sábado, 22 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 12




—No tenías que haberme acompañado a casa —dijo Paula mientras descorría el cerrojo de la puerta y entraba en el vestíbulo—. Ahora vas a tener que volver al albergue andando y son casi las diez.


—No me importa dar un pequeño paseo. Sólo es un kilómetro y medio y el ejercicio me ayudará a dormirme antes —respondió Pedro entrando en la casa—. Me gustaría no tener que darte las buenas noches.


—Lo he pasado muy bien contigo —dijo Paula dirigiéndose hacia el cuarto de estar y advirtiendo que todas las luces estaban encendidas—. ¿Tía Mirta? ¿Tía Mirta?


—Quizá se haya metido ya en la cama —dijo Pedro ayudando a Paula a quitarse el abrigo, que dejó encima del sofá.


—Mi tía Mirta nunca se acuesta tan pronto, es un ave nocturna. Nunca se va a la cama antes de las doce.


—Quizá Tomas no se haya marchado y los dos estén comiendo en la cocina.


Paula y Pedro fueron a la cocina. La luz estaba apagada.


—No lo entiendo, ¿dónde puede estar?


—Tranquilízate, cielo, en alguna parte tiene que estar. A lo mejor ella y Tomas han salido a algún sitio.


—¿Por qué iban a marcharse después de habernos echado literalmente de la casa? ¡Oh, Pedro, y si le ha pasado algo!


Pedro colocó las manos en los hombros de Paula.


—No le ha pasado nada. Podría estar descansando en su habitación.


—En ese caso, ¿por qué no contesta?


Paula se apartó de él y comenzó a subir las escaleras, Judd la siguió.


—¿Adónde vas? —preguntó él.


—A ver si está en su habitación.


—Cielo, yo que tú no haría eso…


Pero ya era demasiado tarde.


—¡Oh, Dios mío! —exclamó Paula al ver a su tía Mirta y a Tomas en la cama.


Inmediatamente, Paula sintió el cuerpo de Pedro rozarle la espalda.


—Apártate de la puerta, ciérrala y haz como si no hubieras visto nada —le susurró Pedro al oído.


—Tía Mirta—jadeó Paula.


Mirta Mria alzó la cabeza y enfocó a su sobrina con los ojos.


—Paula, márchate —dijo Mirta abrazada a Tomas.


—Tía Mirta, ¿qué crees que estás haciendo?


Paula era consciente de que su tía no había llevado una vida de celibato, pero era la primera vez que llevaba a un hombre a su dormitorio. Aquello parecía ser la prueba de que su tía había cruzado la línea que la separaba de la locura.


—Estoy disfrutando de la vida tanto como puedo —respondió Mirta sonriendo a Tomas—. Lo estamos pasando muy bien… hablando.


—Paula, vámonos —dijo Pedro.


—¿Estás ahí, Pedro? —preguntó Mirta Maria.


—Sí, señora, estoy aquí.


—Pues en ese caso, llévate a Paula a alguna parte y demuéstrale lo que se ha estado perdiendo —dijo Mirta.


Pedro apenas pudo contener la risa y deseó que Paula pudiera ver el lado humorístico de la situación.


—Mirta Maria Derryberry, exijo que…


Pero Pedro le tapó la boca con la mano y la sacó de la habitación de Mirta. Una vez en el pasillo, Pedro cerró la puerta.


Paula se volvió a él con mirada furiosa.


—Quiero que ese hombre se vaya de mi casa ahora mismo. ¿Qué demonios creen que están haciendo? ¡Tienen sesenta años, no están casados y casi no se conocen!


—¿No te parece que estás exagerando un poco? Después de todo…


—¿Qué sabes tú de Tomas? ¿Cómo puedes estar seguro de que no está utilizando a mi tía? No lo comprendes, Mirta es como una niña. No es… no es muy normal… mentalmente.


—Tomas la quiere —dijo Pedro—. Él me lo ha dicho y yo le creo. No va a hacerle ningún daño.


—Espero que tengas razón. Me siento responsable de ella y si algo le ocurriese…


—¿Comprende Sergio Woolton lo de tu tía, o querrá llevarla a un hospital mental?


—¿Qué estás diciendo?


—Estoy preguntándote si tú y ese tipo habéis hablado sobre Mirta Maria?


—No, la verdad es que no.


Paula había hecho todo lo posible por evitar discutir ese tema con Sergio Woolton.


—¿No crees que deberías hacerlo? —preguntó Pedro—. Es decir, si sigues pensando en la posibilidad de casarte con él? Tiene que saber lo que significa vivir con Mirta Maria.


—Claro, tienes razón.


Paula bajó las escaleras seguida de Pedro, pero al llegar al vestíbulo se detuvo bruscamente y se volvió hacia él.


—Si tú… si las cosas fueran diferentes y estuvieras interesado en volver a casarte, ¿te… que pensarías sobre…?


—Si fuésemos a casarnos, yo consideraría a Mirta Maria como una bendición. Es una mujer muy especial y tienes mucha suerte de que sea parte de tu familia.


Paula sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Pedro se acercó y se los secó con las yemas de los dedos.


«¿Por qué no querrá casarse Pedro?» Se preguntó Paula. «Yo sería una buena esposa y le daría un hijo».


Pero Pedro Alfonso no quería un hijo, lo había dejado muy claro. Era el hombre perfecto para ella, pero era demasiado tarde. Sus vidas no corrían paralelamente.






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