miércoles, 31 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 22




En el dormitorio principal, Paula se concentró en borrar su presencia de la casa de Anibal. A lo mejor, pero sólo a lo mejor, si ella fingía que nunca había estado allí, los días pasados serían como un sueño, un mal sueño, del que despertaría.


Eso no significaba que el monstruo no fuera capaz de dar con ella una última vez. Aunque esperaba que Matias… no… Pedro, se mantuviera alejado de ella después de lo que había confesado en la cocina, de repente sintió un cosquilleo en la base de la columna y se giró para encontrarse al hombre que la había engañado apoyado contra el quicio de la puerta. Ella desvió la mirada y siguió arrancando las sábanas del colchón.


—¿Qué haces? —preguntó él en voz baja.


—No te preocupes, volveré a hacer la cama —dijo Paula, que ya tenía apiladas las toallas en el suelo, junto con las fundas de almohada.


—Paula… —empezó a decir él. La tensión era cada vez mayor y ella percibió la rigidez en su mandíbula. Tras emitir un suspiro, él se marchó.


Paula dejó escapar el aire y frotó sus húmedas manos contra los vaqueros. Le resultaba una tarea ingente conservar la dignidad en su presencia, prácticamente imposible. Sin embargo, no iba a marcharse antes de terminar con ese proceso de catarsis.


O táctica de evasión. A lo mejor se trataba de eso. Porque, aunque ella sabía que Pedro la había traicionado, todavía no era plenamente consciente de ello. Por el momento estaba aturdida, y así era como quería sentirse.


La sábana bajera se unió al montón de ropa sucia. Después, ella se dirigió al pasillo para buscar ropa limpia, pero en su lugar se tropezó con Pedro que llegaba al dormitorio con los brazos llenos de lo que ella buscaba.


—Dámelo —dijo ella mientras le arrebataba el montón.


Paula evitó contemplar su torso desnudo, a pesar de que aún sentía en el dorso de las manos el cosquilleo provocado por las caricias compartidas. Sin decir una palabra, él desapareció en el vestidor, pero volvió enseguida, vestido con unos vaqueros y una camiseta.


En la camiseta se leía El palacio del juego.


Desde luego, él se la había jugado a base de bien.


La idea atravesó sus anestesiadas emociones y la apuñaló directamente en el corazón. Bajó la mirada e intentó calmarse mientras colocaba la sábana bajera limpia.


De repente, se le escapó de las manos y, al levantar la vista, vio a Matias, Pedro, que tiraba de la sábana hacia la esquina opuesta.


—Puedo hacerlo yo sola —espetó antes de sonrojarse, avergonzada, por la pérdida momentánea de compostura.


«Vuelve a tu aturdimiento», se dijo a sí misma. «Deja que crea que no significó nada para ti. Deja que crea que no te importó acostarte con el hombre equivocado».


Entonces, ¿por qué le había parecido tan perfecto?


Se mordió el labio inferior mientras terminaba de hacer la cama. ¿Cuál era la gran sorpresa? ¿Que la había vuelto a fastidiar? Ya se había equivocado en tres ocasiones anteriormente. La cuarta tendría que haber sido decisiva. 


¡Había sido decisiva! Ella había ido al lago Tahoe para romper el compromiso, pero después había conocido a Pedro y él había desbaratado todos sus planes.


Las manos le temblaron al colocar la almohada. De repente, se encontró mirándolo fijamente al otro lado de la cama en la que habían pasado tantas noches juntos.


—¿Por qué lo hiciste?


—Ya te lo dije una vez —él se encogió de hombros y desvió la mirada hacia las sábanas limpias antes de mirarla a los ojos—. Estaba harto de que mi hermano siempre consiguiera todo lo que yo deseaba.


Sin embargo, él no la había deseado. No realmente. 


Simplemente había deseado algo que perteneciera a su hermano.


—¿Te estabas burlando de mí?


