jueves, 9 de marzo de 2017

HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 13





—¿Has visto al vaquero? —le preguntó a Paula su primera clienta a la mañana siguiente.


Era el segundo día de crucero y habían atracado en el puerto de Nassau. En el salón de belleza estaban solo ella y Stevie, pues el resto del personal había bajado a tierra.


Cuando el barco estaba en el puerto el personal se alternaba para trabajar.


Como Paula había visitado varias veces Nassau, había preferido quedarse trabajando.


Prefería estar allí y evitar la posibilidad de encontrarse con Pedro Alfonso en la playa.


No lo había visto desde el día de su llegada y empezaba a tener el convencimiento de que todo había sido una alucinación.


Pero el comentario de la pelirroja le hizo pensar que quizás Pedro estuviera allí, después de todo.


—¿Vaquero?


—Sí —dijo la mujer en uno tono de apreciación—. ¡Vaya ejemplar! Yo soy una chica de ciudad, pero te aseguro que no importaría que este pusiera sus botas debajo de mi cama cuando quisiera.


—¿Se ha ofrecido? —preguntó Paula sin pensar—. Quiero decir…


La mujer respondió sin problemas.


—Ojala —dijo con un suspiro.


Media hora más tarde su siguiente clienta le hizo prácticamente la misma pregunta.


—¿Has visto al vaquero?


No podían referirse al mismo.


—¿El vaquero?


—Sí. Lo conocí ayer en la piscina. Me pareció la cosa más mona en vaqueros y botas que había visto en mi vida. Y es tan amable y educado… Podría darle a cualquiera clases de cortesía.


¿Clases de cortesía? No podía tratarse de Pedro.


La siguiente mujer que entró en la peluquería también habló de él.


—Es tan educado y tan guapo, con ese pelo oscuro y esos ojos claros. Dice que conoce a Santiago Gallagher.


—¿De verdad? —dijo Paula desconcertada.


La mujer asintió.


—Dice que le rompió la nariz cuando eran pequeños y que Santiago le devolvió el golpe y también le rompió la suya.


—Y… —a Paula le empezaron a temblar las manos—. ¿Dijo algo más?


—Sí. Dijo que quería sentar la cabeza.


—¿Qué? —las tijeras se le cayeron al suelo con gran estruendo—. ¡Oh, lo siento!


Paula se agachó a recogerlas mientras trataba de cuadrar toda aquella información.


Después de todo, no era una novedad. El mismo Pedro se lo había dado a entender. Se estaba construyendo una casa en el rancho de su hermana y su cuñado.


Pero, por lo que veía, no pensaba sentar la cabeza con una sola mujer, sino con todo un harén.


—Lo siento —se disculpó ante la mujer. Lo último que necesitaba era que Simone recibiera una queja.


—No me importaría que sentara la cabeza conmigo —dijo la mujer con una sonrisa—. Pero dice que tiene a alguien en mente.


Paula no se lo podía creer. Si Pedro Alfonso hubiera tenido alguien en mente, ella lo habría sabido. ¡La conocería, incluso! No había tantas mujeres disponibles en Elmer o alrededores.


Si estaba cortejando a alguien en serio, no lo habría podido mantener en secreto.


Seguro que lo que Pedro estaba haciendo era contarles que había alguien en su vida para que no abrigaran falsas esperanzas y no trataran de atraparlo.


Asegurar que tenía una novia era el mejor modo de jugar sin riesgos.


Aquel hombre era peligroso y debería haber llevado en la frente una etiqueta con el lema: «Las autoridades sanitarias advierten que relacionarse con Pedro Alfonso puede ser dañino para la salud emocional».


Durante todo el día tuvo que oír hablar de las maravillas de Pedro Alfonso: era guapo, dulce y encantador.


Incluso Kelly, la que llevaba el gimnasio, apareció cantando sus excelencias.


—¿Has conocido al vaquero? —le preguntó a Paula con la mirada brillante—. Vino anoche a usar el jacuzzi porque tiene una pierna mal. Al parecer tuvo un accidente en un rodeo.


Paula maldijo en silencio. No quería hablar de Pedro.


Pero la mujer a la que le estaba tiñendo el pelo también había estado en el jacuzzi con él.


Era «adorable», según dijo la mujer.


Y Paula tampoco quería pensar en él, pero terminó haciéndolo. Y acabó concluyendo cuáles eran sus motivos para estar en el crucero.


Aquel tipo de viaje atraía a montones de mujeres. Solía haber algunas parejas de casados, unos pocos hombres solteros y muchas mujeres buscando un poco de diversión.


Puesto que ya no podía cazar a sus nenas en los rodeos, había buscado un entorno fértil en posibles presas.


Paula había oído a muchas mujeres a lo largo de las semanas que llevaba trabajando cuyos corazones habían sido partidos por hombres como él.


Aquello la indignaba profundamente y hacía que se sintiera responsable de lo que un hombre como Pedro pudiera llegar a hacerles.








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