miércoles, 12 de abril de 2017

MI MAYOR REGALO: CAPITULO 8




Pedro abrió dos latas de comida de gato y las vació en los pequeños cuencos de cerámica con los nombres de Lucy y Ethel. Las gatas de Paula observaron y aguardaron sin acercarse a los cuencos hasta que Pedro se retiró para sacar el saco de pienso de la despensa. Fred y Rick yacían echados en la alfombra situada junto a la mesa de la cama, observando atentamente los inmaculados platos de metal con sus nombres.


Mientras la acostaba un rato antes, Paula le había pedido que les echara de comer a los animales alrededor de las seis.


Pedro se lavó las manos y seguidamente se sirvió una taza de café recién hecho. Tras regresar al salón se relajó en la enorme butaca y subió el volumen del televisor para oír las noticias.


Había pasado la tarde viendo un partido de fútbol y echando una ojeada a Paula de vez en cuando.


— ¿Pedro?


Dio un salto al oír su voz. El corazón se le aceleró. Se levantó y corrió por el pasillo. Tras abrir ligeramente la puerta, se asomó al dormitorio. Paula estaba sentada en la cama, apoyada en las almohadas. Había recuperado el color y sonreía.


— ¿Te sientes mejor? —preguntó Pedro.


—Mucho mejor, gracias.


—Tienes buen aspecto —Pedro abrió del todo la puerta, pero no entró en la habitación—. ¿Necesitas algo?


— ¿Has estado aquí todo el día?


—Sí.


—No tenías por qué haberte quedado.


—Pero preferí hacerlo —reconoció él—. Por si me necesitabas. Al fin y al cabo, por eso, entre otros motivos, estoy en Crooked Oak. Para cuidar de ti.


— ¿Qué has hecho para matar el tiempo?


—He visto un partido de fútbol —por qué diablos tenía que tener tan buen aspecto? Con el cabello desarreglado y sin una gota de maquillaje en la cara, parecía sumamente dulce y sexy. Sí, por eso era... Por eso la encontraba tan atractiva. Por aquella combinación contradictoria de dulzura, inocencia y tentadora sensualidad. Probablemente no tenía idea de lo atractiva que era. Ni de lo mucho que él la deseaba—. Ah, sí. Y le he echado de comer al zoo.


— ¿Al zoo? —Paula emitió una risita—. ¿Llamas zoo a dos perros y dos gatos? Si de verdad quieres ver un zoológico, pásate por el refugio alguna vez.


—Trabajar con tantos animales no te acarreará ningún problema, ¿verdad? Quiero decir, al estar embarazada. He oído que algunos transmiten enfermedades, sobre todo los gatos.


—Es cierto. Pero ahora Scooter hace la mayor parte del trabajo en el refugio. De todos modos, agradezco que te preocupes por mí.


—Pues claro que me preocupo. Eres la mujer de Leonel y una de las mejores amigas de Teresa.


«Eso es, Alfonso. Déjale bien claro que no sientes nada personal por ella.»


—Sí, soy la viuda de Leonel —dijo Paula con voz serena—. Siento mucho que mi embarazo te haya complicado la vida, Pedro.


—No es culpa tuya. Ninguno de nosotros sabía que Leonel sería asesinado —maldición, la conversación empezaba a resultarle incómoda—. Aunque no hubieras estado embarazada, probablemente habría accedido a regresar al pueblo para finalizar el trabajo de Leonel. Deseo que su asesino sea detenido y castigado —Pedro se metió las manos en los bolsillos y se meció sobre sus talones—. Bueno, ¿necesitas algo?


—Tengo hambre.


— ¿Hambre?


— ¿Puedes prepararme un puré de patatas? Siempre que enfermaba de niña, tía Alicia me preparaba puré.


—No soy buen cocinero, pero si eso es lo que te apetece, lo intentaré.


—Gracias.


Pedro deseó que Paula no lo mirase agradecida con aquellos enormes ojos azules. No deseaba prerar1e una comida... sino hacerle el amor.


—Tardaré un rato —dijo—. ¿Necesitas algo más?


—No, gracias. Creo que podré ir al lavabo sola —Paula retiró la sábana y se levantó apoyándose en ambas manos en
el borde de la cama. El camizon cayó hasta sus tobillos, cubriendo el suave satén de su piel desnuda. Pedro sintió que su miembro viril se tornaba rígido y pesado. Se giró rápidamente y salió del dormitorio.


—Volveré con el puré en cuanto pueda —gritó desde el pasillo.


Paula sacudió la cabeza, sintiendo una mezcla de tristeza y de diversión. ¡Pedro Alfonso le tenía miedo! La revelación la sorprendió.


Le tenía el mismo miedo que ella siempre le había tenido a él. Pero, ¿por qué? ¿Qué peligro representaba ella para Pedro?


