martes, 28 de marzo de 2017

SUS TERMINOS: CAPITULO 12





Pedro se acercó al final del embarcadero, se giró hacia el mar, sacó el móvil y se preguntó si debía llamar a Paula.


Era una decisión muy sencilla; sólo tenía que marcar unos números y escucharía su sexy y famosa voz telefónica, pero tenía miedo de romper alguna de sus normas ridículas y de asustarla. Ya había conseguido que se quedara a pasar las noches en su piso. Ir más allá, sería arriesgarse demasiado.


Estaban jugando al ratón y al gato. Un juego peligroso, especialmente porque Pedro sabía que Paula era una de las pocas mujeres del mundo que odiarían la forma de vida de los Alfonso. Pertenecer a su familia implicaba ciertas responsabilidades, cierto sentido del deber, y una presencia pública que le resultaría irritante a alguien tan independiente como ella. Pero a pesar de todo, estaba deseando que conociera a sus padres. Paula provocaría un terremoto en su familia.


Pedro sonrió, volvió a mirar el teléfono móvil y decidió probar suerte. La echaba mucho de menos.


—¿Dígame?


—Hola, Chaves…


—Hola, capitán…


Pedro rió.


—Qué graciosa. ¿Has salido con tus mosqueteras?


—Sí. Estuvimos de compras, fuimos a comer algo y ahora vamos a tomar unas copas por ahí. Lisa quiere que hagamos algo travieso.


Pedro empezó caminar por el embarcadero. Los tablones de madera se hundían levemente bajo sus pies.


—¿En qué tipo de travesuras está pensando?


—Ah, eso no te lo voy a decir…


Pedro sufrió un acceso de celos al recordar su primera noche con ella, cuando salió con sus amigas a hacer travesuras por Galway. Sin embargo, disimuló. A Paula le disgustaría que se mostrara posesivo.


Justo entonces, lo llamaron desde el otro extremo del muelle.


—¡Eh, Pedro! ¿Te apetece una cerveza?


Pedro asintió y tapó el móvil un momento para responder.


—Vale, tú pagas la primera ronda y yo, la siguiente.


Cuando volvió a llevarse el teléfono a la oreja, Paula declaró:


—Parece que no soy la única que va a ser traviesa…


—El club náutico da una fiesta para las tripulaciones. Supongo que me mantendrán ocupado toda la noche… he decidido llamarte ahora porque no sé si después podré.


Paula se quedó en silencio un momento. Pedro sonrió al notar el tono alegre que siempre adoptaba cuando intentaba disimular sus sentimientos.


—Que te diviertas. Ya me has hablado de lo bien que te lo pasas en esas fiestas cuando sales a navegar.


—No tienes nada de lo que preocuparte.


—No es necesario que te justifiques, Pedro.


—Claro que lo es.


Paula volvió a callar. Pedro se detuvo y dijo:
—Yo no soy Dylan.


—Lo sé. Y por cierto, Dylan no fue tan importante para mí como crees.


Pedro se quedó confundido. Por una parte, le alegraba saber que su exnovio no había sido tan determinante en la vida de Paula; pero por otra, le generó una duda de cierto calado: siempre había supuesto que Dylan era el motivo de que Paula se negara a mantener relaciones serias. Si no era por él, había algo más.


—Entonces, ¿qué fue ese tipo para ti?


—Un error.


—Pero te engañó…


Ella suspiró.


—Sí, me engañó. A decir verdad, me engañó cada vez que supuestamente se marchaba con sus amigos a jugar al fútbol. Y yo, entre tanto, me quedaba en casa… —le explicó—. En fin, ahora ya sabes todo lo que hay que saber.


—Eso demuestra que era un cretino —afirmó—. ¿Vivíais juntos?


—Sí. Pero no quiero hablar más de eso.


Pedro pensó que debía llamarla por teléfono con más frecuencia. Había conseguido más información con una llamada telefónica que durante un mes de compartir cama con ella. Pero decidió no presionarla.


—¿Chaves?


—¿Sí?


—Sabes que yo no te voy a engañar, ¿verdad?


Pedro


—Los gigolós como yo tendemos a dedicar nuestros esfuerzos a una sola amante —bromeó—. Sobre todo cuando esa amante nos mantiene completamente ocupados.


Ella gruñó.


—Pero ahora no estoy contigo y no podré mantenerte ocupado. Estoy aquí, sin nadie que me haga el amor…


—¿Insinúas que me echas de menos?


—Sí, tanto como a un sarpullido.


—Mentirosa…


Paula rió.


—¿Cuándo vuelves?


—Mañana, hacia las ocho… o tal vez algo más tarde. Pasaré por tu casa y me podrás presentar a tu amigo Fred.


—Mi casa no te gustaría. ¿Por qué no me llamas cuando llegues? Iré a buscarte a tu piso —declaró.


—No sabes si tu casa me disgustaría… sólo lo dices porque no quieres que vaya. Temes que te conozca mejor cuando la vea.


—Ya me conoces bastante, Pedro… No tiene nada que ver con eso. Eres arquitecto y te gustan las cosas elegantes. Mi casa te provocaría un dolor de cabeza.


—¿Por qué no dejas que lo juzgue yo?


—Si sé que vas a ir a mi casa, me sentiré obligada a limpiar e incluso a pasar la aspiradora —respondió—. Soy muy desorganizada. Tengo un temperamento artístico… y cuando llegaras, estaría tan agotada que no podría hacer nada más.


Pedro pensó que su temperamento no era artístico, sino protestón.


—No quiero ir a tu casa para analizar la decoración. Mientras tenga una cama, me parecerá bien. Incluso llevaré comida de encargo para calentarla después en el microondas… si es que tienes microondas, claro.


—Claro que tengo.


—Entonces, te llamaré cuando llegue para que me des la dirección.


Paula no dijo nada, de modo que Pedro adoptó su tono más persuasivo.


—A estas alturas me conoces de sobra, Chaves. Quiero verte. Y si para verte tengo que pasar por el despacho, buscar tu dirección en los archivos y sentarme después en el bordillo de la acera hasta que te apiades de mí y me abras la puerta, eso será exactamente lo que haga. Si cedes ahora, ahorraremos tiempo.


—A veces eres insoportable…


—¿Lo ves? Me tienes calado.


Pedro esperó una repuesta. Casi podía ver su ceño fruncido y oír sus golpecitos nerviosos con el pie.


—Está bien, pero no hace falta que traigas comida. Prepararé algo.


Él sonrió, triunfante.


—Como quieras. Ah, y no te excedas en las travesuras con tus mosqueteras… no me gustaría tener que pasar por comisaría a recogerte.


—Ja, ja —dijo ella.


—¿Chaves?


—¿Sí, Pedro? —preguntó, resignada.


—Yo también te echo de menos.








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