miércoles, 17 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO 3




Paula estuvo oyendo sus pasos en el piso de arriba durante largo rato mientras hacía la cena.


Pedro Alfonso, comisario de policía. Cuando Juana le dijo que había reservado una habitación en el hostal, el nombre había conjurado la imagen de un rudo y seco detective. Pero no era nada de eso; al contrario. No podía tener más de treinta o treinta y dos años. Y era muy educado.


—¿Qué estás haciendo?


La voz de Juana interrumpió sus pensamientos, y por una vez, Paula se alegró. Llevaba demasiado tiempo pensando en su nuevo cliente.


—Pasta con salsa de tomate y pan foccacia.


—Genial.


Juana tomó una galleta del bote y se apoyó en la encimera.


Paula la miró, suspirando. Echaba de menos a la niña que había sido. Ser madre era mucho más fácil entonces. Sin embargo, por difícil que fuese ahora, le dolía en el alma tener que mandarla a Edmonton.


—¿Ya has comprado el billete de autobús?


—Lo compré antes de venir.


Juana metió la mano en el bote de las galletas, pero su madre le dio un golpecito en la mano.


—No comas más galletas, estamos a punto de cenar.


Juana levantó una ceja como diciendo: «No tengo doce años, madre».


—Deberías alegrarte de que me vaya. Así te quedarás a solas con el detective macizo.


Paula abrió los ojos como platos.


—¡Juana!


—Mamá, por favor… Es un poco mayor para mí… Por guapo que sea. Pero a ti te iría muy bien.


Paula dejó el cucharón de madera sobre la encimera con más fuerza de la que pretendía.


—Para empezar, baja la voz. Es un cliente. Y no estaría aquí si preguntases primero e hicieras las reservas después.


Juana dejó de mordisquear la galleta.


—Sigues enfadada por eso, ¿eh?


Paula suspiró. En realidad, no era sólo culpa de su hija. 


También ella empezaba muchas peleas. Pero debería intentar llevarse bien con Juana, no alejarse de ella.


—Ojalá pensaras las cosas antes de hacerlas en lugar de lanzarte de cabeza. Hiciste la reserva sin consultarme.


—Sólo estaba intentando ayudar. Pero ya te dije que lo sentía. No sé cuál es el problema.


¿Cómo podía explicarle que el problema era que se preocupaba por ella día y noche? Y no porque fuese una madre exageradamente protectora, sino porque el verano anterior, Juana había tenido un problema muy serio. Aunque esperaba que hubiese aprendido la lección.


—No vamos a discutir más, ¿de acuerdo?


Se había enfadado con ella por no pedirle un número de tarjeta de crédito al hacer la reserva, pero la factura ya estaba pagada, de modo que no tenía sentido discutir. Un día después de haber hecho la reserva recibieron una llamada del Departamento de Policía de Florida, para decir que ellos se harían cargo de todos los gastos del señor Alfonso, y ella, enfadada por haber tenido que posponer su viaje a México, les había cargado precios de temporada alta.


Suspirando, Paula metió una bandeja de pan en el horno. 


Por muy enfadada que estuviera por no haber ido a Cancún, la verdad era que le gustaba lo que hacía. Además, cocinar para una sola persona era muy aburrido. Juana llevaba una semana en casa, pero no era lo mismo ahora que era casi una adulta. Tener clientes significaba tener alguien más para quien hacer las cosas. Y era por eso por lo que había decidido abrir un hostal.


Entonces dejó de oír pasos sobre su cabeza, y la casa quedó en completo silencio.


—No quería enfadarme contigo, Juana.


—Yo tampoco… —murmuró su hija, saliendo de la cocina.


—¡La cena estará lista en media hora!


Juana no contestó, por supuesto.


Paula encendió la radio, y empezó a canturrear mientras cocinaba y lavaba después, cacerolas y platos; el proceso de cocinar y limpiar era casi terapéutico para ella.








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