martes, 28 de marzo de 2017

SUS TERMINOS: CAPITULO 13





—¿Son tus padres?


Paula se encogió mientras echaba los ingredientes de una ensalada griega a un bol. Pedro la besó apasionadamente en cuanto llegó, y todavía podía sentir su sabor a mar; pero cuando ella entró en la cocina, él aprovechó la ocasión para deambular por el pequeño apartamento y observar cada libro, cada objeto decorativo y, naturalmente, cada fotografía.


Se giró hacia él y lo miró.
—Sí, son mis padres.


—¿Cuántos años tenías?


—¿Llevo un mono de color verde chillón?


—Sí, exageradamente chillón, y una especie de camiseta rosa. Menos mal que tu gusto con la ropa ha mejorado…


—A los seis años, ese tipo de combinaciones te parecen divertidas.


Paula prefirió no mencionar que sus compañeros de clase no estaban de acuerdo. Le dedicaban epítetos nada cariñosos por su forma de vestir.


—¿Dónde estabais? ¿En una cabaña? ¿De vacaciones?


Ella suspiró.


—No, ésa era nuestra casa. Mis padres siguen viviendo en ella, aunque la ampliaron hace tiempo —explicó.


Pedro frunció el ceño, sorprendido. Era evidente que procedían de mundos distintos.


—¿Dónde está?


—En la península de Dingle —respondió, mientras echaba aceitunas a la ensalada—. En la zona menos turística.


—¿Y a qué se dedican?


Paula lo maldijo para sus adentros. Estaba orgullosa de sus padres; ellos la habían convertido en una mujer independiente, fuerte y segura y no se avergonzaba de lo que hacían, pero ese asunto le recordaba su adolescencia, una época particularmente infeliz de su vida.


Carraspeó y respondió:
—Tienen un centro vacacional. 


Pedro dejó la fotografía en su sitio.


—Ah, esa zona es magnífica para los deportes acuáticos. Los vientos son perfectos para el windsurf…


—Bueno, no es un centro turístico normal —explicó ella, buscando una forma de explicarlo—. Es una especie de… lugar de descanso.


Pedro la observó con interés.


—Has despertado mi curiosidad.


Paula apretó los labios, frunció el ceño y aliñó la ensalada.


—Te dije que procedemos de mundos muy diferentes…


—Y no entendí lo que querías decir. ¿Podrías explicármelo?


Ella lo miró y se humedeció los labios con la punta de la lengua. Pedro llevaba unos vaqueros desgastados y un polo de color azul oscuro; como había pasado todo el fin de semana en el mar, su cabello parecía más rubio que nunca y su piel, más morena. Estaba arrebatador. Y lo había echado tanto de menos que su corazón pegó un respingo en cuanto le abrió la puerta de la casa.


Pero la situación avanzaba hacia el desastre. Procedían de mundos tan distintos que él no se resistiría a la tentación de burlarse de ella y ella lo acusaría de ser un esnob. Luego haría algún chiste pesado a su costa, como los que había soportado durante su adolescencia, y sería el principio del final.


Pedro arqueó las cejas, esperando una contestación.


Paula suspiró.


—Dirigen un centro de terapia sexual. Las parejas van allí para aprender técnicas, meditación, yoga… esas cosas. Mi madre es maestra tántrica.


La expresión de Pedro no varió en absoluto. Paula esperó a que dijera algo, y como se mantenía en silencio, estuvo a punto de tirarle la ensalada a la cabeza. Pero por fin, habló.


—Comprendo.


Ella entrecerró los ojos.


—¿Comprendes? ¿Eso es todo lo que tienes que decir?


—Bueno, puede que necesite un par de minutos para asumirlo…


Paula pensó que todo estaba perdido. Pedro ya habría adivinado el tipo de educación que había recibido y el contexto en el que se había criado. En cuestión de segundos, llegaría a la conclusión de que su relación no tenía ningún futuro. Y al final, decidiría que mantener una simple aventura era la mejor solución para ellos.


Por fin, después de todo lo que había sucedido, Paula se saldría con la suya. Pero curiosamente, no le alegró.


—Bueno, debo reconocer que me he quedado en blanco cuando has mencionado lo de la terapia sexual —confesó él, con una sonrisa—. Pero sólo porque he pensado que nosotros no necesitamos ninguna terapia…


—Ni yo lo estaba sugiriendo —espetó.


—Me parece un trabajo muy interesante. ¿Por qué no me cuentas más?


Paula lo miró con asombro. No esperaba esa salida.


—Estás bromeando, ¿verdad? O eso, o lo de la terapia sexual te ha excitado.


