Pedro salió a la galería que había en la parte trasera de la casa y miró al cielo mientras acariciaba a Cobber.
Había estado a punto de besar a Paula. Había podido oler su piel y un ligero olor a limón de su champú. Había estado a punto de probarla.
Recordó, palabra por palabra, la conversación que habían tenido, cuando ella le había dicho que no invadiera su espacio personal.
—¿Tú qué opinas? —le preguntó al perro—. ¿Ha sido una objeción o una huida afortunada?
* * *
Fuese adonde fuese, podía oír las campanas de la iglesia situada en lo alto de la montaña, y eso la hacía sentirse segura.
Pero su sueño cambió de repente y se encontró en la cocina del restaurante de su tío Luca, donde había pimientos colgados del techo, secándose, y un armario viejo, de madera, con vasos y unos platos gruesos de color blanco.
Olía a salsa de tomate con albahaca y orégano.
También estaban en el sueño sus primos gemelos, Alessandro y Angelo, hijos de Luca. Los tres estaban comiendo espaguetis, felices.
La escena volvió a cambiar. Era una cálida noche de verano y Pau vio a los gemelos tumbados en el balcón de la casa de su tío, observando la luna.
De repente, Isabella apareció en el sueño, pero de adulta, y le gritó a Paula que no sabía nada de aquellos niños, le preguntó de dónde habían salido.
Cuando Pau despertó el sueño seguía pareciéndole muy real, aunque hacía muchos años que Alessandro y Angelo se habían marchado de Italia. Tantos años que Isabella y las hermanas de Paula ni siquiera los habían conocido.
Sus propios recuerdos acerca de los gemelos eran vagos, pero se acordaba de sus ojos brillantes y de sus sonrisas. Y de tener problemas con su madre por haber ido a casa de su tío Luca. Más tarde, le habían ordenado que no hablase al resto de la familia de los gemelos. Ella jamás había comprendido por qué se habían marchado y casi se había olvidado de ellos hasta su última visita a casa.
Suspiró, se dio la vuelta en la cama y recordó la discusión que había habido durante su visita a Monta Correnti.
Había ido a Italia a contar a su familia la noticia de su embarazo, y se había llevado la sorpresa del compromiso de Isabella y Max, pero al final se había vuelto a Australia dolida y perpleja. No entendía por qué su madre había sacado a la luz de aquella manera el secreto que Luca le había guardado siempre a sus hijos.
Lisa había estado poco antes en Nueva York y allí había visto una fotografía de Angelo en el periódico. Uno de los gemelos se había convertido en una estrella del béisbol.
Pero… Pau no entendía por qué su madre había escogido el día del cumpleaños de Luca para sacarlo todo a la luz.
Como era de esperar, la noticia había dividido a la familia, pero la más afectada había sido Isabella.
Completamente despierta, Paula intentó olvidar todo aquello.
Había ido a Savannah a descansar, a disfrutar de su embarazo y a pensar en los cambios que la esperaban, pero no podía evitar estar siempre preocupada por algo.
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