—No. Jamás —él cerró los ojos. Luego los volvió a abrir y una tímida sonrisa asomó en la comisura de sus labios—. De acuerdo, puede que cuando llorabas al ver esas películas tan trágicas.


—Eso no ha tenido gracia, Matias —ella gruñó ante su error mientras sentía aflorar a sus ojos unas ardientes lágrimas—. PedroPedro —se dejó caer en un extremo de la cama mientras se frotaba la frente con una mano—. Es curioso, había empezado a pensar en ti como en el gemelo malo. Supongo que tenía razón.


—Supongo que sí —asintió él—. Porque ahora veo claro que mis intenciones…


—¿En serio pretendes tener una explicación para lo sucedido? —ella lo miró anonadada mientras hacía un gesto de invitación con las manos—. Me muero por escucharla.


—Ya te conté lo sucedido con el testamento de nuestro padre —él se pasó una mano sobre el rostro—, y cómo Matias sobornó a un proveedor para lograr ser el primero en ganar un millón.


—Eso es lo que sucedió, según tú.


—Y está volviendo a suceder. Llevo meses negociando con una empresa alemana algo que supondrá el lanzamiento, o el hundimiento, de mi empresa, Eagle Wireless. Todo parecía ir bien, y de repente mi hermano me pidió que le hiciera el favor de ocupar su turno en la casa de Anibal, y yo accedí. Pero el segundo día de mi estancia aquí, descubrí que Matias estaba en Stuttgart, negociando con mi contacto e intentando quitarme el negocio.


Y para un hombre como Pedro, que odiaba perder… No hacía falta que se lo explicara, y ella se sorprendió de que él hubiera sido capaz de ocultar su ira y su frustración durante los días pasados. No era de extrañar que le costara tanto relajarse. Cada minuto con ella era un minuto más en que su empresa corría peligro.


—Pero has de saber que esto —continuó él mientras señalaba la cama a medio hacer—, esto jamás lo hice con ánimo de lastimarte.


—Nunca podrías lastimarme —se mofó ella. Estaba aturdida. Anestesiada. Gracias a Dios, porque las acciones de Matias no justificaban el comportamiento de Pedro con ella—. No me has herido.


—El compromiso…


—Ya lo anulé yo, ¿recuerdas? Ya había roto contigo, por si lo habías olvidado. Ya no llevo tu anillo, ¿no es así? —de repente fijó la mirada en su mano desnuda y rió—. Pero, claro, se trataba del anillo de Matias.


De repente, ella lo encontró divertido. Tan divertido que se echó a reír mientras pensaba en que había querido romper con Pedro, que no era Matias. En acostarse con el hermano equivocado y lo correcto que le había parecido. En quitarse el anillo de Matias para que Pedro no se sintiera mal por haber roto su promesa hacia ella.


En lo que había sentido por el prometido que no era su prometido. Sin dejar de reír, ella enterró el rostro entre las manos y renunció a fingir la menor dignidad.


Todo era demasiado divertido.


—¿Paula? —Pedro corrió a su lado—. ¿Estás bien?


—¿No te parece de locos? —ella tenía las mejillas inundadas de lágrimas.


—¿El qué? —él levantó una mano, como si fuera a acariciarle la mejilla, pero la dejó caer sobre el muslo—. ¿Por qué lloras?


—Me estoy riendo —lo corrigió ella. Tenía que sujetar el estómago con una mano para poder controlarse—. Me estoy riendo porque por primera vez en mi fallida carrera de novia, me había enamorado del hombre que puso un anillo en mi dedo, sólo que al final resultó ser otro hombre distinto —ella se enjugó las lágrimas— Igual que a todos los demás, en realidad yo nunca te importé.


Ella oyó sus propias palabras demasiado tarde. Se dio cuenta de la dignidad perdida demasiado tarde.


Recordó las primeras palabras que él le había dicho demasiado tarde: «Nunca me muestres tus debilidades, porque las usaré en tu contra».





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