domingo, 29 de enero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 11




El sábado siguiente, Paula sintió una gran curiosidad al observar al sacerdote en el altar.


El actor que Pedro había encontrado, parecía un auténtico sacerdote católico. Incluso la ceremonia pareció real.


Las flores blancas, el vestido color perla que llevaba, el ramo de flores que tenía entre sus manos e incluso la voz ¿ profunda con la que Pedro había pronunciado sus votos, hacían imposible creer que aquella boda era ficticia.


—Ahora puede besar a la novia —dijo el supuesto sacerdote, interrumpiendo sus pensamientos.


Paula se quedó de piedra. ¿Acaso Pedro no le había dicho que suspendiera aquella parte de la ceremonia? No quería besarlo y menos frente a las doscientas personas que habían sido invitadas con poco tiempo de aviso para darle más credibilidad a su boda ficticia.


Pedro inclinó su cabeza hacia la de ella y Paula cerró los ojos. El roce de sus labios fue suave, posándose sobre los de ella por un instante infinitesimal. Pero fue suficiente para que su corazón comenzara a palpitar con fuerza y sintió un calor naciendo desde sus entrañas.


Luego el momento se desvaneció y Pedro dio un paso atrás. 


Ella suspiró. ¿Se sentía aliviada de que el beso hubiera durado tan poco? ¿O hubiera preferido que la besara con la pasión de la que lo creía capaz?


—Ya casi hemos terminado. Enseguida podrás relajarte —murmuró él.


¿Relajarse? En dos horas se encerraría con Pedro en una suite nupcial y al día siguiente se mudarían a la casa que había comprado cuatro días atrás. Por primera vez, tenía dudas acerca de vivir a solas con él. Al menos en casa de su padre habrían estado constantemente rodeados por gente.


Ella observó su perfil y sintió un estremecimiento al imaginar aquellos labios acariciando su piel. Su mano apretó involuntariamente el brazo de Pedro, que giró la cabeza con una expresión de desconcierto en los ojos.


Ella tragó saliva y le sonrió tímidamente, deseando que no se percatara de su reacción. Tras unos segundos, él le devolvió la sonrisa. Paula respiró tranquila; Pedro no tenía idea de cómo su presencia la aturdía.


Siempre había sido así. Después de la muerte de su madre, había creído estar enamorada de aquel hombre que tanto apoyo le había ofrecido. Había llegado a creer que el dolor los acabaría de unir para siempre. Pero no había sido amor. 


Tan sólo se había sentido atraída por un hombre casado que no había sentido el menor interés en ella. Ahora tampoco lo tendría, teniendo en cuenta todo lo que los Chaves le habían hecho pasar.


Después de firmar en un registro falso y sonreír para el fotógrafo que su padre había conseguido, comenzaron el camino de vuelta desde el altar, acompañados de la música del órgano. Paula sintió que el corazón se le encogía. Los rostros sonrientes a sus lados se volvieron borrosos y por un instante deseó que todo aquello fuera real y no una farsa ideada para atrapar a un asesino.


Al llegar a la calle, aquel sueño se desvaneció. Paula entrecerró los ojos bajo la fuerte luz del sol de verano. El ruido de los reporteros también la sorprendió. Pedro la guió rápidamente rodeándola por los hombros, mientras la prensa los seguía.


Sintió la tensión del cuerpo de Pedro mientras la protegía ante cualquier amenaza que pudiera existir en la multitud. El gesto le provocó un sentimiento de calidez y afecto.


Un automóvil negro se detuvo frente a ellos y Pedro abrió la puerta. Al menos ahora ella sabía qué se sentía al ser una novia. Pedro también lo había hecho muy bien durante la ceremonia. Claro que él ya se había casado antes. Su primer matrimonio había estado basado en el amor y ciertamente no había sido un elaborado plan para atraer a un loco y atraparlo.


Pedro la introdujo en el automóvil que conducía un empleado de Chavesco, Bob Harvey. Nunca le había gustado aquel hombre y su mirada desafiante.


Una vez que el automóvil estuvo en marcha, Pedro la miró intensamente.


—Eres una novia muy guapa —dijo él.


Paula se sintió como un árbol de Navidad que acababa de ser encendido, brillante y luminoso. Curvó sus labios y observó su cuerpo elegantemente trajeado.


—Gracias. Tú tampoco estás mal —dijo finalmente.


—El día de la boda es el día de la novia —dijo Pedro.


—Ésta no es una boda de verdad —dijo ella, sintiéndose obligada a recordárselo.


Pedro lanzó una mirada de advertencia hacia la dirección del conductor.


Paula suspiró. ¡Aún estaban actuando! Aunque el conductor no podía escuchar a través del cristal. De pronto, se reclinó sobre el pecho de Pedro.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó Pedro, que se había puesto tenso.


—Así pareceremos unos auténticos recién casados —dijo ella apuntando su índice hacia la ventana.


Pedro soltó una maldición al ver una motocicleta junto al coche, con uno de sus ocupantes portando una cámara.


