aburro. Insoportable.
En realidad, sería más fácil para ella si Pedro no estuviera en el hostal las veinticuatro horas del día. Nunca había tenido esa sensación de intimidad con un cliente, y le resultaba muy… Inquietante.
—No puedo enganchar esto —dijo él.
Paula se inclinó para mostrarle cómo enganchar las botas en el arnés, y al hacerlo, Pedro se inclinó también. Estaban demasiado cerca, su cuerpo bloqueando el viento, dándole calor. Cada vez que estaban juntos experimentaba una sensación extraña. Era un hombre guapísimo, alto, fuerte… Y encantador. ¿Cómo iba a inmunizarse contra él?
—Creo que ya está. A ver, intenta caminar.
Pedro dio un par de pasos adelante… Y cayó de bruces al suelo.
—¿Necesitas ayuda? —rio Paula.
—¿Ayuda de una pequeñaja como tú? —preguntó él desde el suelo, cubierto de nieve—. Venga, ríete. Seguro que tú tampoco puedes tenerte de pie.
La verdad era que sí podía hacerlo. Solía hacer esquí de travesía… Hasta que conoció a Tomas y se quedó embarazada de Juana. Pero ese primer invierno habían ido a dar muchos paseos con los niños.
Paula se volvió para cerrar la puerta del cobertizo. No había sabido apreciar lo que tenía, y cuando quiso darse cuenta, Tomas había muerto y estaba sola otra vez, responsable de un adolescente y una niña pequeña.
—Gracias por los esquíes —dijo Pedro—. Tiene que ser divertido ir a dar un paseo deslizándose con esto.
—Puedes dejarlos en el porche cuando termines.
—¿Paula?
Ella levantó la mirada.
—¿Sí?
—¿Seguro que no te importa que los use? No quiero recordarte cosas que te duelan.
—No pasa nada. Ahí guardados no le sirven a nadie, no te preocupes —Paula intentó sonreír—. Voy a hacer la comida y luego tengo que llevar a Juana a la estación de autobuses.
—Vas a echarla de menos.
—Sí, claro. Aunque nos peleamos mucho —Paula sacudió la cabeza—. Pero creo que está mejor donde está.
Lo último que Juana necesitaba, era volver a casa por el momento. Se aburriría, y tarde o temprano, querría volver a salir con los mismos amigos de antes.
Había podido sacarla del apuro la primera vez, pero si había una segunda, no sería lo mismo, y aunque se sentía sola sin ella, sabía que había tomado la mejor decisión para su hija.
—Tiene que volver a Edmonton, así que voy a hacer lo que hacen todas las madres: Forrarla de comida.
Paula intentó sonreír, pero no le salió.
—Puede que creas que Juana no te lo agradece, pero así es. Y cuando sea mayor seguramente te lo dirá.
Ella tenía sus dudas.
—¿Tú te llevas bien con tus padres?
—Sí, muy bien —contestó él—. Mi madre habría preferido que eligiera una profesión segura como mis hermanos, pero… En fin, la pobre se preocupa mucho por mí. Pero incluso cuando estaba en el extranjero con los marines, me mandaba paquetes de comida. Lo único malo de vivir en Florida es que ellos viven en el norte, así que no nos vemos muy a menudo.
—Parece que tuviste una infancia estupenda.
—Yo diría que una infancia normal.
Paula tragó saliva. Pedro nunca entendería su vida. Él tenía hermanos, padres, una familia. La única familia que ella había conocido eran Miguel y Juana.
—¿Y tú? ¿Dónde están tus padres?
Paula subió al porche y apoyó los esquíes en la pared.
—En un panteón, al lado de mi marido —respondió antes de abrir la puerta.
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