«No desea ser padre» le recordó una voz interior. «Y tú estás embarazada de él.»


—No desea amar a este hijo —se dio una palmadita en el vientre conforme se dirigía al cuarto de baño—. Teme encariñarse conmigo o con el bebé.


Justo mientras acababa de utilizar el aseo, Paula oyó el Jeep de Pedro. ¿Adónde iría? No había dicho que pensara marcharse.


Se echó un vistazo en el espejo e hizo una mueca de disgusto.


«Necesito darme un baño»


Pero se sentía débil como un gatito. ¿Y si se caía en la ducha?


Tras asearse rápidamente en el lavabo con una esponja, Paula se cepilló los dientes, se peinó y se cambió de camisón. Cuando se hubo sentado en la mecedora situada junto a la ventana del dormitorio, oyó de nuevo el Jeep. Fred y Ricky ladraron un par de veces, y Pedro les regañó.


Paula esbozó una sonrisa. Su voz era dura y masculina, pero ella sabía por propia experiencia que, al igual que Fred y Ricky, era perro más ladrador que mordedor.


Quizá aún no la quisiera ni a ella ni a su hijo, pero en aquellos momentos estaba en la cocina, preparándole algo de comer.


Confortándola. Cuidándola. Dudaba que alguna vez hubiera hecho algo semejante por otra mujer.


Paula volvió a sonreír. Era una sonrisa de satisfacción. Roma no se construyó en un día, se dijo. Vencer sus propios temores y los de Pedro llevaría algún tiempo, pero era necesario, por el bien del hijo que llevaba en su interior.


Oyó que llamaban suavemente a la puerta del cuarto.


— ¿Sí?


—El puré de patatas está listo —comunicó Pedro.


—Estupendo. Me muero de hambre. Pasa.


—Es precocinado —confesó él—. Fui a los ultramarinos de la esquina a comprarlo. He seguido las instrucciones al pie de la letra, pero creo que ha quedado algo grumoso.


—Seguro que está delicioso —dijo ella consiguiendo no echarse a reír.


Alzó la cuchara, y el puré permaneció pegado a la superficie del utensilio


Paula se quedó mirando el amasijo de patata.


— ¿Le pasa algo?


—Oh, no. Está estupendo —Paula se acercó la cuchara a la boca y lamió la espesa y blanquecina masa. Aparte de los grumos, lo cierto era que no había mal. Claro que estaba muerta de hambre...


Pedro permaneció de pie a su lado, observándola mientras engullía varios bocados, y por fin se relajó.


Hombres, se dijo Paula. Quizá ni él mismo era consciente de hasta qué punto deseaba complacerla. De lo importante que era para él su aprobación.


Comió la mitad del puré precocinado y luego le pasó el tazón a Pedro.


—Estaba delicioso, pero creo que mi estómago no admite ni una cucharada más. Gracias por ser tan bueno conmigo, Pedro.


¿Acaso era rubor lo que teñía de pronto sus mejillas?, se preguntó Paula. ¡Sí, lo era! Había conseguido que se sintiera apurado.


Sonrió, apenas incapaz de reprimir la risa que pugnaba por salir al exterior.


Al darle el tazón, Paula permitió deliberadamente que sus manos se rozaran. Un contacto electrizante, estremecedor. Pedro la miró a los ojos y, por un efímero instante, ella pensó que la besaría. Pero se limitó a tomar el tazón y a retroceder rápidamente.


—Arreglaré la cocina y después me iré a...


— ¿Pedro?


— ¿Sí? —Él interrumpió su brusca retirada.


—Sé que sería una especie de imposición, pero... bueno, ¿te
importaría quedarte aquí a pasar la noche? Hay cuatro dormitorios arriba. Puedes escoger el que quieras.


— ¿De veras necesitas que me quede? Estamos prácticamente puerta con puerta. Podrías llamarme...


—Es cierto. Olvídalo. Supongo que sólo estoy nerviosa tras el susto de hoy.


—Puedo quedarme un rato más, si así te sientes mejor.


—De acuerdo. Gracias. Y lamento mucho haberte pedido que te quedes a pasar la noche. Me hice la promesa de no constituir una carga para ti. Y mírame. Embarazada de tan sólo dos meses y ya empiezo a exigirte cosas...


—Pedirme que me quede a pasar la noche no es ninguna exigencia — dijo Pedro de espaldas a ella—. Si así te sientes más tranquila, me quedaré.


—No tienes por qué hacerlo. De verdad.


—Decidido. Me quedo —dicho esto, Pedro salió del dormitorio.


Fin de la discusión. Paula sonrió y se rodeó el vientre con los brazos.


—Tu papá va a pasar la noche con nosotros, cariñito mío.




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