viernes, 5 de mayo de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 26




Algo lo despertó.


Pedro tardó un minuto en saber dónde estaba y en darse cuanta de que estaba solo. De pronto oyó el ruido otra vez. 


Un gemido, ahogado por el viento y la distancia, pero que provocaba que aflorara su instinto protector a pesar de que estuviera dormido. Se dirigió al salón y vio que la puerta del jardín estaba abierta.


Paula estaba arrodillada junto al lilo, llorando.


Era injusto. ¿Cuánto más tendría que soportar? Él no sabía si acercarse o no.


«No», pensó. Ella había esperado hasta quedarse a solas.


 Debía respetarla.


Pedro la observó hasta que ella se puso en pie y se dirigió al final del jardín, para sentarse en los escalones con vistas al mar. Parecía tan triste que él no pudo soportarlo más y se acercó a ella, sentándose a su lado. Al principio, ella no dijo nada. Después, lo miró y sonrió con tristeza.


—Lo siento —le dijo—. Sé que esto es patético, pero últimamente ya he tenido bastante y lo de la gata ha sido la gota que colmó el vaso. Era muy linda y voy a echarla mucho de menos.


—Por supuesto que la vas a echar de menos, y nada es patético. Creo que has sido muy valiente —la rodeó por los hombros y la estrechó contra su cuerpo.


Ella apoyó la cabeza en su hombro, haciéndole cosquillas en la oreja con el cabello.


Él le acarició el pelo y se lo retiró del rostro. Era suave como la seda. Precioso.


Ella levantó la cabeza y lo miró, bajo la luz de la luna. De pronto, sintió como si todo hubiera cambiado, e incluso parecía que el mar estuviera conteniendo la respiración.


Paula le acarició el rostro y él volvió la cabeza, la besó en la palma de la mano y la miró a los ojos.


—¿Paula?


Había hablado tan bajito que no estaba seguro de que lo hubiera oído. Ella le acarició el cabello y lo atrajo hacia sí para que la besara en los labios.


—Oh, Paula —murmuró él, y sujetándole el rostro la besó de nuevo, una y otra vez, hasta que el ardor se apoderó de ambos.


Pedro se puso en pie y la ayudó a levantarse. La guió hasta su dormitorio y dejó la puerta abierta para que pudieran oír el mar. Entonces, la abrazó y la besó con delicadeza, sujetándole los hombros con las manos y mirándola a los ojos. Ella se puso de puntillas y lo besó también.


Pedro deslizó las manos por sus brazos hasta que sus dedos se entrelazaron.


—¿Estás segura? —preguntó él para cerciorarse.


—Bastante segura —dijo ella.


—Tendrás que decirme qué tengo que hacer. Nunca he hecho el amor con una mujer embarazada.


Ella se rió.


—Te lo diré cuando lo descubra. ¿Quieres llamar a un amigo?


Él se rió.


—Estoy seguro de que nos las arreglaremos —empezó a quitarle el camisón.


Ella levantó los brazos para ayudarlo. Pedro dejó la prenda en el suelo y le acarició la suave curvatura de su vientre.


—Eres preciosa —dijo él—. Tengo miedo de hacerte daño.


—No me harás daño. Se supone que es bueno para mi.


—¿De veras? —sonrió—. ¿Cómo las vitaminas y cosas así?


—Algo así —ella le bajó los pantalones.


Pedro terminó de quitárselos y permitió que lo mirara.


—Guau —dijo ella, acariciándole los costados antes de colocar la mano sobre su corazón—. Supongo que no puedo decirte que eres precioso, ¿verdad?


Él soltó una carcajada y la abrazó, disfrutando al sentir su cuerpo de mujer contra el suyo. Sintió que un fuerte deseo recorría su cuerpo y, con la respiración entrecortada, la besó de manera apasionada.



*****


Paula se sentía de maravilla.


Nunca se había sentido tan querida, tan mimada, ni tan deseada. Entre los brazos de Pedro se sentía estupendamente. Se movió para poder verlo mejor, tumbado a su lado, con un brazo por encima de la cabeza y una rodilla doblada hacia ella.


Tenía un cuerpo estupendo. Fuerte y musculoso, con una pizca de vello sobre el torso que continuaba hasta su impresionante…


—¿Siempre observas a la gente mientras duerme?


Ella se rió avergonzada y tiró de la colcha para cubrir sus cuerpos.


—Normalmente estoy sola —señaló.


Pedro se volvió para besarla.


—Yo también —le dijo—. Bueno, durante un tiempo.


Ella le acarició el torso y le dijo:
—Háblame de Kate.


