lunes, 20 de febrero de 2017
APUESTA: CAPITULO 3
Pedro se dirigía hacia la mesa de los aperitivos cuando vio algo que llamó su atención, y casi se rompió el cuello al girar la cabeza para asegurarse de que no había visto visiones.
¡Era increíble!, Paula ni siquiera le había dicho que conociera a Nicolas Scallon, y allí estaba, mirándolo embobada mientras él hablaba… o se pavoneaba, más bien.
Pedro agarró una botella de cerveza y rodeó la improvisada pista de baile hasta encontrar un árbol en cuyo tronco apoyarse. Paula y aquel donjuán de pacotilla habían salido a bailar, y Pedro observó con desagrado que no podían estar más pegados. No era la primera vez que veía a su mejor amiga con otro hombre, pero no recordaba haberse sentido jamás irritado ante la idea, sobre todo de aquel modo, como si alguien le estuviese estrujando las entrañas, como si fuera su testosterona lo que lo estaba haciendo reaccionar así.
Era absurdo. Paula ya no era la chiquilla pecosa y pelirroja a la que había estado atormentando con sus bromas durante años y a la que siempre trataba de proteger a toda costa, sino una mujer hecha y derecha. No, no era asunto suyo con quién bailase, pero aun así… Quizá eran celos de amigo ante la idea de que quisiera pasar más tiempo con otra persona, de ser relegado a un segundo plano. Y sin duda sería así si empezaba a salir con Nicolas «Baboso» Scallon o con cualquier otro. Claro, debía de ser eso. Ella había regresado hacía poco de Estados Unidos y temía volver a perder su compañía tan pronto.
Aunque eso tampoco tenía mucho sentido, porque ella solo estaba viviendo con él mientras terminaba la construcción de la casita cuya hipoteca ya había empezado a pagar, y sabía que cuando estuviera acabada ella se marcharía. Aquel repentino odio hacia el «señor Baboso» era algo completamente irracional, pero no hizo sino acrecentarse cuando vio a Paula riéndose por algo que le había dicho. Le estaban entrando ganas de ir a estrangularlo, pero se limitó a dar un buen trago de la botella de cerveza.
—Vaya, vaya, vaya… Pedro Alfonso… ¿qué estás haciendo aquí escondido?
A Pedro casi se le atragantó el líquido ambarino. Estupendo, justo lo que le faltaba, Maura Connell, la mujer lapa. No tenía mal cuerpo, y sabía maquillarse, pero le ponía los pelos de punta, igual que cuando alguien araña una pizarra.
—Maura, qué sorpresa tan agradable. Y. si me permites decírtelo, qué… em… qué elegante estás —dijo esbozando con dificultad una sonrisa. ¿A quién sino a Maura Connell se le ocurriría ponerse un traje de chaqueta pantalón de firma y zapatos de tacón para ir a una barbacoa?
Maura lo miró con los ojos entornados, como si hubiera esperado un cumplido más generoso, pero finalmente pareció conformarse:
—Oh, gracias, Pedro, eres encantador. Todos los hombres sois iguales… siempre queriendo hacernos sonrojar con vuestras galanterías. Pero, bueno, ¿qué sentido esforzarse por estar perfecta sino es para recibir halagos?
La sonrisa blanqueada de Maura lo estaba poniendo nervioso, así que Pedro giró la cabeza hacia de baile, pero el remedio fue peor que la enfermedad, porque fue a encontrarse con que el «señor Baboso» estaba aún más pegado a Paula. Maura observó la dirección que habían tomado sus ojos, y en sus labios se dibujó una sonrisa irónica.
—Caramba, parece que Paula tiene buen olfato para el dinero. No sabía que conociese a Nicolas Scallon. Bueno, así al menos se acallará durante unos días el rumor que corre sobre vosotros dos. Además, me parece que ya va siendo hora de que tú y yo nos conozcamos mejor, ¿no crees, Pedro? —dijo colgándose de su brazo.
Cada vez que pronunciaba su nombre le daban escalofríos.
En un intento de sacarse de la garganta el empalagoso perfume de Maura, Pedro tosió y le retiró la mano de su brazo.
—¿Qué rumor es ese que corre sobre nosotros, Maura?
La mujer contrajo el rostro, irritada por su desprecio.
—Pues, ¿qué va a ser? Que la mitad del pueblo cree que Paula y tú sois amantes, ¿o es que no lo sabías?
—¿Qué?
—Oh, vamos, Pedro. Esta es una comunidad pequeña, y bastante anticuada además. ¿Qué esperabas que pensaran de que viváis juntos? —le dijo dedicándole otra sonrisa viperina—. Sin embargo, sería tan fácil poner fin a ese rumor… Solo con que tú y yo…
Pedro no pudo resistirse a darle a aquella estúpida un poco de su propia medicina:
—Si se tratara de un rumor, podríamos.
Maura lo miró entre incrédula y ofendida, como si la sola idea de que fuese cierto la indignara.
—Pues si no es solo un rumor, debo advertirte que eso solo hará que aumente el interés de Nico por ella —le dijo mirándolos con malicia y luego a él—. Por lo que he oído, en Dublin tenía fama de mujeriego. El amor es como un juego para él, y si la mujer en la que se fija está comprometida o casada, tanto mejor —se quedó observándolo un instante, escrutando su rostro—. Oh, ya veo…. Paula te ha pedido que finjas que hay algo entre vosotros para que Nico se fije en ella —dijo riéndose—. Bueno, en cualquier caso, cuando tu amiga haya conseguido su propósito, estoy segura de que me verás con otros ojos. Nadie podría ayudarte como yo a conseguir el lugar que mereces en esta comunidad.
Seríamos la pareja perfecta, Pedro —añadió dejando escapar un suspiro teatral—, pero no voy a esperar siempre, ¿sabes?
Pedro la observó alejarse, y alzó los ojos al cielo, rogando porque así fuera.
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