lunes, 27 de marzo de 2017
SUS TERMINOS: CAPITULO 9
Pedro alzó la cabeza para mirar el reloj de la mesita de noche, que estaba al otro lado de Paula, y pensó que se despertaría en cualquier momento.
Había descubierto que Paula tenía una especie de despertador interior prácticamente infalible; y tras un mes de encuentros sexuales, estaba decidido a mejorar también ese aspecto de sus relaciones.
Su plan consistía en cansarla tanto que su reloj interior dejara de funcionar. Era obvio que hasta entonces no la había cansado lo necesario, porque siempre se levantaba a primera hora, se vestía y se marchaba a casa. No se había quedado en su piso ni una sola vez. Y Pedro empezaba a estar cansado, pero no sólo porque aquellos horarios le destrozaran el ritmo de sueño.
La miró, vio que sonreía a pesar de seguir dormida y decidió hacer algo que mantuviera aquella sonrisa en su cara.
Con sumo cuidado, sin levantar ni la más leve brizna de aire, alzó el edredón para tener un poco de espacio. Después, apoyó la cabeza en la mano y contempló su melena rubia, que caía sobre su cara y sobre la almohada. Por una vez, le habría gustado admirar aquella imagen bajo la luz del sol.
Le acarició el brazo con un dedo y suspiró.
Ella gimió, pero siguió dormida.
Pedro llevó una mano a su cadera, trazó su contorno y siguió hacia el interior. El cuerpo de Paula Chaves era magnífico, sinuoso, y él lo conocía hasta el extremo de tenerlo perfectamente grabado en la memoria.
Cuando sus nudillos le acariciaron la suave piel de uno de sus senos, ella murmuró algo y entreabrió la boca.
Pero tampoco se despertó.
Descendió por la curva hasta el esternón y le acarició el otro pecho antes de dedicarse al pezón, que se endureció enseguida.
—Mmm…
El gemido de Paula tuvo una consecuencia inmediata sobre el cuerpo de Pedro; se excitó y tuvo que cerrar los ojos durante unos segundos para controlarse y seguir acariciándola. Pero la imagen de lo que iba a suceder, la promesa de hacer el amor, era tan poderosa que no se la pudo quitar de la cabeza; a fin de cuentas, era justo lo que pretendía.
Sólo necesitaba que siguiera dormida un poco más, de modo que cambió el ritmo de sus caricias y lo convirtió en un contacto dulce y sedante.
Cuando la respiración de Paula volvió a ser regular, bajó la mano hasta su estómago, pasó por encima de su vientre y rozó el vello rizado de su pubis.
—Pedro…
Paula pronunció su nombre en voz tan baja que casi no lo oyó. Pedro se preguntó si estaría soñando que la tocaba o si se había despertado y lo animaba a continuar.
Fuera como fuera, le pareció el momento más erótico de su existencia. Y un segundo después, introdujo la mano entre sus muslos.
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