martes, 2 de mayo de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 15





—¿Por dónde quieres que empiece?


Ella lo miró extrañada, sin estar segura de que pudiera creer una sola palabra de su boca, pero había dejado la verja abierta, le había mostrado dónde estaba el botón para abrir y le había dicho la contraseña por si en algún momento se encontraba la verja cerrada.


También le había dado la llave de la puerta principal y de la lateral, el código de la alarma, doscientas libras en efectivo y una tarjeta de banco con la contraseña.


¿Tanto confiaba en ella?


Paula se dio una ducha en la habitación de invitados y, cuando salió, Pedro ya había secado a la gata, le había dado de comer y había deshecho la bolsa de Paula.


—Tu ropa está empapada —dijo él, frunciendo el ceño. Se marchó un instante y regresó con un par de pantalones de chándal, una camiseta y un albornoz. Todo le quedaba grande, pero no le importaba. Estaba calentita y la gata estaba dormida en su regazo, su ropa estaba en la lavadora y ella estaba esperando a que él empezara a hablar.


Pedro también se había duchado. Se había puesto unos vaqueros viejos y una sudadera de algodón. Con los pies encima de la mesa, volvió la cabeza y la miró a los ojos.


—Empieza por el principio —dijo ella—. Desde que te diste cuenta de que yo estaba viviendo en el hotel y decidiste poner en marcha este plan.


—No es un plan.


—Entonces, ¿cómo lo llamarías? Ah, sí, ya lo recuerdo… Solucionar un problema —dijo ella—. Creo que ésas fueron tus palabras.


Él blasfemó en voz baja y se pasó las manos por el cabello.


—Fue como quince días después de que formalizáramos el contrato de compraventa…


—¿Formalizarlo? —preguntó ella, mirándolo con pavor.


—Sí… ¿Creías que tratábamos de arruinarte la vida por que sí? Por supuesto que hemos formalizado el contrato. Lo hicimos el día antes de que Bernardo muriera.
Acordamos que él podía quedarse allí durante un mes después de la formalización para que buscara un lugar donde vivir, pero si te soy sincero, creo que él sabía que se
estaba muriendo y que quería tener el dinero en el banco antes de que falleciera, así que permitió que siguiéramos adelante con la compra.


—Y murió antes de que pudiera hacer nada con el dinero —dijo ella—. Pero si le habéis pagado el dinero… ¿Dónde está? ¿Lo tiene Ian?


—No, supongo que no. El banco no lo entregará hasta que no se haya nombrado un albacea. Hicimos una pequeña retención, que pagaríamos cuando nos entregaran la propiedad vacía, y todavía la tenemos porque, por supuesto, hasta hoy, no hemos tenido la propiedad vacía.


—Hasta que se te ocurrió la manera de sacarme de allí.


—No fue así —suspiró él—. Bueno, supongo que sí, pero no por ese motivo.


—Entonces, ¿por qué?


—¡Por qué era muy peligroso! Anoche no dormí pensando en que se te podía caer el techo, y estaba en lo cierto, porque cuando regresé esta mañana, la plancha del techo de la escalera se había caído. El tejado está hecho añicos, Paula. Ya viste cómo se caía una plancha el otro día. La madera está podrida y, seguramente, las viguetas también. Sólo es cuestión de tiempo hasta que se caiga todo el edificio. Y había que pensar en el bebé que llevas en el vientre.


Ella bajó la mirada y se acarició el vientre. Pedro tenía razón, había sido peligroso estar en el hotel. La noche anterior se había asustado al oír que se caía el techo del pasillo pero, una semana antes, ella estaba en el baño cuando se cayó el
techo de la habitación y esa vez se asustó de verdad. Toda su ropa se había estropeado y el colchón había quedado empapado y lleno de escayola.


Si hubiera estado en la cama en ese momento…


Se estremeció y frunció el ceño.


—¿Estás bien? ¿Has entrado en calor?


—Sí —contestó, aunque no era cierto que se encontrara bien.


—Paula, sé que no te lo vas a creer, pero yo quería que salieras de allí por tu bien, y si de paso eso significaba que el edificio quedaba vacío, mejor. Si hubiese sido un lugar seguro, habría permitido que te quedaras si eso era lo que querías, y mañana te habría llevado a ver a los asesores legales para hablar del tema.


—¿Para poder solucionarlo todo y deshaceros de mí cuanto antes?


—Porque no quiero que te engañe un hombre que ni siquiera se molestó en visitar a su padre enfermo hasta que estaba muriéndose —dijo él.


¿Podía creer lo que le decía? Parecía bastante enfadado.


Ella suspiró. No tenía otra opción. No tenía dónde vivir, ni dinero. Y, además, pronto nacería su hija. No tenía posibilidad de elegir, y estaba cansada de luchar.


