lunes, 3 de abril de 2017

DESCUBRIENDO: CAPITULO 13




Cuando llegó a la cocina Pedro ya había desayunado y se había marchado, así que ella comió algo y volvió a su habitación con una taza de té. Descargó el correo electrónico y se dio cuenta de que le había escrito su madre:
Estoy tan ocupada como siempre, pero el restaurante sigue yendo bien, así que no puedo quejarme. Espero que te estés cuidando, cariño. No te olvides de tomarte el hierro.


A esas alturas, ya debía estar acostumbrada a que su madre fuese escueta, pero, no obstante, deseaba oír que Lisa y su hermano Luca habían hecho las paces. Tal vez fuese demasiado esperar que los hermanos se diesen un beso y se reconciliasen. Su prima Isabella tampoco le había contestado, y eso que le había mandado varios correos.


Tal vez su prima estuviese muy ocupada. Siempre había trabajado más que nadie, ocupándose de sus hermanos desde la muerte de su madre. Incluso en esos momentos, en los que iba a casarse con un príncipe italiano, seguía trabajando duro en el restaurante de su padre.


Era normal que se hubiese disgustado tanto al enterarse de que tenía dos hermanos en Estados Unidos. Pau se sintió culpable por no haberle dicho nada. Aunque era una tontería. Al fin y al cabo, ella había sido sólo una niña, y le había prometido a su madre que no revelaría el secreto.


De repente, llamaron a la puerta. Pau se giró y vio a Pedro, rojo por el sol y sonriendo, vestido con ropa de trabajo. Le alegró verlo.


—¿Cómo estás? —quiso saber él.


—Bien, gracias.


—Me preguntaba si estarías muy ocupada.


En circunstancias normales, habría respondido automáticamente que sí, pero esa mañana no quiso hablar como lo habría hecho su madre.


—¿Por qué me lo preguntas?


—Tenía la esperanza de que pudieses echarme una mano otra vez. Será rápido. Necesito dar de comer a unos terneros.


La idea la tentó al instante, tal vez enternecida por su futura maternidad.


—¿Qué tengo que hacer?


—Conducir la camioneta. Sólo tienes que ir despacio por un camino y yo iré detrás, echando fardos de comida.


—Nunca he conducido una camioneta.


—Las marchas son manuales, las normales —dijo él—. Y ahora que he arreglado los frenos no hay ningún peligro.


Pau pensó en la seguridad del bebé, pero estaba segura de que Pedro jamás la pondría en peligro. Luego pensó en lo duro que sería el trabajo si Pedro tenía que hacerlo solo.


—¿Cuándo quieres que lo hagamos?


—¿Qué tal esta tarde? ¿Sobre las cuatro?


Ella se negó a sonreír.


—De acuerdo.



****


Durante el resto del día, Pau se sintió nerviosa al pensar en que había quedado con Pedro. «Es sólo trabajo. No hay ningún peligro».


Se pasó el día trabajando, comió un sándwich frente al ordenador y a las cuatro se puso unos vaqueros y una camiseta de algodón de manga larga y fue a reunirse con Pedro.


Un poco nerviosa, se puso detrás del volante de la camioneta para practicar, con Pedro sentado a su lado.


No tardó en acostumbrarse a la camioneta y Pedro le indicó que tomase un camino que recorría los campos de hierba seca salpicados de árboles del caucho. Paula disfrutó de la tranquilidad de la tarde, de la inmensidad del cielo azul, de las lejanas colinas y de la luz dorada del atardecer.


Era un mundo muy diferente al suyo.


De vez en cuando se encontraban con una valla y Pedro se bajaba a abrirla, y luego la volvía a cerrar cuando la camioneta había pasado. No tardaron en llegar al pasto donde estaban los terneros.


—Aquí es donde tengo que empezar a echar la comida —le dijo Pedro—. Tú sólo tienes que conducir despacio un par de kilómetros.


Paula vio por el espejo retrovisor cómo se subía Pedro a la parte trasera. Condujo despacio, observando a Pedro por el espejo.