Él se quedó inmóvil.


—No hay nada que decir. No quiero pensar en ella.


—Pero acabas de hacerlo. Cuando dijiste que habías estado solo durante un tiempo, ella apareció en tu cabeza.


—Vas a insistir hasta que te lo cuente, ¿verdad? —dijo él.


—Probablemente —admitió ella, acariciándole la mejilla.


Él suspiró con fuerza y se colocó boca arriba otra vez, atrayéndola contra el lateral de su cuerpo.


—Éramos pareja. Trabajamos juntos durante tres años en varios proyectos y durante dieciocho meses ella se estuvo acostando con otro miembro del equipo.


Paula se incorporó sobre un codo y lo miró.


—Oh, cielos. ¿Y tú trabajabas con los dos? ¿No deseaste matarlo?


—A ella.


—¿A ella?


—A ella. Angie. ¿Y cómo se compite con algo así? Si se trata de otro hombre, uno juega al mismo nivel. Se tiene un coche mejor, más ingresos… Lo que sea. ¿Pero con una mujer? ¿Por dónde se empieza?


—¿Y por dónde empezaste? —preguntó ella.


—Me fui. Vendí, me mudé y regresé aquí.


—Y no se lo contaste a nadie.


—¿Cómo lo sabes?


—Porque les he preguntado por Kate y no sabían nada. Emilia dijo que tenías que contarlo tú, y que me deseaba suerte porque nadie había conseguido que lo hicieras —lo acarició—. Es una faena. Acostarse con los dos y no decírtelo. Mentirte de esa manera, durante años. Terrible. No me extraña que huyeras.


—No huí. Me fui despacio. Y ella trató de seguirme y yo le dije que se fuera al infierno. Y después, su novia la dejó.


—¿Y por qué no os contó lo que sentía? ¿Por qué fingía?


Él se encogió de hombros.


—Su padre era pastor en una iglesia. Que viviera conmigo ya era bastante malo. Vivir con una mujer habría supuesto el fin. No podía decírselo. Y supongo que la coartada le servía.


—Así que ¿te utilizó de coartada?


—Supongo que sí.


—Es una locura.


—Sí. Pero bueno, ya está superado.


Paula no pensaba que fuera cierto. Él le había dicho que no era lo que ella necesitaba. Y eso significaba que no se consideraba lo bastante bueno.


¿Por el daño que le habían hecho?


Además, él debía de haber amado a Kate.




*****


Al día siguiente, como era fin de semana y Pedro no tenía que trabajar, fueron a comprar ropa para el bebé. Ella le dijo que era demasiado pronto, pero él insistió.


—Nunca se sabe cuándo puede nacer —dijo él, y la convenció.


Compraron todo tipo de cosas. Un carrito, una cuna, y ropa. No para el bebé, ya que Georgia y Emilia le habían dejado todo tipo de prendas. Compraron ropa interior para ella.


Sujetadores, como uno que le había prestado Georgia, y algunas bragas.


«Algo bonito para que Pedro pueda quitármelo», pensó ella, y se sonrojó.


—Si estás pensando lo mismo que yo, podrían detenernos —le murmuró Pedro al oído, provocando que ella se sonrojara aún más.


—Basta —dijo ella.


Ambos empezaron a reírse tontamente y tuvieron que salir de la tienda para que no les llamaran la atención. Entraron en otra tienda y ella se compró varias prendas de ropa interior. Paula protestó por el precio, pero él sonrió con picardía y dijo que eran cosas para él, y no para ella, y ella bromeó acerca de lo ridículo que se vería con esas prendas puestas.


Era un día fabuloso. Comieron frente al mar y dieron un paseo por la playa, donde contemplaron la polémica escultura con forma de vieiras que había hecho Maggi Hambling's.


—Me encanta —dijo ella, acariciando el metal.


—Y a mí. Hay mucha gente que la odia, o a quienes no les gusta dónde está situada. Dicen que cambia el paisaje de la playa, pero a mí me encanta. Es fluida. Y bonita.


Continuaron hasta las marismas y después regresaron al coche para volver a casa.


«Casa», pensó Paula. Era curioso cómo se había 
acostumbrado a esa palabra.


Al salir del coche, Pedro le entregó la bolsa de ropa interior mirándola con brillo en los ojos, y después estuvieron entretenidos un buen rato.


Salieron a cenar al restaurante chico en el que habían comprado comida para llevar la primera noche, una semana antes, y después se sentaron en el mismo banco, agarrados de la mano. Paula se sorprendía al pensar que sólo había pasado una semana.


Y tenía la sensación de que llevaban juntos una eternidad.



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