sábado, 11 de marzo de 2017

HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 22




Pedro tuvo la inmediata sospecha de que el cobarde iba a ser él.


—Quítate los pantalones —le dijo ella—. Te doy unos minutos.


—No tienes que salir de aquí… —comenzó a protestar él, pero ella ya había salido.


Sonriendo en anticipación de lo que sería sentir las manos de Paula sobre todo su cuerpo durante una hora.


Ella regresó con un CD de música celta cuya melodía le recordaba a una película que había visto.


Pedro sonrió.


—Esta música, ¿no tiene algo que ver con un barco hundiéndose?


Paula ignoró el comentario.


—Ponte boca abajo y deja los brazos sueltos.


Ella comenzó a frotarse las manos.


Su masculinidad reaccionó ante lo que prometía ser aquella sesión.


Paula posó las manos sobre su espalda.


—Estás muy tenso.


—Es que estoy… muy caliente.


—Me ocuparé de eso —le prometió ella.


Él la miró sorprendido.


—¿Aquí?


—Sí, claro —respondió ella.


Pero Pedro pronto se dio cuenta de a qué se refería.


Esperaba tumbarse allí y que Paula lo sedujera mágicamente. Pero, en lugar de eso, se puso a trabajar sobre cada músculo entumecido, sobre cada lesión.


—¿Te hago daño?


—No —mintió él.


Ella comenzó a hacer más presión.


—¿Y así?


—¿Qué eres, una sádica?


—No. Estás muy tenso y lleno de nudos. Déjame ver si puedo quitarte toda esa tensión. Soy estupenda en masajes neuromusculares —dijo ella. Pedro pensó que no sonaba muy sugerente—. Te sentirás bien cuando haya terminado.


—Supongo que lo mismo que cuando dejan de darte en la cabeza con un martillo.


Paula se rió.


—Algo así.


Trabajó con fuerza sobre cada centímetro de su cuerpo. Y, aunque no fue la sensual experiencia que Pedro había esperado, se sintió bien, tal y como le había ocurrido la noche anterior en el camarote.


Cuando Paula llegó a las piernas, Pedro se sobresaltó.


—Esa fue la que me rompí el pasado diciembre y todavía me duele.


—Me ocuparé de ella.


Primero se centró en la otra pierna y, cuando terminó, empezó con la que tenía la lesión.


—Ah —expresó él aliviado al final del trabajo.


—¿Mejor? —le preguntó Paula.


Él asintió.


—Sí, mucho mejor.


—Bien. ¿Todavía estás caliente?


Pedro hizo una mueca al darse cuenta de que ya no.


—Podría estarlo en cuestión de minutos.


En silencio, Paula deslizó las manos por la parte de atrás de sus piernas hasta sus glúteos, llegando a la goma de sus calzoncillos. A Pedro no le hicieron falta minutos, sino segundos para volver a estar caliente.


Se volvió hacia ella.


—¿Paula?


Ella sonrió y miró el reloj.


—Vaya —dijo en tono de sorna, encogiéndose de hombros —. Se nos acabó el tiempo.






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