sábado, 27 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 7




La llamada era de la empresa de Pedro, Eagle Wireless. 


Antes de contestar, se mesó los cabellos mientras intentaba calmarse. Paula había salido directamente de sus fantasías y había destrozado su autocontrol. Y la atracción sexual, al rojo vivo por ambas partes, no ayudaba en nada. La noche anterior había estado a punto de permitir que el sexo dominara a su sentido común.


Necesitaba que ella se marchara de la cabaña, y de su vida. 


Ella debía volver allí donde pertenecía. Volver a su vida.


Volver junto a su hermano.


—¿Qué quieres? —ese último pensamiento lo había llenado de amargura y lo pagó con su secretaria.


—Buenos días a ti también, alegría de la huerta.


Él ignoró su sarcástico comentario y lo olvidó por completo cuando ella le explicó el motivo de la llamada. Pretendía pasarle una llamada de su hermano.


—Ya sabes que no nos hablamos —llevaban siete años sin dirigirse la palabra. Siete. Como los siete samuráis. Sintió una punzada de dolor en el pecho, pero desechó ese inútil sentimiento—. Dile que se vaya al infierno.


—Él supuso que dirías eso. Me pidió que te dijera que está en Alemania.


Pedro casi soltó una carcajada. Matias odiaba viajar a ultramar. Los aviones extraños, la comida extraña, las camas extrañas… todo eso impedía que su hermano comiese y conciliase el sueño. ¿Qué haría en Europa? La mente de Pedro rebuscó entre todas las posibilidades y de repente dio con una que le erizó el vello de la nuca. La ira lo quemaba como el fuego.


—Pásamelo, Elaine.


—Qué hay, hermano —sonó la voz, cansada, algo brusca, pero malditamente familiar de Matt.


Malditamente familiar y malditamente traicionera.


—¿Qué haces en Alemania? —preguntó Pedro.


—¿Es ésa forma de hablar con el hombre que ha llamado para saber qué tal van las cosas en casa de Anibal? Ya sé que lo hiciste como un favor y…


—No lo hice como un favor hacia ti, bastardo, y lo sabes. Accedí para que tu repentino viaje de negocios no diera al traste con la última voluntad de Anibal, y ahora resulta que me la estás jugando.


—No sé de qué me hablas.


—Estás en Stuttgart, ¿a que sí? —en Stuttgart se encontraba un proveedor tras el cual llevaba Pedro ocho meses. Si el trato prosperaba, sus beneficios podrían duplicarse. Ganaría el triple que en China. Había escuchado rumores de que Chaves Industries husmeaba por ahí, pero Rafael Chaves nunca podría igualar la oferta de Pedro. Ni Matias tampoco… a no ser que se acostara con Chaves.


O con la hija de Chaves.


Malditos. Malditos todos ellos.


—Esta vez no vas a engañarme, Matias.


—Yo nunca te he engañado, pedazo de burro.


«Pedazo de burro», era el mote que Matias le había puesto de niños. Cuando se odiaban tanto como en esos momentos. Únicamente durante los breves años de universidad se habían sentido realmente hermanos, y el mote había adquirido tintes de afecto.


—No tengo nada más que decirte —dijo Pedro mientras apagaba el teléfono.


Mientras guardaba el móvil en el bolsillo, Pedro se volvió hacia el lago en un intento de recuperar el control. Ese traicionero bastardo había engañado a Pedro para que ocupara su lugar en la cabaña de Anibal y así poder viajar hasta Alemania, sin que nadie lo molestara, para intentar hacerse con el contrato que pertenecía a Eagle Wireless. A lo mejor Ernst permanecería fiel al acuerdo iniciado con Pedro, pero a lo mejor no.


Demonios, seguramente no.


Pedro no tenía demasiada fe en la fidelidad.


¡Lo que daría por poder jugársela a su hermano, tal y como Matias se la había jugado a él! Sólo una vez. Por una vez, nada más, le gustaría tomar algo que perteneciera a su hermano. Así sabría Matias lo que se sentía al ser apuñalado por la espalda por la persona que se suponía que debería protegerla.


Pedro se volvió para dirigirse hacia el coche y, de repente, su mirada se fijó en el mirador. Paula. Maldita sea. Casi la había olvidado.


A pesar de su rabia, una pequeña sonrisa se formó en su rostro. Si la dejaba allí, ella le arrancaría el hígado. La dulce Paula que estaba convencida de que la noche anterior la había rechazado por desinterés. La sexy Paula que sería la protagonista perfecta de sus fantasías eróticas más ardientes.


—Vayámonos —él corrió hacia el refugio y la tomó de la mano.


—¿Adónde? —ella sonrió.


Paula sonreía. Paula, que estaba prometida a su hermano. Paula, la hija de Rafael Chaves.


Una idea, de lo más perfecta, empezó a formarse en su mente. Y Pedro dejó que se desarrollara. Después, atrajo a Paula hacia sí y le besó el labio inferior.


Ella lo miró. Dulce. Sexy. Confiada.


—Todavía no hemos aclarado el porqué de tu llegada anoche —dijo Pedro.


—No —contestó ella lentamente.


Al recordar todo lo que ella había dicho o insinuado, Pedro pensó que a lo mejor había aparecido para romper el compromiso. Si ella estaba decidida a dejar plantado a Matias, Pedro la dejaría marcharse. Pero al finalizar el mes, y si aún no podía quitársela de la cabeza, la buscaría para averiguar si ella sentía lo mismo que él. 


Le dejaría claro que Pedro Alfonso sólo buscaba diversión y que si a ella también le apetecía divertirse, estaba dispuesto.


Sin embargo, si ella iba en serio con Matias y el matrimonio de fusión de negocios…


Tenía que saberlo.


—¿Por qué viniste, Paula?


—Pues…


—Es una pregunta sencilla, Ricitos de Oro —él escuchaba funcionar la maquinaria en la mente de Paula mientras ésta buscaba una excusa y el color asomaba a sus mejillas.


—Vine a… eh…


El viento revolvió sus cabellos y él atrapó un mechón que sujetó detrás de la oreja. Ella tembló ante el contacto.


—¿Ricitos de Oro?


—Vine para conocerte mejor —soltó ella, sonrojándose aún más—. Estamos prometidos y apenas nos conocemos. Las personas que están prometidas deberían conocerse, ¿no crees?


Ella siguió con su parloteo, pero él ya no escuchaba. Ya tenía su respuesta. Ella no había ido para romper con Matias.


Y eso significaba que Pedro tenía entre sus manos, en ese preciso instante, algo que deseaba el traicionero y ladrón Matias Alfonso.


¡Qué dulce iba a ser la venganza cuando Matias descubriera que Pedro había seducido a su prometida!


Pedro no sentiría el menor remordimiento.


Desde luego no por Matias.


Ni tampoco por Paula.


Porque, al fin y al cabo, su éxito dependía de ella.










No hay comentarios.:

Publicar un comentario