—Sabes, si hubiera sabido que habíais formalizado el contrato de compraventa y que hiciera lo que hiciera no podría evitar que el dinero cambiara de manos, no habría pasado tanto tiempo en ese lugar tan horrible —dijo ella—. Pensé que estaba retenido en espera de la autenticación del testamento… ¿Y por qué no me echasteis sin más?


Él se rió.


—Lo íbamos a intentar —dijo Pedro—. Por eso mañana vamos a ver a los asesores. Teníamos dificultades para desahuciarte, y además estaba el tema de tu seguridad y de nuestra responsabilidad hacia ti —dijo él—. Íbamos a demoler esa zona, y tú estabas retrasando nuestros plazos. Mañana teníamos una reunión con los asesores legales para hablar de ello.


—¿Y por qué me ofreciste el trabajo? Quiero decir, si tu equipo de asesores estaba a punto de sacar las pistolas, ¿por qué no permitiste que lo hicieran?


Él miró a otro lado.


—Porque descubrimos que estabas embarazada.


—¿Y?


—Pues que hay cierta diferencia. Una gran diferencia. Mi hermana estuvo en una situación parecida a la tuya cuando se quedó embarazada, y regresó a vivir con nuestros padres. Era un poco mayor que tú, con una hija pequeña y otro bebé en camino, pero al menos tenía familia donde acudir. Tú no tienes dónde ir, y por mucho que creas que soy un cretino, no podía dejarte en la calle. Y no pensé que aceptaras un gesto caritativo, y has de admitir que no me vendría mal tener a alguien que me ayude a mantener mi casa en orden. Además, tengo mucho sitio.


Ella no podía discutírselo, pero había algo en la manera en que él evitaba mirarla que hacía que dudara acerca de sus motivos. O bien trataba de ocultarle algo o había algo que no quería compartir con ella. ¿Algo relacionado con Kate? Fuera lo que fuera, trataría de averiguarlo más tarde.


—¿Y cómo descubristeis que yo estaba allí? —preguntó ella.


—Nos dijeron que había un inquilino que no quería marcharse, alguien que había trabajado en el hotel y que reclamaba su derecho a la propiedad. Dijeron que no había problema y que te marcharías cuando terminara el mes. Y después, pasó el mes y tú seguías allí.


—¿E Ian te dijo que yo no tenía derecho a la propiedad?


—Así es. O sus abogados, aunque no sé cómo pudieron decir tal cosa sin el testamento.


—Incluso sin el testamento, hay una posibilidad de que yo pueda reclamar la propiedad para mi hija. Hay una ley antigua que habla sobre los bebés que todavía están en el vientre de su madre.


Él asintió y ella lo miró a los ojos.


—Pero antes de hacer nada, tengo que demostrar que es hija de Jaime.


—¿Hay alguna duda?


Ella lo miró fijamente y él levantó las manos.


—Sólo pregunto,Paula. Podría ser importante. Si no estás segura, tenemos que saberlo antes de pagar.


—¿La desconfianza es algo característico en vuestra familia? —preguntó ella—. Es hija de Jaime. Por supuesto que lo es. No soy yo quien necesita la prueba, Pedro
añadió—. Es el juez. Y si Ian consigue el dinero antes de que nazca…


—Pero no lo conseguirá. Todavía no lo tiene, y si tú reclamas ese dinero, no declararán a un albacea hasta que todo quede demostrado. Nuestros abogados te lo explicarán mañana y empezarán a mover el tema… Suponiendo que quieras hablar con ellos.


Paula tenía que tomar una decisión. Podía regresar a la calle, ponerse en manos de los servicios sociales e intentar librar la batalla legal sin recursos, o podía quedarse en aquella casa preciosa con un hombre que, a pesar de que no tenía motivos para confiar en ella, había sido amable y le había ofrecido ayuda para librar la batalla legal desde una posición segura.


Y eso era lo que necesitaba.


Seguridad.


Para ella y para el gato, y sobre todo para su hija.


—¿Paula?


Ella lo miró a los ojos y trató de sonreír.


—Lo siento. Creo que quizá te haya juzgado mal. Al menos, te debo el beneficio de la duda.


—Creo que es razonable que me hayas juzgado mal, en vista de lo que has oído —dijo él con una media sonrisa. Después, frunció el ceño—. ¿Puedes perdonarme? ¿Perdonarnos? ¿Y te quedarás aquí?


Paula pensó en ello. Quizá tuviera que pasar un tiempo antes de que pudiera perdonarlo, y tendría que pensárselo mucho antes de perdonar a Emilia, pero ¿quedarse en aquella casa? Quizá.


—Dijiste algo de un contrato de trabajo. Creo que sería una buena idea dejarlo todo aclarado. No quiero que nadie haga insinuaciones.


Él asintió.


—Por supuesto. Podemos hacerlo mañana.


—Y mencionaste algo sobre la cena —añadió.


—Así es —dijo él con una sonrisa—. Hay un guiso de pollo… Ya está en el fuego.


Ella sonrió despacio.


—Entonces, empecemos por ahí y mañana nos ocuparemos del resto.






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