sábado, 22 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 13





—Bueno, ¿qué tal van los preparativos para la fiesta de caridad? —preguntó Pato mientras cruzaba el precio original de un árbol de navidad y ponía el precio rebajado.


—No lo menciones —respondió Paula alzando los brazos en señal de desesperación—. Cora Woolton se niega a hacer cambio alguno, quiere que siga igual que durante los últimos cien años. Esta fiesta de caridad es para conseguir dinero para la biblioteca, el pequeño teatro infantil y la sociedad de Nuevos Comienzos. A Cora no se le mete en la cabeza que no podemos gastar una fortuna en la fiesta y sacar dinero al mismo tiempo.


—En fin, ya conoces mi opinión sobre la señora Woolton. No está realmente interesada en ayudar a nadie.


—No me queda más remedio que estar de acuerdo contigo —dijo Paula.


—Apuesto a que todavía está haciéndote insinuaciones sobre Pedro, ¿me equivoco?


—No, no te equivocas. Está enfadada desde que se enteró de que Pedro comió en casa el día de Navidad.


—¡Cómo se habrá puesto al enterarse de que ahora vive en el ático de la tienda!


—No lo sabe, no es asunto suyo.


—En eso tienes razón —dijo Pato.


Pedro necesitaba un sitio donde estar, ¿no? No podía quedarse más tiempo en el albergue y el ático estaba vacío, a excepción de unas cajas y alguna cosa que otra.


—Paula, no tienes que justificarte delante de mí. A mí me gusta mucho Pedro. Me encantaría que tuvierais una relación.


—No vamos a tener una relación. Pedro y yo somos amigos simplemente. Es mi empleado, eso es todo.


—Es un empleado que ya no necesitas. La Navidad ha pasado. Estamos a mediados de enero y nadie compra nada. Deberías haberle despedido hace ya una semana, pero no lo has hecho. Y tampoco te he oído decir que vayas a despedirle pronto.


—De acuerdo, admito que no quiero que se vaya de Marshallton y que la única forma que se me ocurre de retenerle es dejándole que siga trabajando aquí.


—¿Por qué no quieres que se marche? —preguntó Pato cogiendo un bote de limpiacristales y un paño.


Pedro no tiene sitio a donde ir —respondió Paula acercándose al mostrador y cogiendo un plumero—. Si se marcha, volverá a quedarse en la calle. Es invierno y hace un frío de muerte. No puedo soportar la idea de que esté solo, hambriento y sin un techo donde pasar la noche.


Pato se puso a limpiar el mostrador de cristal.


—Si no te importara, no te preocuparías tanto por él.


—Claro que me importa. Me importa mucho más de lo que debería.


Paula comenzó a quitar el polvo con suma energía. Pato dejó el bote de limpiacristales y el paño encima del mostrador.


—¿Por qué vas a ir a la fiesta de caridad con Sergio?


—Porque Sergio y yo seguimos saliendo juntos.


—¿Por qué no le pides a Pedro que te acompañe?


—Pato, por favor… Pedro y yo nos comprendemos. Yo quiero casarme, tener un hijo y una vida estable. Pedro es un vagabundo que no quiere casarse ni tener hijos.


—La gente cambia de ideas —comentó Pato.


Paula se volvió y miró a Pato fijamente.


—Sí, la gente cambia de ideas, pero… ¿Cuánto tiempo crees que necesitaría Pedro para cambiar de opinión? ¿Un año, dos… diez? A mí no me queda mucho tiempo.


—Así que estás decidida a conformarte con Woolton, ¿no? —preguntó Pato sacudiendo la cabeza.


La puerta de la tienda se abrió en ese momento y el teniente McMillian entró.


—Buenos días, señoritas. Hace un día estupendo si no fuera por el frío.


Mac se quitó el sombrero y se acercó a Paula.


—¿En qué puedo servirle, Mac? —preguntó Paula.


—Señorita Paula, lamento mucho venir a molestarle, pero… Bueno, es mi deber.


Mac miró a Paula con el ceño fruncido.


—¿De qué se trata?


—¿Sigue trabajando Pedro Alfonso para usted? —preguntó el teniente.


—Sí.


Paula sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.


—Verá, necesito hacerle unas cuantas preguntas. ¿Está aquí, en la tienda?


—Sí, está en la trastienda —respondió Paula—. Yo… iré a avisarle.


—Si le parece, la acompañaré y así hablaremos allí. De esa forma, la gente que pase no nos verá y no empezará a hacer comentarios.


—Sí, gracias. Es una buena idea.


Dejando a Pato con los ojos desmesuradamente abiertos, Paula condujo al teniente de policía hasta el almacén. 


Cuando abrió la puerta vio a Pedro recogiendo basura.


Pedro se volvió y sonrió al ver a Paula. Luego, advirtió la presencia del policía.


