miércoles, 17 de mayo de 2017
IRRESISTIBLE: CAPITULO 2
Pedro dejó escapar un suspiro cuando la puerta se cerró.
Menos mal que se había ido… No sabía por qué, pero Paula Chaves le ponía nervioso.
Luego miró alrededor. Bonita habitación. Gabriel le había asegurado que aunque fuese un alojamiento rural, no era un hostal de segunda clase, y estaba en lo cierto. Por lo poco que había visto, la casa era limpia, acogedora, y muy agradable. Y su habitación no era diferente.
Los muebles eran de pino, y además de un edredón hecho a mano, había una manta roja a los pies de la cama. Pedro pasó la mano por el cabecero de madera… Seguramente fuera demasiado pequeña para un hombre de su estatura, pero lo que importaba era que estaba allí y que tenía todo lo que necesitaba. Para la gente del pueblo sería un cliente de vacaciones, pero estaría constantemente conectado con sus superiores a través de Internet y en relación con las autoridades locales. Claro que se alegraba de alojarse en un hostal tan agradable. Había estado en sitios muchísimo peores mientras trabajaba.
Pedro abrió la bolsa de viaje y colocó su ropa ordenadamente en los cajones de la cómoda. Cuando Gabriel le dijo que la propietaria del hostal era una señora llamada Paula Chaves, imaginó que sería una mujer de sesenta años que hacía jerséis de punto e intercambiaba recetas con las vecinas. Pero Paula Chaves no se parecía nada a esa imagen. Y Juana tampoco parecía la clase de chica que se metería en líos con la policía.
No sabía qué edad podría tener Paula. Inicialmente pensó que un año o dos más que él, pero la aparición de su hija había cambiado esa impresión. No podía estar seguro, pero con una hija tan mayor, debía de tener por lo menos treinta y siete o treinta y ocho años. Sin embargo, su piel era perfecta, sin una sola arruga. Y sus manos eran mucho más pequeñas que las suyas.
Pero eran sus ojos azules lo que más le había impresionado.
Unos ojos alegres, pero con un brillo de precaución. Unos ojos que le decían que su vida no había sido fácil.
Pedro cerró la bolsa de viaje abruptamente. No estaba allí para mirar los ojos de la dueña del hostal. Eso era lo último en lo que debía pensar. Tenía un trabajo que hacer: Reunir información. ¿Y quién mejor que la dueña del hostal para dársela? Paula Chaves tomaría sus preguntas por mera curiosidad de turista, pensó. Invitándose a sí mismo a cenar la había puesto en un aprieto, pero con el resultado deseado.
Se estaba haciendo de noche cuando sacó el ordenador portátil de la mochila y lo colocó sobre la mesa para comprobar su correo. Pero era una conexión muy lenta, y tuvo que esperar lo que le pareció una eternidad.
—Echo de menos el ADSL… —murmuró.
No, esperar no era lo suyo, y durante mucho tiempo había sido de los que actuaban primero y pensaban después. Una de las razones por las que su jefe le había exigido que pidiese la baja. Pero no llevaba ni dos semanas en casa cuando lo habían llamado para encargarle aquella misión. Y se alegraba. A él no le gustaba estar sin hacer nada.
Gabriel Simms, su contacto en Mountain Haven, le había pedido que fuera personalmente. Como un favor. Y aquél no era un trabajo que pudiera hacerse a toda prisa, sino vigilando, esperando.
Pedro arrugó el ceño cuando por fin se abrió su cuenta de correo. Por el momento, el ordenador sería su conexión con el mundo exterior. Aquélla era una comunidad muy pequeña, y cuanto menos llamase la atención, mejor para todos.
Se dio cuenta entonces de que la habitación había quedado a oscuras, y miró su reloj. Ya eran las ocho, y Paula le había dicho que servía la cena a las ocho y media.
Como no quería empezar con mal pie, Pedro apagó el ordenador y puso la mochila bajo la bolsa de viaje en el armario.
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