sábado, 27 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 10





Una hora más tarde, Pedro todavía no se explicaba cómo había sido capaz de descubrir los detalles de su infancia en la casa Alfonso. Incómodo por sus propias revelaciones, se había levantado del sofá de un salto a la primera oportunidad y se había dirigido a la cocina.


—¡Hay comida de sobra en la nevera y el congelador! —había gritado hacia Paula, que seguía en el salón—. Te llamaré cuando esté preparada.


Cuando estuviera él preparado para enfrentarse de nuevo a ella.


Paula pareció habérselo imaginado, porque no lo molestó mientras él calentaba otra cena preparada de Clearwater's en el microondas, y sólo se acercó al comedor para poner la mesa.


«Chica lista», pensó Pedro mientras salía de la cocina con un plato en cada mano. Ella había dispuesto dos sitios, uno a cada extremo de la mesa, dejando una distancia de seguridad en medio.


Él necesitaba ese espacio para aclarar sus ideas. No había querido jugársela cuando casi se habían tropezado con Nicolas y su alcaldesa por la mañana, y había tenido que llamar a su amigo para excusarse por la tarde. Y no quería jugársela en ese momento.


El tiempo que iban a pasar juntos no debía servir para que Pedro hablara sobre la manera de criar a los hijos de su despiadado padre. Ni para explorar la química entre ellos, esa química que ella intentaba reglamentar con tanto ahínco. 


No. Él la había animado a quedarse por Matias. Se trataba de aprovechar el encuentro casual con Paula para vengarse por lo que Matias le había hecho siete años atrás, y por lo que parecía estar maquinando en ese momento.


Una vez terminada la cena, Pedro contempló a su compañera de mesa. ¿Qué sabía Paula sobre los planes de Maty y su padre? ¿Cómo podría sonsacárselo?


—¿Qué te parece un remojón en la bañera de hidromasaje de la terraza? —dijo él mientras empujaba el plato vacío.


—Pues…


Agua caliente. Burbujas relajantes. La combinación ideal para que ella confesara los detalles del dúo Chaves-Alfonso.


—Yo no… un baño caliente…


Por la expresión de espanto en su rostro, se diría que él le había propuesto algo pornográfico en el centro del pueblo.


—Ya te he dicho que cualquier contacto físico entre nosotros dependerá de ti, Paula —dijo él con una sonrisa—. Puedes confiar en mí.


—Pues…


—O al menos puedes arriesgarte a descubrir hasta qué punto soy de fiar.


—No es mala idea —ella sonrió tímidamente—, pero no he traído traje de baño.


—Yo tampoco —él se encogió de hombros—. Haremos nudismo.


—Yo…


—¿No te atreves? No tienes de qué preocuparte. Lo sabes. No encenderé las luces. Nos taparemos con toallas y las dejaremos caer cuando el otro cierre los ojos.


—Pero…


—¿Estabas dispuesta a casarte con un francés en la cima de la Torre Eiffel, pero no eres capaz de meterte en una bañera de agua caliente en Tahoe con tu prometido? ¿Dónde está tu sentido de la aventura, Paula?


—Haces que a una mujer le resulte muy difícil decirte que no —ella frunció el ceño y él rió.


—¿Eso es un sí? —él volvió a reír.


Lo era, aunque media hora más tarde él dudaba seriamente de su poder de persuasión. Ella había salido a la terraza envuelta en una toalla de playa, pero en esos momentos él dudaba de la sensatez de su idea. Tal y como había prometido, no encendió las luces, pero incluso en medio de la oscuridad que rodeaba la casa, y gracias a la luna, los hombros de ella brillaban como una perla y sus rubios cabellos parecían una llama en la noche.


Él recordó su cuerpo bajo la bata y cómo estaba hecho de acuerdo con sus gustos personales.


Pechos rotundos, trasero rotundo, curvas peligrosas… muy peligrosas.


—Cierra los ojos —ordenó ella mientras se acercaba a la bañera de madera.


De poco le servía obedecerla. Incluso con los ojos firmemente cerrados, podía imaginarse todo mientras oía el sonido de la toalla al caer. Ella estaría desnuda.


Después escuchó el suave movimiento del agua mientras Paula se hundía en la bañera, pantorrillas, rodillas, muslos, caderas, los rosados pezones que desaparecían de su imagen de fantasía…


Su cuerpo reaccionó en justa correspondencia, levantándose una parte de él mientras se imaginaba a Paula sumergida en el húmedo y sedoso calor. Aunque sabía que la noche ocultaría su reacción, se alejó de ella.


—Ya puedes abrir los ojos —dijo ella tras emitir un leve suspiro.


A lo mejor no debería. A lo mejor debería dejarlos cerrados para poder concentrarse en la información que quería sacarle. «No pienses en su cuerpo», se recordó. «No pienses en su cuerpo curvilíneo, desnudo y mojado».


«Piensa en salvar Eagle Wireless».


«Y en la venganza».


—Cuéntame —él carraspeó mientras se hundía más en el agua y le imprimía un tono desenfadado a la pregunta—. ¿Hasta qué punto estás implicada en la empresa de tu padre?


—¿Te refieres a Chaves Industries?


—¿Tiene más de una?


—No —ella rió—. Supongo que no puede tener más de una empresa si no tiene más de un objetivo de negocios.


—Humm —Pedro volvió a probar con el tono desenfadado—. ¿Habla mucho de negocios en casa? Ya sabes, sobre la marcha de la empresa, posibles nuevos negocios, esa clase de cosas…


—Nunca lo escucho cuando lo hace.


—¿Nunca?