Los terneros empezaron a acercarse y, cuando Paula quiso darse cuenta, habían terminado el trabajo y Pedro volvía a estar sentado a su lado.


—Lo has hecho muy bien —le dijo sonriendo—. Cuando quieras darte cuenta, te habré convertido en una granjera.


Intercambiaron sonrisas.


—Lo próximo será montar a caballo —añadió él.


—No, eso no —respondió ella, pensando en su embarazo.


Volvió a considerar contárselo a Pedro. Al fin y al cabo, él estaba siendo muy simpático, y había conseguido ablandarla a pesar de sus esfuerzos por mantener las distancias.


Tal vez lo hubiese hecho si hubiese pensado que Pedro sólo quería su amistad, pero no podía pasar por alto la atracción que existía entre ambos.


Cuando llegaron a la casa, a Pedro le llamó la atención que Paula no tuviese prisa por entrar. Se acercó a la valla de madera y se apoyó ella.


El sol estaba bajo y el cielo se había teñido de rosa, y se había levantado una fresca brisa. Pau parecía sentirse en casa, con sus vaqueros y su camiseta de rayas. Estaba muy pensativa.


—¿En qué piensas? —le preguntó Pedro.


—En la paz que hay aquí —respondió ella, respirando hondo—. En especial a esta hora del día. La luz es muy suave y la tierra está preciosa, llena de sombras.


—Si no te relajas aquí, no podrás hacerlo en ninguna parte.


—¿Por eso estás tú siempre tan relajado? ¿Es todo el mundo tan tranquilo en el campo?


—Todo el mundo, no. Mi padre nunca se relajaba.


—¿Tu familia todavía vive por aquí?


—No —contestó él, apoyándose en la valla, a su lado—. Soy hijo único y mis padres se separaron hace años. Mi madre se marchó a Melbourne, a vivir con su hermana, y mi padre falleció de un infarto hace unos seis meses.


—Lo siento.


Pedro se encogió de hombros.


—Mi madre ha vuelto a casarse y es muy feliz.


—¿Y tú te quedaste aquí, a trabajar para Eloisa?


—Lo cierto es que terminé aquí, aunque no era lo que tenía planeado —apartó la vista de Pau y vio volar a un pájaro sobre ellos—. Mis padres tenían una ganadería casi tan grande como Savannah.


Pau se giró hacia él.


—¿Te molesta si te pregunto qué ocurrió?


—La perdimos gracias al tozudo de mi padre, que se peleaba con todo el mundo. No quiso seguir los consejos de su contable e invirtió en bolsa. Lo perdió todo. El banco intentó quitarle la finca, pero él se resistió.


—¿Lo llevaron a juicio?


Pedro asintió.


—Duró siglos. Pudieron llegar a un acuerdo, pero mi padre era terco como una mula, no quiso ceder. Y, al final, lo perdimos todo.


—Vaya. Supongo que fue muy duro para tu madre.


—Fue la gota que colmó el vaso.


Paula casi deseó no haberle pedido a Pedro que le contase aquello. Había hecho que se pusiese demasiado serio.


—Al menos sabes que no te pareces en nada a tu padre, Pedro.


—Eso espero. He hecho todo lo posible para no parecerme en nada a él.


—Así que terminaste trabajando para Eloisa —comentó Pau para cambiar de tema.


—Vine cuando falleció el marido de Eloisa y ella se vio asolada por los problemas. Intentaron presionarla para que vendiese la finca.


—¿Y tú la ayudaste?


—Tenía que hacerlo.


Mientras volvían a la casa, Paula pensó que Pedro había decidido no parecerse a su padre. Era un hombre tranquilo, pero se había esforzado en ayudar a Eloisa.


El ritmo de vida del campo iba bien con él.


Habría odiado su ritmo en la ciudad, así que había hecho lo correcto al no permitir que la besase la noche anterior.


Antes o después dejaría de arrepentirse de haberlo hecho.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario