sábado, 11 de marzo de 2017
HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 21
¿La había querido durante todos aquellos años? ¿Pedro Alfonso la había querido a ella? La idea le resultó repentinamente absurda. Y, sin embargo…
Él la miraba como si de algún modo todo hubiera sido culpa de ella.
Al cabo de un rato, ella exclamó.
—¡Oh!
Pedro hizo una mueca.
—Así es —se pasó una mano por el pelo—. Me pareció que lo mejor sería no tener nada que ver contigo.
Ella no sabía qué decir. Su mente daba vueltas a toda aquella nueva información, tratando de darle una nueva interpretación a muchas cosas.
—Entonces tú influiste en Mateo… —comenzó a decir ella.
—No hice nada a propósito —le juró—. Quizás fuera un mal ejemplo, pero él tomó sus propias decisiones.
—Quería ser como tú.
—Porque era un necio —Pedro caminó de un lado a otro. Luego se volvió y la miró—. De verdad siento que las cosas fueran tan duras para ti. Sé que sufriste mucho. Pero realmente pienso, Paula, que estás mejor sin él.
—Lo sé —respondió ella.
Su afirmación lo sorprendió.
—¿De verdad?
Ella asintió.
—Al verlo en la distancia me doy cuenta de que también él trató de decirme eso al abandonarme. Un hombre que se va a los rodeos no es alguien preparado para formar una familia —ella sonrió—. Sencillamente yo no quise verlo. Tenía mis
sueños.
En realidad había estado más enamorada de sus esperanzas e ilusiones que de él. Mateo habría representado el vehículo para poder cumplir sus sueños.
—Fue lo mejor que podía suceder —dijo ella.
—Sí —confirmó Pedro—. Aunque no pensaste así en aquel momento. Sé que me odiaste.
—Sí.
—Y me has odiado durante mucho tiempo —insistió él.
Paula asintió.
—¿Por qué?
—Porque tú eras testigo de mis fracasos y me veías como una perdedora.
—¿Cómo?
—¡Mateo me abandonó!
—Mateo era un idiota. Creo que eso había quedado claro.
—No. Mateo tenía que madurar, cambiar algunas cosas… Pero siempre pensé que él no me había considerado suficiente para él.
Se dio la vuelta, con el rostro encendido por la vergüenza.
No podía creerse que estuviera teniendo aquella conversación con él.
—No puede ser —dijo él realmente impactado.
Se aproximó a ella rápidamente y la tomó entre sus brazos.
Paula se mostró algo reticente, pero él insistió y volvió a abrazarla. La apretó contra su cuerpo y la besó dulcemente.
Fue un beso tan profundo, hambriento e intenso como el que le había dado la primera vez. Hablaba de un deseo ya antiguo, de una necesidad de mucho tiempo.
Paula dejó de resistirse y comenzó a responder y a decirle con su entrega todo lo que no habría podido decirle con palabras, sobre el dolor, la angustia, la soledad y el vacío de todos aquellos años, sobre sus sueños y esperanzas.
Fue Pedro el que finalmente rompió el encantamiento.
—¡Guau! —dijo él—. Creo que nos deberíamos moderar, a menos que quieras escandalizar a esa jefa tuya.
Paula se rió.
—Sin duda se escandalizaría.
—No queremos que ocurra eso, así que vámonos a un lugar donde no nos molesten.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Tengo que estar aquí hasta las seis. Simone estará vigilándome.
—¿Y qué importa?—dijo Pedro.
—¡Es mi trabajo!
El iba a responder pero se contuvo. Cerró la boca y asintió.
—De acuerdo. Entonces, adelante.
Paula parpadeó perpleja.
—¿Adelante con qué?
Él sonrió.
—Mi masaje.
—¿Quieres un masaje? —dijo Paula y sonrió después de un breve instante de desconcierto.
—A menos que seas una cobarde —la retó él.
Ella sonrió.
—Vamos a ver quién es el cobarde aquí.
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