viernes, 19 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO 8





El restaurante estaba casi vacío, y Paula se quedó sorprendida al ver a Pedro sentado con Gabriel Simms, el jefe de policía de Mountain Haven. Gabriel no era mala persona, pero sabía cosas… Cosas que ella prefería que Pedro no supiera.


Aunque era natural que dos miembros del cuerpo de policía quedasen para hablar, pensó luego.


Los ojos de Pedro se iluminaron al verla, y Paula tuvo que sonreír. No debería admitirlo, pero entre ellos había cierto magnetismo, cierta atracción. Una sensación tan inesperada, como poco familiar. Aunque no lo lamentaba; era una distracción ahora que Juana había vuelto a Edmonton. No le gustaba nada volver sola a casa, porque le recordaba cómo sería su futuro cuando Juana se hubiera ido para hacer su vida.


—¿Juana se ha ido ya?


—Sí… —suspiró ella, tragando saliva.


Decirle adiós le rompía el corazón porque temía no volver a verla. Sabía que era un miedo irracional, pero su corazón no parecía entenderlo. Y que Juana estuviera en una ciudad extraña, donde no podía vigilarla, la asustaba más de lo que quería reconocer.


Pero no dijo nada porque Pedro no tenía por qué saberlo, y además, no estaba solo.


—Paula, te presento a Gabriel Simms.


—Nos conocemos —dijo ella, ofreciéndole su mano.


—Encantado de verte, Paula. Pedro me dice que lo tratas muy bien.


—Es mi único cliente en este momento.


En otras circunstancias, Gabriel Simms, un hombre de su edad y bastante atractivo, podría haberle gustado. Pero se habían conocido el verano anterior en circunstancias que prefería olvidar.


—¿Y vosotros dos de qué os conocéis? —preguntó Paula.


—Gabriel y yo estuvimos juntos en una conferencia en Toronto hace un par de años —explicó Pedro.


Los dos hombres intercambiaron una mirada, y ella tuvo que disimular su aprensión. Qué extraña coincidencia que se hubieran vuelto a encontrar allí, en un pueblo tan pequeño.


¿Qué le habría contado Gabriel sobre ella, sobre Jen? ¿Qué pensaría Pedro?


Gabriel Simms era, en parte, la razón por la que Paula había insistido en que Juana se fuera a estudiar a Edmonton, y aunque sabía que debería estarle agradecida, su presencia era un amargo recordatorio de cuánto se habían separado su hija y ella.


—Siéntate, Paula. Toma un café con nosotros —la invitó Pedro.


—No… Iba a tomar algo, pero la verdad es que no tengo hambre. Y acabo de recordar que tengo que comprar cosas para la cena.


—Entonces, me voy contigo —dijo él inmediatamente, sacando la cartera—. Encantado de volver a verte, Gabriel.


—Llámame la próxima vez que vengas por el pueblo. Podríamos echar una partida de billar.


—Muy bien. Lo haré.


—Me alegro de verte, Paula.


—Lo mismo digo… —murmuró ella, aunque no era verdad.
¿Le habría contado algo a Pedro?









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