—Chaves, estoy excitado desde que he bajado del coche y he llamado a tu puerta. Esta conversación sólo alimenta ligeramente mi imaginación, que como bien sabes, ya está bastante desarrollada.


Paula se quedó estupefacta.


—¿Es que no te importa?


Pedro la miró sin entender nada.


—¿Por qué habría de importarme? Como mucho, el trabajo de tus padres explica que no tengas ni las inhibiciones ni los prejuicios sexuales de algunas mujeres. Tuviste muchísima suerte. Seguro que tus padres te animaron a hablar con franqueza sobre cualquier asunto… por eso eres tan segura como eres. Recuérdame que les dé las gracias cuando me los presentes.


Paula pensó que no tenía ninguna intención de presentárselos, pero Pedro se inclinó sobre ella y añadió, en voz baja:
—Dime más cosas de esos masajes sexuales.


Pedro, no vas a conocer a mis padres.


—Bueno, no estoy sugiriendo que vayamos a verlos ahora mismo…


—No vas a conocerlos —insistió—. Nunca.


Pedro apartó la mirada de repente, y su expresión se volvió tan triste y distante que Paula se arrepintió de lo que había dicho e intentó volver a la situación anterior.


Se acercó a él, le puso una mano en el brazo y dijo, en tono de broma:
—Vamos, Pedro… Los ligones no quieren conocer a los padres de sus amantes.


—¿Es otra de tus normas?


—Sí, por supuesto que sí —respondió, cerrando los brazos alrededor de su cintura—. Pero creo que puedo hacer algo sobre esos masajes sexuales que tanto te interesan.


Él entrecerró los ojos.


—¿Cuánto tiempo vamos a seguir así, Paula? 


La sonrisa de Paula se esfumó.


—¿Así? ¿Cómo?


—Fingiendo que entre nosotros no hay nada importante. Comportándonos como si no supiéramos que lo nuestro es mucho más que una aventura sexual.


Paula lo soltó y retrocedió.


—¿Lo ves? Ya estás huyendo, como siempre —continuó él—. No lo entiendo. En serio. Pensé que tenías miedo de dejarte llevar porque ese tipo, Dylan, te engañó y te partió el corazón; pero cuando hablamos por teléfono, me confesaste que no había sido tan importante para ti.


—Es cierto, no lo fue. No estaba tan enamorada de él. Simplemente… me decepcionó. Y supongo que también me sentí algo humillada porque no sospeché lo que estaba haciendo, pero nada más.


Pedro asintió.


—No confías en mí, Chaves. Ahora mismo, por la expresión de tu cara, sé que no querías que supiera lo de Dylan.


Paula intentó defenderse.


—No quería que lo supieras porque no tiene nada que ver con nosotros.


—Pues entonces, ¿cuál es el problema? ¿Por qué te niegas a asumir lo que sentimos el uno por el otro? —preguntó.


Por primera vez en mucho tiempo, Paula no supo que decir. 


Sólo sabía que Pedro era extremadamente peligroso para ella; si le dejaba entrar en su mundo, podría hacerle más daño que ninguna otra persona en toda su vida. Pero en ese momento no podía usar el sexo para evitar sus preguntas. Él estaba demasiado distante. Y ella, más angustiada de lo que quería reconocer.


Al ver que Paula se negaba a responder, Pedro frunció el ceño.


—Muy bien, como quieras. Avísame cuando estés dispuesta a decirme lo que te pasa. Sabes dónde encontrarme.


Pedro alcanzó la chaqueta, que había dejado en el respaldo del sofá, y la agarró con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.


Paula lo miró con asombro. Se iba a marchar.


—Pensé que estábamos de acuerdo en que no buscábamos nada serio…


Él inclinó la cabeza de un modo que enfatizó el sarcasmo de su voz.


—¿Ah, sí? ¿Cuándo me he mostrado de acuerdo con tus normas?


—Pedro, yo…


Pedro la interrumpió con tono seco, como si se estuviera mordiendo la lengua para no decir algo más grave.


—Deberías haberme dado una copia de tus normas cuando empezamos a acostarnos. Al menos lo habría sabido y ahora no me sentiría condenado a hacer malabarismos para evitarlas.


Pedro sacudió la cabeza, se pasó una mano por la cara y sentenció:
—Estoy cansado, Chaves, cansado de jugar un juego que no entiendo y en el que no puedo ganar Eso es todo. Pero en fin, ya he dicho todo lo que te podía decir… si quieres hablar conmigo, sabes dónde encontrarme.








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