¿Qué había ido a hacer McMillian allí? ¿Acaso estaba dispuesto a molestarle?


—¿Ocurre algo, Paula? —preguntó Pedro.


—Mac… El teniente McMillian quiere hacerte unas preguntas.


—¿Sí? ¿Sobre qué? —preguntó Pedro apartándose del cubo de basura.


—Ha habido otro robo. El tercero desde que está usted en la ciudad, amigo.


Mac rodeó a Paula, que permanecía en el umbral de la puerta, y entró en la trastienda.


—¿Y?


Pedro se volvió de espaldas al oficial y cruzó la habitación para abrir la puerta trasera.


El frío viento de enero invadió la estancia. Paula tembló.


—¿Adónde cree que va? —preguntó McMillian.


—Creo que voy a sacar la basura. Hoy viene el camión y llegará dentro de un momento.


—No se haga el listo conmigo —dijo Mac acercándose apresuradamente a la puerta.


Mac salió al callejón, donde ahora se encontraba Pedro.


Paula quería seguirlos, pero no podía moverse de donde estaba. Se encontraba como paralizada.


—¿Qué pasa? —preguntó Pato, que se había acercado a Paula.


—Mac cree que Pedro está involucrado en los robos que ha habido recientemente en Marshallton.


—Eso es ridículo —dijo Pato.


Paula y Pato se acercaron a la puerta trasera, aunque vacilaron antes de salir.


Mac le puso una mano en el hombro a Pedro. Este dejó la bolsa de plástico con la basura en el callejón y retiró la mano del policía.


—Escuche, no sé nada sobre esos robos.


—Amigo, se me está acabando la paciencia.


—Y a mí se me va a agotar también como me siga llamando amigo —le espetó Pedro.


Mac señaló a Pedro con el dedo índice de la mano derecha.


—Voy a vigilarle y, como vea algo que no me guste, se le va a caer el pelo. ¿Me ha comprendido, amigo?


—No sé quién demonios se cree que es —dijo Pedro en voz baja y grave—. Sin embargo, Mac, le advierto que no soy un ignorante pedigüeño a quien puede usted molestar a su antojo. Conozco mis derechos y, si sigue molestándome, le aseguro que voy a hacerle papilla.


Mac retrocedió unos pasos con la mano sobre su pistola. 


Tragó saliva y se aclaró la garganta.


—Si hace un movimiento en falso, estará en la celda en un abrir y cerrar de ojos —dijo Mac en tono amenazante.


Mac se dio media vuelta al instante, pasó junto a Pato y Paula apenas asintiendo con la cabeza en su dirección, y se marchó de allí precipitadamente.


—Vaya, vaya… Parece que nuestro señor Alfonso sabe cuidar de sí mismo — comentó Pato.


—¿Pedro? —dijo Paula acercándose a él.


—No sé nada sobre esos robos —le dijo él poniéndole las manos sobre los hombros.


—Te creo —respondió ella inmediatamente. De repente, Pedro deseó besarla con todo su corazón. Sin hacer una sola pregunta, le había creído.


Sin poder controlarse por más tiempo, Pedro la estrechó en sus brazos. Fue entonces cuando, por encima de la cabeza de Paula, vio a Pato en la puerta. Pato sonrió y al momento, dándose la vuelta, se marchó.


—Necesito una hora libre —le dijo Pedro a Paula mientras le acariciaba la cabeza.


—Por favor, no…


—No voy a meterme en ningún problema. Es que tengo que ponerme en contacto con un amigo que puede ayudarme.


Paula asintió y Pedro le puso los brazos alrededor de la cintura. Luego, la condujo a la trastienda. Una vez dentro, cerró la puerta y la abrazó y la besó.


Fue un beso fuerte y apasionado. Paula se aferró a él, atrayéndole hacia sí.


Por fin, Pedro se apartó de ella y lanzó un suspiro.


—Tengo que irme ya.


Pedro cogió la chaqueta que colgaba de un perchero, se la puso y abrió la puerta trasera de nuevo.


—Coge mi coche —le dijo Paula pasándose la lengua por los labios.


—No hace falta, iré andando.


Al instante siguiente, Pedro cerró la puerta tras sí y salió al frío invernal.


Cuando Paula volvió a entrar en la parte delantera de la tienda, Pato se le acercó.


—Es todo un hombre, ¿verdad? —comentó Pato.


—Sí que lo es —respondió Paula sonriendo a su amiga.


—¿Por qué no le invitas para que venga con nosotras a celebrar tu cumpleaños este fin de semana? Puedo pedirle a Fred que venga también y así seríamos dos parejas.


Paula lanzó un suspiro.


—No funcionará.


—¿Qué es lo que no funcionará? —preguntó Pato.


Pedro y yo, nuestra relación. Nos atraemos, pero lo demás es un desastre.









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