martes, 28 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 29





Paula se dio cuenta al instante del distanciamiento de Pedro; y no fue solo algo físico, era casi como si hubiera levantado un muro entre ellos. Aquello la confundió, y estuvo a punto de echarse atrás, pero había pasado toda la tarde pensando en ello, y había decidido que necesitaba contárselo. Quería que se enterara por ella. Inspiró profundamente y le dijo:
—Kieran vino a hablar conmigo esta mañana.


—Ya —murmuró Pedro—. Claro, desde que llegó no habíais podido tener una charla a solas.


—Es cierto, no habíamos podido.


—Y supongo que quería ponerse al corriente acerca de tu vida y tú le hablaste de nosotros —aventuró cruzándose de brazos—. ¿Es así?


Paula se sonrojó.


—No exactamente.


Los celos estaban empezando a asaltar de nuevo a Pedro.


—¿Y de qué hablasteis entonces?, ¿del tiempo?


Paula advirtió nerviosa la nota de sarcasmo en su voz.


—No. Me ha dicho que tenía… que tenía dudas sobre su compromiso con Nieves.


Pedro se quedó mirándola, esforzándose por controlarse.


—Y tú le responderías que era natural y que se le pasaría.


Paula asintió, entrelazando las manos sobre su regazo.


—¿Y eso fue todo? —inquirió él. Quería creer a toda costa que no había habido nada más, pero la vocecilla paranoide en su mente le decía que no era así. Empezó a recoger los restos de la comida—. Estupendo. Pues le mandaremos un bonito regalo, y tal vez tú consigas hablarle de lo nuestro antes de la boda, para que al menos podamos tomarnos de la mano en el banquete sin tener que hacerlo por debajo del mantel.


Pedro, por favor… —musitó Paula angustiada—. Sabes que esto no es fácil para mí.


Pero él no la estaba escuchando. El demonio de ojos verdes dentro de su cabeza le estaba gritando: «¡Te lo dije!, ¡te lo dije!», y se sentía incapaz de volverse y mirarla a la cara, mientras continuaba guardando las cosas en la cesta, como un autómata.


Paula no sabía qué hacer, pero había decidido ser sincera con él a pesar de todo, así que tragó saliva, y continuó:
—Me dijo que antes de dar el paso necesitaba saber si nosotros… si él y yo… quería saber si podríamos darnos una segunda oportunidad.


Pedro se quedó quieto, y se hizo un silencio sepulcral entre ellos, mientras la insistente voz seguía martilleando en su cerebro: «¡Así que era eso! Yo te lo advertí, pero tú no quisiste escucharme. No tienes nada que hacer, ¿es que no lo ves? Ella sigue enamorada de él».


Paula estaba asustada. De todas las reacciones que había imaginado que pudiera tener, la última que había esperado era aquel silencio. Pedro cerró la cesta y la tomó, poniéndose de pie y yendo hacia el balandro. Paula lo siguió desesperada con la mirada.


—¿Alfonso?


Él no contestó, y tampoco se volvió.


—¡Alfonso, por favor, di algo! —le rogó incorporándose.


Pedro se giró hacia ella con brusquedad. Su rostro estaba tenso, y la mirada en sus ojos totalmente apagada.


—¿Qué es lo que quieres que diga? —le espetó.


Entonces fue Paula la que se enfadó.


—¡Cualquier cosa, maldita sea! ¡Algo que indique que te importo al menos un poco!


—Kieran es mi amigo, no puedo culparlo porque siga enamorado de ti —se mordió el labio inferior y se pasó una mano por el cabello—. Mira, Paula, no sé qué esperas que haga —le dijo—. Aceptas venir aquí conmigo, en una cita de verdad, y pasamos la tarde como una pareja normal, y ahora me hablas de volver con Kieran, ¿qué esperas que te diga, que me alegro por vosotros? —sacudió la cabeza y le dio la espalda.


—No recuerdo haber dicho que fuera a volver con él —le dijo Paula en un tono quedo.


Pedro se quedó callado de nuevo.


—Lo único que he dicho —prosiguió ella— es que me preguntó si deberíamos volver a intentarlo. Solo quería decírtelo yo antes de que lo hiciera él.


Pedro advirtió la tristeza en su voz y sintió una punzada de culpabilidad en el pecho. Había reaccionado de un modo desproporcionado, permitiendo que ganara aquella voz dentro de su cabeza. Se dio cuenta de que se estaba comportando como un idiota egoísta, y de que aquello no los ayudaba a ninguno de los dos.


—¿Y qué es lo que quieres hacer tú? —le preguntó suavemente a Paula, aún de espaldas a ella.


La joven ahogó un sollozo.


—Yo tan solo quisiera que la vida no fuera tan complicada —suspiró.


—Yo también —asintió él.


La joven dio un paso hacia él, y lo tomó por el brazo, haciéndolo girarse.


Pedro… mírame, por favor.


Él finalmente alzó los ojos hacia los de ella, y se sintió como un canalla por la expresión desolada que vio en ellos. Sin pensarlo, extendió la mano y le acarició la mejilla.


—Eh, vamos, Pau, no es el fin del mundo.


La joven puso su mano sobre la de él, manteniéndola contra su rostro.


—Yo no soportaría perderte, Pedro —murmuró—, y quiero ser honesta contigo, ¿pero cómo puedo serlo si cada vez que lo intento te apartas de mí? Necesito que hablemos de esto, y de lo que sentimos, porque estoy perdida, y confundida, y ya no sé hacia dónde va nuestra relación.


Pedro suspiró y la atrajo hacia sí, abrazándola con ternura, y Paula apoyó la cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su corazón.


—Perdóname, Paula. Nunca imaginé que esto pudiera ser tan difícil.


Ella sonrió, y se quedaron así un rato, abrazados, hasta que él le preguntó:
—Entonces… ¿qué va a pasar con Kieran?


—Yo creo que debemos dejar que pase el tiempo. Confío en que se de cuenta de cuánto lo quiere Nieves, y de hasta qué punto tiene suerte de tenerla a su lado —alzó la vista hacia él—. Pero hasta que eso ocurra…


—No crees que debamos contarle lo nuestro —adivinó Pedro.


—No.


Él asintió con un suspiro.


—De acuerdo. Entonces no volveremos a hablar de ello.






APUESTA: CAPITULO 28




La cita fue la distracción perfecta para Paula. Después de almorzar, Pedro la había llamado para decirle que se encontrarían en el embarcadero del lago a las siete. Cuando llegó allí, estaba esperándola en un balandro que había alquilado, y navegaron hasta una de las pequeñas islas que había en medio de la vasta masa de agua. Pedro se había encargado incluso de preparar sándwiches y granizada de limón, y había comprado tarta de queso.


Cuando hubieron terminado de comer, se tumbaron los dos al pie de un sauce, ella con la cabeza apoyada en el pecho de Pedro, con los brazos de él rodeándola.


—¿Sabes? —murmuró la joven girando un poco el rostro para mirarlo—. Me recuerdas a alguien que conocí hace años… a alguien a quien creía conocer.


—Hum… —dijo él con una sonrisa divertida—. ¿Era un tipo muy atractivo?


—Era pasable —respondió ella para picarlo.


—¿Y con un increíble sentido del humor?


—Bueno, de vez en cuando lograba hacerme reír.


Pedro se inclinó y le susurró al oído.


—¿Y besaba como nadie?


Paula se rió.


—Eso entonces no lo sabía.


—¿Y lo lamentas? —inquirió él besándola en la punta de la nariz.


—La verdad es que mi vida en aquella época ya era bastante complicada sin añadirle nada más —repuso ella riéndose.


Pedro se quedó callado un momento, pensativo.


—¿Te has preguntado alguna vez qué habría pasado si las cosas hubieran sido de otro modo? —le preguntó, besándola suavemente en los labios.


Paula se incorporó un poco, apoyándose en el codo para poder mirarlo de frente.


—Sí, algunas veces. La verdad es que muchas, últimamente —admitió.


—Sí, pero yo me refería a completamente diferentes —matizó él—: si nunca nos hubiéramos conocido, si nunca hubiéramos sido amigos… Entonces tú no habrías salido con Kieran, y tal vez no te habrías ido jamás a Estados Unidos. Y tampoco habrías vuelto después de seis años, ni ahora seríamos amantes.


La joven lo miró a los ojos mientras él le apartaba un mechón y trazaba con sus dedos el contorno de su rostro, hasta llegar a los carnosos labios.


Pedro… quería decirte que no cambiaría por nada del mundo el haberte conocido, y que no me arrepiento en absoluto de lo que hicimos anoche.


Pedro esbozó una sonrisa de alivio: una duda menos. Su mano bajó por el cuello de Paula hasta detenerse en el cuello en uve del suéter que llevaba puesto.


—Se llama «hacer el amor» —le dijo en un susurro seductor—. Porque no fue solo sexo. Tal vez suene a cliché, pero fue mucho más que eso.


Paula lo abrazó.


—Lo sé —musitó, tomando su mano y entrelazando sus dedos con los de él.


La otra mano de Pedro se deslizó hacia la nuca de la joven, y la atrajo hacia sí, besándola con ternura.


—Me alegró —murmuró—, porque cuando volvamos a hacerlo, quiero estar seguro de que sabes lo que estamos haciendo.


—Oh, así que esperas que volvamos a hacerlo, ¿eh? —lo picó Paula.


—Ya lo creo que vamos a volver a hacerlo.


—¿Así que una vez no fue suficiente para ti?


—Escúcheme bien, señorita Chaves, si ha creído por un minuto que el haberlo hecho una vez ha disminuido en algo mi deseo por usted, está muy equivocada.


—Gracias por aclarármelo, señor Alfonso —murmuró ella contra sus labios—. Y ahora, cállese y béseme.


El beso que siguió fue apasionado, y duró varios minutos, hasta que al fin tuvieron que separarse para tomar aliento. 


Se quedaron mirándose a los ojos, con la frente de uno apoyada en la del otro.


—¿Aún no quieres decírmelo? —inquirió Pedro.


La joven se quedó dudando.


—Hasta ahora siempre nos lo habíamos confiado todo —murmuró él.


—Es verdad —asintió Paula—. Y lo cierto es que a ti no se te daba nada mal aconsejar, teniendo en cuenta que eras un chico —añadió con una sonrisa.


Pedro le apretó la mano suavemente


—Vamos, Chaves, si no puedes hablar con tu mejor amigo cuando tienes un problema, ¿a quién vas a contárselo?


Paula se apartó un poco de él, y suspiró.


—Ya, pero es que antes era diferente porque no éramos… bueno, no éramos también amantes.


—¿Y no se supone que precisamente por eso deberíamos hablar más, confiar más plenamente en el otro?


—Bueno, técnicamente sí, pero…


—¿Pero qué?, ¿cuál es la diferencia entre ahora y antes, Paula?, ¿por qué no puedes contármelo?


La joven se quedó callada un momento, e inspiró profundamente, haciendo de tripas corazón:
—Se trata de Kieran.


Pedro se apartó de ella sin darse cuenta siquiera, y su expresión se tornó muy seria.


—Te escucho.






APUESTA: CAPITULO 27




Paula no había dejado aún de correr cuando, unos minutos más tarde, se chocó con Pedro, que salía de las oficinas del departamento forestal. Como si se hubiera topado con una columna, casi la derribó, pero él la sostuvo a tiempo.


—Caramba, Chaves, ya sé que estarías deseando verme, pero tampoco creo que haya prisa: solo iba a salir a comer un momento.


La joven alzó los ojos hacia su rostro sonriente, y se sintió horrorizada al darse cuenta de que si seguía mirándolo, rompería a llorar.


—Lo siento —murmuró bajando la cara—. No miraba por dónde iba.


Pero Pedro ya había visto las lágrimas que asomaban a sus ojos.


—Eh, ¿qué es lo que te pasa? —inquirió mirándola preocupado.


Paula se rió nerviosa.


—Nada, de verdad. Ya sabes cómo somos las mujeres, siempre al borde de una crisis emocional.


—Vamos, Paula, no me vengas con esas —le espetó Pedro tomándola de la barbilla para que lo mirara—. Cuéntame qué es lo que te pasa.


La joven estaba a punto de derrumbarse. Lo que menos necesitaba en aquel momento era que Pedro la tratase con dulzura y comprensión, solo lograría que se echase a llorar.


—No puedo, no puedo contártelo ahora —balbució negando con la cabeza.


De pronto, en la distancia, vio a Kieran mirando en una y otra dirección, como tratando de averiguar por dónde se habría ido.


Los ojos de Pedro siguieron la dirección que habían tomado los de Paula y la miró aún más preocupado.


—Paula, dime qué es lo que ha ocurrido —dijo agarrándola por los hombros.


Ella trató de zafarse de nuevo.


—Ahora no, Alfonso, por favor —le suplicó.


—Me parece que tengo derecho a saberlo, ¿no crees?


—¿Como el amigo que se preocupa por mí, o como el amante celoso que eres en este momento?


—Como ambas cosas —contestó él en un tono firme.


Paula suspiró aliviada al ver que Kieran se había ido por otro sitio, pero aun así se sentía todavía demasiado agitada como para hablar de lo ocurrido con Pedro.


—No puedo contártelo aquí. Más tarde, ¿de acuerdo? —le dijo mirándolo implorante.


Pedro la soltó.


—Está bien —murmuró quedamente, metiéndose las manos en los bolsillos. Se quedó un instante en silencio, con la cabeza gacha, antes de volver a alzar la vista hacia ella—, ¿Qué te parecería si saliéramos esta noche… los dos solos, como una pareja de verdad? Así podrás contármelo, y además podrás quitártelo de la cabeza por unas horas.


La propuesta, y el tono tímido en que Pedro la había hecho, hizo que una sonrisa aflorase a los labios de Paula.


—Me encantaría. Nos vemos luego.


Pedro sonrió también, pero, mientras la observaba alejarse, la preocupación volvió a ensombrecer sus facciones. ¿Qué podía haberle dicho Kieran para disgustarla de ese modo?



lunes, 27 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 26




—Tenemos que hablar, Paula.


La joven se dio la vuelta al oír la voz de Kieran, y esbozó una sonrisa irónica.


—Desde que llegaste me he estado preguntando cuánto tardaría en escuchar esas palabras.


Kieran la había encontrado en su lugar favorito, el lugar al que iba a pensar, bajo unos árboles, junto a la orilla del lago. 


Se acercó, y se sentó a su lado en el suelo.


—Te he echado mucho de menos —murmuró—. ¿Por qué no has venido a verme? Ya hace meses que volviste de Estados Unidos.


Paula lo miró a los ojos.


—Bueno, podría decirte lo mismo.


—Es cierto —admitió él—. Supongo que podría echarle la culpa al trabajo, o a que paso casi todo mi tiempo libre con Nieves, pero en el fondo solo serían excusas, ¿verdad? —añadió. Se inclinó hacia ella y le susurró—. ¿Y si dijera simplemente que lo siento, y que debería haber venido a verte?


Paula sonrió.


—Bueno, creo que aceptaría la disculpa y te perdonaría.


Kieran sonrió también.


—Es una de las cosas que siempre me gustaron de ti. Lo comprensiva que eras.


La joven frunció los labios.


—Sí, bueno, excepto en algunas cosas que no te podía pasar —dijo girando la cabeza hacia la superficie brillante del lago—. Por cierto, si aún no lo he dicho, me alegro mucho por Nieves y por ti.


—¿De veras?


Paula volvió el rostro hacia él y lo miró a los ojos.


—El que lo nuestro no funcionara no significa que haya dejado de importarme tu felicidad —le dijo—. Sí, claro que me alegro. Nieves es encantadora.


Kieran bajó la cabeza.


—Sí que lo es.


—Pero…


—¿Cómo sabías que había un «pero»? —inquirió él alzando la cabeza sorprendido.


Paula dejó escapar unas risas algo ásperas.


—Porque te conozco, Kieran, mejor que nadie.


Él se rascó la barbilla, como incómodo por el modo en que podía leer sus pensamientos, y al cabo de un rato prosiguió:
—Bueno, no sé, tal vez sea el volver a estar aquí, donde Pedro, tú y yo lo pasamos tan bien… Fueron buenos tiempos.


—Es verdad —asintió ella con una sonrisa sincera.


—O, no sé, quizá sea cuando os observo a Pedro y a ti…


El estómago de Paula dio un vuelco. ¿Sospechaba algo?


—Creo que es envidia —continuó Kieran—. Os veo a los dos, y parece que os divertís tanto como en nuestros años de universidad, todo el tiempo bromeando y picándoos el uno con el otro. Me parece que echo de menos eso.


—Kieran, no podemos seguir eternamente como hace diez años.


Él pareció sentirse irritado ante sus palabras, como si hubiera tocado un punto sensible.


—Lo comprendo, pero… me gustaría recuperar al menos un poco de la felicidad que nos envolvía entonces. Estábamos tan bien juntos, Paula, tú y yo…


Aquello estaba tomando un cariz que no le gustaba a la joven.


—Escucha, Kieran, es natural que tengas dudas ante la idea de casarte, es un paso muy importante, pero cuando amas a alguien lo suficiente como para proponerle matrimonio…


—A ti te lo propuse una vez.


Paula sintió una punzada en el pecho. Era increíble cómo podía afectarla aún, pero de aquello hacía ya muchos años, y la chiquilla que se había enamorado de él no era la misma que había regresado a su país después de una huida de seis años, igual que él ya no era el mismo Kieran del que ella se había enamorado.


No, ella había crecido, había aprendido de sus errores, y había seguido adelante. Sin embargo, aquel capítulo de su vida jamás se había cerrado del todo, tal vez porque, antes incluso de averiguar que él la estaba engañando, había empezado a tener dudas acerca de su relación, de si lo amaba de verdad. Hasta entonces, había estado culpándose a sí misma por el distanciamiento entre ellos, y después también, con pensamientos paranoides sobre si ella no había sido suficiente para él y eso lo había empujado a los brazos de las otras. La sola idea la enfureció en ese instante.


—Aquello fue diferente —contestó.


A Kieran lo pilló desprevenido la frialdad de su tono.


—¿Lo fue?


—Óyeme bien, Kieran, si tienes miedo de que Nieves te abandone como te abandoné yo, no debes tenerlo, a menos que seas tan idiota como para fastidiarlo otra vez, y espero que no sea así, porque Nieves te ama en el sentido de «hasta que la muerte nos separe», ¿comprendes? Tienes que valorar eso en lo que vale. Te quiere por lo que eres ahora, no por la persona que fuiste hace años.


—¿Y tú?


Paula suspiró.


—Kieran…


—Si no te hubiera engañado, ¿habrías seguido a mi lado?


—Kieran, no me hagas esto…


—Necesito saberlo, Paula —insistió él repasándose la mano por el cabello—. Necesito asegurarme de que no hay una segunda oportunidad para nosotros antes de dar el salto que voy a dar.


Paula se quedó mirándola boquiabierta.


—Ya has dado ese salto, Kieran. ¡Por amor de Dios, estás comprometido con Nieves!


—Sí, pero necesito saberlo antes de seguir adelante.


—Kieran, basta, déjalo ya, deja tranquilo el pasado. ¿No es suficiente milagro que aún sigamos hablándonos que sigamos siendo amigos? Tú sigues importándome, porque lo que hiciste no ha hecho que eso cambie, y a mí también me entristece que lo nuestro no funcionara, pero eso pertenece al pasado, y está acabado.


—¿Y cómo explicas que desde entonces no hayas tenido otra relación desde que cortamos? ¿No te lo has planteado nunca?


Si él supiera…


—Eso no es asunto tuyo.


—Sí lo es si significa que tal vez haya esperanzas para nosotros. ¿Y si resulta que estamos hechos el uno para el otro a pesar de todo, Paula? Podríamos estar tirando por el desagüe la felicidad de toda una vida sin saberlo.


La joven no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.


 ¿Cómo podía pensar siquiera esas cosas? Obviamente Kieran no solo no había superado su ruptura, sino que daba la impresión de que hubiera seguido pensando en ellos todo aquel tiempo. Paula quería ir a casa, meterse en la cama y taparse la cabeza. Se sentía incapaz de manejar aquello, sobre todo con lo que estaba ocurriendo entre Pedro y ella.


Se llevó una mano a la sien, desesperada. ¿Cómo podría seguir ocultándole a Kieran ese secreto a voces?, ¿y cómo podría contarle a Pedro lo que Kieran le había dicho?


Kieran había extendido el brazo y le había tomado la otra mano.


—Paula, por favor, piénsalo al menos… Piensa en lo felices que seríamos… Como en los viejos tiempos, los tres mosqueteros, ¿recuerdas?


No por mucho tiempo, se dijo la joven mirándolo espantada, no si tenía que terminar pidiéndole a Pedro que eligiera entre ella y su amistad con Kieran.


—No puedo, Kieran, no sería justo para…


Pero él no le soltó la mano.


—Solo piénsalo, Paula. Podríamos poder retomar nuestra vida juntos…


—¡No!


La joven se apartó de él con violencia, se puso de pie, y volvió a hacer lo mismo que había hecho seis años atrás: salir corriendo.


Aquello era demasiado. Los sentimientos que estaban surgiendo entre Pedro y ella eran demasiado frágiles como para ponerlos a prueba. Odiaba a Kieran, lo odiaba con toda su alma por hacer las cosas todavía más difíciles.