—Si crees que escuchar la incesante charla de mi padre que impide que nadie más intervenga, ni siquiera su hija adolescente, resulta apropiado o divertido, entonces necesitas comer más a menudo en casa de los Chaves.


—Entiendo…


—En mi opinión, las conversaciones durante la cena Chaves son tan apropiadas como hablar sobre mi padre y su empresa en una preciosa noche de primavera y dentro de una bañera de agua caliente, en lugar de quedarse simplemente en silencio para apreciar el increíble cielo estrellado y las sombras de los árboles que nos rodean.


Pedro pestañeó.


Si no se equivocaba, ella acababa de decirle que cerrara el pico.


Que se callara y se relajara.


Recordó su comentario durante el recorrido matutino por Hunter's Landing: «¿Nunca has oído hablar de los paseos?»


Al parecer, ella esperaba que la noche también fuera un paseo. De acuerdo.


Levantó los brazos y miró hacia arriba. Muy bien, ahí estaban esas estrellas que ella había mencionado. Esa luna.


«¿Qué demonios estará haciendo mi hermano en estos momentos?».


La pregunta asaltó su mente y, en lugar del cielo, empezó a ver hojas de cálculo.


A pesar del calor del agua, sus músculos se quedaron rígidos.


«Si Matias estropea mi negocio en Alemania, estaré arruinado».


Pedro se puso en pie de un salto, pero cuando Paula emitió un agudo chillido, volvió a sentarse de golpe.


—Por Dios —dijo él—. Qué susto me has dado. ¿Qué sucede?


—Tú. Tú me has asustado.


—¿Qué?


—Te has puesto en pie de golpe y estabas… eh… mojado.


Mojado y desnudo. No se había dado cuenta. Al pensar en su maldito gemelo había sentido el impulso de agarrar el móvil y reservar un billete de avión a Alemania para ir a retorcerle el cuello.


Pero no podía hacerlo. No podía abandonar esa casa durante el resto del mes, no cuando se trataba de la última voluntad de Anibal.


Mientras gruñía de frustración, apoyó la nuca sobre el borde de la bañera e intentó relajar la tensión en el cuello, espalda y piernas. «Tómatelo con calma, PedroRelájate».


—¿Estás bien? —preguntó Paula.


—No —él hizo una mueca—. Escucha, ya sé que la idea del baño fue mía, pero lo cierto es que todo esto de la relajación no se me da bien. No me echo siestas, no medito. Y por lo que sé, ni siquiera respiro hondo.


—¿Puedo hacer algo para ayudarte? —ella rió.


—Háblame, Paula —él se volvió hacia ella. Sus ojos brillaban a la luz de las estrellas. Estaba tan bonita…—. De lo contrario, creo que este silencio me volverá loco.


—Es cuestión de acostumbrarse.


Él volvió a gruñir.


—De acuerdo, de acuerdo —ella rió—. ¿De qué quieres que te hable, de mi padre o…?


—Catalina —contestó él, sorprendiéndose a sí mismo—. Háblame de tu hermana.


—Catalina —Paula se retorció y se hundió un poco más en el agua. Debió de haber estirado las piernas, porque el sedoso movimiento del agua le indicó a Pedro que sus pies estaban muy cerca—. Mi indignante, adorable y superdotada hermana pequeña.


—¿Superdotada?


—Pertenece al club Mensa —Paula volvió a cambiar de posición y, en esa ocasión, rozó claramente el pie de Pedro con el suyo.


Él fingió no haberlo notado.


—Catalina aterroriza a mis padres.


—¿Y a ti no?


—A mí también, pero cuando ella les señala sus debilidades y defectos, ellos reaccionan a la defensiva.


—¿Y qué haces tú? —él deslizó un pie hasta el fondo de la bañera y se encontró con el sedoso tobillo de ella, al que 
propinó un suave empujón.


—Reconozco humildemente que tiene razón y prometo esforzarme más la próxima vez.


—No me dejes así —Pedro volvió a empujarla ante su repentino silencio—. ¿Cuál ha sido su última crítica sobre ti?


—Digamos que no le gustan los vestidos de dama de honor.


La pequeña Catalina pensaba que la boda de su hermana con él era una mala idea.


No. Ella se refería a la boda de su hermana con Matias.


—Me temo que si los Chaves y los Alfonso se fusionan —el recuerdo lo irritó—, tendré mi propia dosis de Catalina. ¿Tiene aspiraciones dentro de la empresa de tu padre?


—Sus aspiraciones consisten en conquistar el mundo. Paz global para las masas y Justin Timberlake para todas las adolescentes —ella movió de nuevo la pierna y rozó con su sedosa piel la rugosa pierna de Matias—. En serio, yo la veo como la directora ejecutiva de Chaves en un futuro no muy lejano.


—¿Y qué pasa contigo? —él se estiró un poco más para poder enganchar el tobillo de ella con su pie. Estaban enlazados, pero a ella no parecía molestarle.


—¿Qué pasa conmigo?


—¿Tienes algún interés en implicarte en el negocio familiar? —¿era su imaginación o ella parecía estar sin aliento?


—Estás de broma, ¿no? —Paula rió—. Mi padre no encontraría ninguna utilidad en Chaves Industries para mis conocimientos de español y francés.


¿Qué pasaba con el alemán? ¿También hablaba ella alemán? Pedro tuvo que recordarse que su intención era sonsacar cualquier cosa que ella supiera sobre los negocios de su hermano, no concentrarse en encontrar la pierna de Paula bajo el agua.


—Paula…


—No me digas que te sorprende. Seguro que mi padre ya lo ha dejado claro. La primera y única vez que aprobó algo hecho por mí fue cuando accedí a casarme con Matias Alfonso.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario