sábado, 29 de abril de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 7





Paula le pidió referencias, por supuesto.


—No puedes decir que no te lo advertí. Sólo por que seas un arquitecto fantástico no significa que no seas un asesino —le dijo.


—¿Y quién consideras que puede darte una referencia sobre mí? Teniendo en cuenta que es domingo.


Ella se encogió de hombros.


—¿Alguien que te conozca desde hace años? ¿Un médico? ¿Un profesor? ¿Un párroco? —lo miró dubitativa—. Probablemente, un párroco no.


—¿Qué tal Hernan Kavenagh?


—¿El chico de la tele? ¿Uno que es corresponsal en el extranjero o algo así?


—El mismo.


—¿Lo conoces? —preguntó ella.


—Somos amigos desde hace años. Ahora somos socios. Está casado con mi hermana. Viven a la vuelta de la esquina.


Ella negó con la cabeza.


—Oh, oh. Tenéis una relación demasiado cercana. Inténtalo otra vez.


—Nico Barón… ¿Has oído hablar de él? Es de los que mueven los hilos en la ciudad… Un buen chico. Es otro de mis socios.


—No.


—¿Y la esposa de Nico? Es arquitecto, pero ahora sólo puede pensar en pañales. Me conoce desde el colegio, ¿te servirá? ¿O también es demasiado cercana?


—¿Cómo de cercana?


Él sonrió un instante.


—La besé una vez cuando éramos niños. Ella me pegó una bofetada. No me quedaron ganas de intentarlo de nuevo.


—Ella servirá. No es lo ideal, pero me dirá si cree que no eres de fiar. Una mujer no mentiría.


—La llamaré —dijo él, y cuando ella contestó, añadió—: Hola, Georgia. Necesito que alguien dé referencias sobre mí para una posible empleada. A falta de párroco, tú eres la primera en su lista. ¿Te importaría hacer eso por mí?


—¡Oh, Pedro! ¿Merece la pena? —bromeó ella, provocando que él se riera.


—Está aquí, conmigo. Se llama Paula. Pondré el altavoz —dijo él, y apretó el botón para que pudiera escucharse su voz. Después, cruzó los dedos en el bolsillo y suplicó que Nico no le hubiera nombrado a Paula. «No lo estropees, Georgia. No lo estropees»—. ¿Georgia? ¿Me oyes?


—Te oigo —dijo ella—. Hola.


Él miró a Paula y después hacia el teléfono.


—Hmm… Hola, Georgia. ¿Tengo entendido que conoces a Pedro desde hace tiempo?


—Veinticinco años —dijo Georgia entre risas—. Un chico muy pesado.


—¿Puedo fiarme de él?


—¿Fiarte de él? —preguntó Georgia asombrada—. ¿Respecto a qué? ¿A tu seguridad? ¿A tu reputación? ¿A tu castidad?


Para su sorpresa, Paula se rió.


—Es un poco tarde para mi reputación, y la castidad la perdí hace tiempo. Me refería a mi seguridad.


—Completamente. Bueno, en realidad, puedes fiarte en todos los aspectos. Nosotros nos fiamos de él con nuestros hijos, y los trata de maravilla. Ellos lo adoran. Es un chico encantador. Nada le supone demasiado problema.


—Sí. Creo que tienes razón —dijo Paula—. Además tiene una casa preciosa.


—¿Te ha mostrado su casa? —preguntó Georgia sorprendida.


—Sí… Bueno, era importante que lo hiciera. Quiere contratarme como ama de llaves.


—¿Ama de llaves? —preguntó Georgia con el corazón encogido—. ¡Santo cielo, pensé que querría una secretaria personal o algo así, Paula!


—¿Hay algún problema con ello? —preguntó Paula.


Pedro oyó un comentario por detrás.


—Ssh, Nico, quiere hablar conmigo, no contigo. Podrás hablar con Pedro enseguida. Hmm… Ningún problema, sólo que no sabía que estuviera buscando un ama de llaves, pero lo comprendo. Es muy desordenado. Aunque desde que tiene esa casa pretende ser más cuidadoso.


—Y no sé cocinar —dijo Pedro, agarrando el teléfono y desactivando el altavoz antes de que Nico dijera algo inconveniente—. Y planchar se me da muy mal. En cualquier caso, esto está dejando de ser novedad.


—No pensé que fuera a durar. Paula, no le hagas caso. No quieres trabajar para él en esa casa, es una pesadilla…


—No puede oírte…


—Dime que no es la okupa del hotel —dijo Nico, retirando a Georgia del teléfono.


—¿Qué? —preguntó Georgia.


—Gracias por las referencias —dijo él, y cortó antes de que alguno de los dos dijera una inconveniencia.


Paula, lo miraba fijamente.


—¿Eres muy desordenado? Ya me había dado cuenta. La mesa está hecha un desastre, las cajas de arriba todas revueltas, y no has hecho la cama —dijo pensativa—. Y teniendo en cuenta que la casa está casi vacía porque acabas de mudarte, no hay mucho que desordenar. Así que a lo mejor Georgia tenía razón. ¿O vas a cambiar en esta casa?


Él soltó una carcajada.


—Depende del día, y no has visto mi estudio. Allí reina el caos, te lo aseguro.


Ella lo miró en silencio y sonrió.


—Bueno, ella parece agradable. Decente. Lo acepto.


—¿El trabajo?


Paula asintió y él suspiró aliviado.


—Estupendo. ¿Cuándo quieres empezar?


Ella se rió.


—¿Qué te parece dentro de cinco minutos? —le dijo.


—Me parece estupendo —dijo él, y se relajó pensando en que ya no tendría que preocuparse por que el techo del hotel se derrumbara sobre aquella chica.







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