martes, 23 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO 21





A medianoche estaba más que preocupada. No había oído a Pedro desde que Gabriel se marchó. Nada, ni un suspiro, ni sus pasos por la habitación… Y no dejaba de pensar en la herida de la frente…


Había visto cómo sujetaba la gasa con la mano mientras hablaba con Gabriel, y la anormal palidez de su rostro. 


Esperaba que se moviera, quizá que bajase a la cocina para comer algo…


No quería despertarlo. Tenía que levantarse muy temprano y debía descansar. Sin embargo, estaba casi segura de que sufría una conmoción, aunque fuese leve.


De modo que subió al piso de arriba silenciosamente, no sabía por qué. Iba a despertarlo de todas formas, ¿por qué le preocupaba hacer ruido? Quizá porque ahora tenían que ir de puntillas el uno con el otro.


Pedro estaba en la cama, sobre el edredón, a oscuras. Tenía los labios entreabiertos, y la gasa blanca en la frente era un recordatorio de todo lo que había pasado aquella tarde.


No quería tocarlo. No, ahora no. Eso sólo serviría para despertar recuerdos y anhelos inútiles.


Pedro… —lo llamó en voz baja—. Pedro… —repitió, un poco más alto.


Pero él no se movió.


Se acercó al borde de la cama y tocó su brazo suavemente, la cálida piel provocándole un escalofrío. Nunca había conocido a un hombre como él; incluso dormido era fuerte, decidido…


Pedro… —susurró, con un nudo en la garganta.


Él abrió los ojos poco a poco.


—Paula… —murmuró, y el suave sonido de su voz fue como una caricia.


Con mentiras o sin ellas, el deseo no había desaparecido. 


Había tenido tiempo de pensar en todo lo ocurrido aquella tarde, y aun sabiendo que no había futuro para ellos, entendía la razón para tantos secretos, para tantos subterfugios. Lo había hecho para protegerla, para proteger a Juana. No le gustaba, pero lo entendía. Sólo había hecho lo que tenía que hacer.


Lo que no entendía era por qué había dejado que las cosas se les fueran de las manos. Por qué no había mantenido las distancias. Si estaba allí por trabajo, ¿por qué no se había mostrado frío, distante?


Pero ¿era eso lo que quería? Entonces se habría perdido las últimas semanas con él, y a pesar del dolor, de las dudas, no podía lamentar lo que había pasado.


—Sólo quería comprobar que estabas despierto. No deberías dormir durante mucho rato… Por la posible conmoción.


—Quédate.


No se había movido, pero sus ojos y esa palabra la mantenían clavada al sitio.


—No… —susurró, tragando saliva.


—No todo en mi estancia aquí ha sido una mentira, Paula.


—¿Cómo puedes decir eso? Todo ha sido una mentira desde que llamaste para hacer la reserva. Tu interés por mí era parte de la tapadera.


—Te mentí sobre mis razones para estar aquí —dijo él, alargando una mano para tocarla—. Pero todo lo demás… Todo lo que ha habido entre nosotros era real. No era parte de ningún plan.


—¿Por qué voy a creerte?


Paula dio un paso atrás. No podía pensar ni ser objetiva si él la estaba tocando.


—Porque si no me crees, estarías equivocada. Equivocada cuando me besabas, equivocada cuando confiaste en mí… 
Pedro sonrió—. Y no lo estabas. Esos sentimientos eran reales.


Ella quería creerlo, necesitaba desesperadamente creer que todo lo que había ocurrido era verdad. Pero no podía dejar de pensar en la fría pistola bajo su camisa.


—Siento lo de la pistola —dijo Pedro entonces, como si hubiera leído sus pensamientos—. Pero tienes que saber que yo nunca te haría daño. Tienes que saber que haría lo que fuera… Cualquier cosa para protegerte. Incluso mentir.


—Me siento utilizada —admitió Paula, asombrada al darse cuenta de que aún podía confiarle sus sentimientos.


