domingo, 9 de abril de 2017

DESCUBRIENDO: CAPITULO 33





Esa noche, a las diez, las maletas de color verde claro de Paula ya estaban cerradas al lado del armario. Sus libros estaban en el bolso de viaje, su ordenador en la funda y había organizado un vuelo chárter para la mañana siguiente a primera hora.


No tenía ni idea de dónde estaba Pedro. No lo había visto durante la cena. Y ella estaba sola en su habitación, sintiéndose fatal.


Intentó concentrarse en la idea de que cinco meses más tarde tendría dos bebés.


Ellos lo serían todo en su vida, dos compañeros perfectos, dulces. Tenía que ser así.


Entonces se dio cuenta de que ya los estaba presionando, antes de que naciesen, de que estaba esperando que llenasen el vacío que Pedro iba a dejar en su vida.



****


El avión debía llegar a las nueve y cuarto.


Pedro se levantó bastante temprano y se saltó el desayuno para meter a los caballos en el establo y limpiar la pista de aterrizaje. Cuando volvió a la granja, vio el equipaje de Paula al final de las escaleras.


Lo metió en la parte trasera del coche sin pensar. Desde que había leído la nota de Paula, había intentado que no le afectase. Había actuado como un robot, era el único modo de hacerlo.


Paula apareció vestida con los vaqueros favoritos de Pedro, unos azules claros, y con una camiseta verde clara con volantes en la parte delantera.


Pedro pensó que había fracasado. Una vez más.


No había conseguido convencer a Paula de que la amaba y de que tenían que estar juntos. Tal vez debía de habérselo dicho antes, con flores y la rodilla clavada en el suelo. En cualquier caso, lo había estropeado todo.


Y ella había vuelto a convertirse en la senadora Chaves.


En esos momentos, ya era demasiado tarde. Se iba a marchar.


Se saludaron brevemente y fueron hacia la pista de aterrizaje. Llegaron a ella al mismo tiempo que el avión.


Paula estaba pálida cuando salió del coche.


—¿Estás segura de que puedes volar? —le preguntó Pedro—. No tienes buena cara.


—Estoy bien. Es sólo que no he dormido mucho. Pedro, quiero darte las gracias… por todo.


Él estaba muriéndose por dentro, pero se obligó a hablar.


—Mírame, Paula.


Ella negó con la cabeza, con la mirada clavada en el avión.


—Paula.


Por fin, giró la cabeza. Tenía lágrimas en los ojos, le temblaba la barbilla.


—Te quiero —le dijo Pedro, y los ojos se le llenaron de lágrimas también—. Te quiero tanto que haría cualquier cosa por ti.


Pedro, por favor —dijo ella, con las lágrimas corriendo por su rostro—. No lo hagas más difícil.


—No puede ser más difícil —dijo él desesperado—. Sabes que vas a tardar mucho tiempo en superar esto, ¿verdad?


Ella se giró de repente y empezó a andar hacia el avión.


Pedro no la siguió. Sólo deseaba soltar las maletas, echarse a Paula al hombro y llevársela de allí.


¿Cómo iba a dejarla marchar?


¿Cómo iba a vivir sin ella?


Paula se detuvo y lo miró. Él seguía allí, con una maleta en cada mano.


Ella miró el avión, después otra vez a Pedro.


Era evidente que estaba dudando. Él se quedó inmóvil, con el corazón acelerado.








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