¿Cómo podía estar tan furiosa, y a la vez, sentirse tan cerca de él?


—Lo sé y lo siento. Le dije a Gabriel que deberíamos contarte la verdad, pero él insistió en que sería mejor no hacerlo.


De repente, Pedro tiró de su mano y Paula cayó sobre la cama.


—Espera…


Pero él no la dejó hablar, interrumpiendo la frase con un beso. Un beso distinto a los otros, más sexual, más ardiente… A pesar de todo, tenía el poder de hacerla sentir deseable, hacerla sentir una mujer. Era más que la firmeza de un cuerpo más joven. Era su forma de tocarla, como si no pudiera evitarlo. Como si fuera un tesoro para él.


Paula quería guardar ese recuerdo para siempre, y por una vez, dejó de analizar los pros y los contras, y se limitó a sentir.


En la oscuridad, sobre una cama medio deshecha, con el peso del cuerpo masculino sobre el suyo, levantó las manos para encontrarse con sus hombros desnudos, fuertes, duros. Deslizó los dedos por su espalda, y notó algo… ¿Una de las cicatrices que había mencionado? No podía saberlo.


—Esto no es mentira… —murmuró Pedro—. Lo que me haces no es una mentira.


Buscó luego su boca, y ella le devolvió el beso ardientemente. Había dejado que el miedo fuese una barrera durante demasiado tiempo. Pero ahora que Pedro iba a marcharse, se daba cuenta de que había estado esperando a alguien; un hombre con quien pudiera sentirse segura. Y le sorprendía darse cuenta de que seguía pensando en Pedro como ese hombre. Incluso después de todo lo que había descubierto.


Pedro metió la mano bajo la camiseta, y el roce de sus dedos hizo que los deseos enterrados durante tantos años volvieran a la vida. Paula se arqueó, apretándose contra su mano, disfrutando de una sensación que casi había olvidado después de tantos años de abstinencia.


Un suspiro escapó de su garganta mientras enredaba los dedos en su pelo, pero lo soltó enseguida, al oírlo gemir de dolor. En la pasión del momento se le había olvidado el corte de la frente.


Pedro, ¿te he hecho daño? Lo siento, no me daba cuenta…


Pero era una locura y nada bueno podía salir de aquello, pensó. Él se marcharía al día siguiente. Se iría y seguiría poniendo en peligro su vida. Ya había pasado por eso una vez, no quería volver a hacerlo.


Pedro, sencillamente dejó caer la cabeza sobre su pecho, y ella cerró los ojos, dejando que esa sensación se quedara grabada en su alma.


—Estoy bien… —murmuró—. Pero deberíamos parar. Me prometí a mí mismo que no haría esto.


De repente, Paula se sintió completamente expuesta. La fantasía había terminado, la realidad había ocupado su lugar.


—¿Qué quieres decir?


—No puedo hacerte el amor, cariño. Por mucho que lo desee.


Paula no creyó esa explicación. No la deseaba, y había sido una tonta por imaginar que podría ser así. Y seguramente pensaba que había subido a la habitación con ese propósito… Sólo de pensarlo le ardía la cara.


—No recuerdo habértelo pedido.


—No, es verdad.


Paula saltó de la cama, furiosa consigo misma por ser tan ingenua. Había sido él quien la besó, había sido él quien tiró de ella para tumbarla en la cama. ¿Con qué propósito?


—¿Qué querías, hacerme olvidar que me has mentido durante todo este tiempo?


—No es eso, Paula. Quería demostrarte que a pesar de todo, esto es real. Al menos lo es para mí.


—¿Cuándo te irás?


Pedro se incorporó, mirándola con expresión dolida.


—Mañana, si todo va como hemos planeado.


—¡Ah, muy bien! Entonces sólo tengo un día más para dudar de todo lo que digas.


De inmediato lamentó haber dicho eso, pero haciendo acopio de fuerzas, salió de la habitación y cerró la puerta sin dar más explicaciones.






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