—Un beso para la foto —gritó uno de los motoristas.


Pedro tomó su teléfono móvil y dio una orden directa a alguien al otro lado de la línea. Al segundo, un automóvil se interpuso entre ellos y la motocicleta, que tuvo que hacerse a un lado.


—Ya hemos llegado —dijo ella con alivio mientras el vehículo atravesaba un gran arco que daba entrada al hotel San Lorenzo.


Por más que él tratara de fingir que Paula no estaba teniendo ningún efecto sobre él, Pedro sabía que no era así. 


Había deseado besarla en la iglesia y disfrutó sintiendo su cuerpo contra el suyo camino del coche. Ahora la observaba mientras ella se movía de mesa a mesa, hablando con parejas, dedicando sonrisas y abrazando a amigas.


Había llegado el momento de irse y poner el plan en marcha.


Durante los últimos días, cada vez que miraba los ojos verdes de Paula, una extraña sensación lo invadía. Se había acostumbrado a la soledad desde que perdiera a Lucia y no sabía cómo manejar la confusión que Paula le producía.


Una pesada mano lo tomó del hombro.


—¿Todo bien? —preguntó Arturo Pascal.


Pedro apartó sus pensamientos y asintió. Al igual que acababa de hacer él mismo, el jefe de seguridad de Chavesco había comprobado la habitación. Nada le pasaría a Paula.


Casi en contra de su voluntad, Pedro la buscó con la mirada entre los invitados. Estaba de pie, no muy lejos de él, con su vestido de novia color marfil. Aquello era un convencionalismo, puesto que después de todo, ¿qué mujer hoy en día podía lucir un vestido inmaculadamente blanco? 


Nadie esperaba que la novia llegara virgen al altar hoy en día, pensó Pedro.


Pedro cerró sus puños. Ella nunca sería su esposa. Su verdadera esposa estaba muerta y enterrada. Pedro giró sobre sí abruptamente, metiendo sus puños en los bolsillos.


—Debes estar satisfecha contigo misma. Todo salió perfectamente —dijo Roberto Chaves—. Estás tan guapa como tu madre.


Pedro deseó que el hombre se callara. No necesitaba oír lo que no había dejado de pensar. También él había reparado en el parecido entre Paula y Rosa Chaves. ¿Qué le podía decir a aquel hombre? Pedro lamentaba que Rosa Chaves hubiera muerto por culpa de un conductor borracho. 


Lamentaba que Paula hubiera pasado el infierno de haber estado atrapada con el cuerpo muerto de su madre en el coche, tras el accidente. Y lo que más lamentaba era que Rosa hubiera cambiado su asiento por el de él. Debía haber sido él quien muriera aquel día, no la madre de dos hijas adolescentes.


Observó a Paula saludando a otra pareja. El hombre se hizo a un lado, dejándola hablar con una pelirroja. Pedro se dio cuenta súbitamente de que era Catalina. Era la primera vez que las hermanas estaban juntas desde que Catalina volviera el viernes pasado.


—Alfonso... —dijo Roberto.


—Es mejor que me llames Pedro, puesto que ya somos familia —dijo Pedro con una mirada burlona.


—Cuídala bien, no quiero que le pase nada —dijo Chaves con tono frío.


Chaves quizás estaba recordando la muerte de su esposa. 


Pero Pedro no estaba dispuesto a sentir empatía por aquel bastardo y su lado humano. Era mucho más fácil ver a Chaves como un frío tirano que como un hombre que había perdido a la mujer que amaba.



***

Paul vio cómo Pedro se encaminaba hacia ella, con su habitual expresión distante. David lo detuvo, y Paula suspiró aliviada.


—¿Estás segura de que esta boda ficticia funcionará? —preguntó Cata preocupada.


Paula tuvo un deseo repentino de haber dejado a Cata al margen.


—Arturo, papá y Pedro están convencidos. Trata de discutir con alguno de los tres.


—Pedro Alfonso me da miedo —dijo Cata con su exagerada teatralidad.


—¿Por qué lo hiciste, Cata? —preguntó Paula, aprovechando la oportunidad que las palabras de su hermana le ofrecía.


La piel de su hermana palideció.


—Tuve que hacerlo. Me sentía cada vez peor, así que se lo dije a Manuel, y me convenció para que acudiera a la policía. Me dijo que no se casaría conmigo hasta que dejara el nombre de Pedro limpio —dijo Cata.


Paula sintió horror. Si no hubiese sido por Manuel, el nombre de Pedro seguiría estando manchado por una infamia. Manuel había hecho que Cata se enfrentara a las consecuencias de sus acciones. Pero se había mantenido a su lado. Paula se sintió celosa. Aquel hombre estaba enamorado de su hermana, incluyendo sus defectos.


—¿Por qué acusaste a Pedro? —preguntó Paula y los ojos de Cata se inundaron de lágrimas.


—Paula, ¿no recuerdas cómo era todo? No, supongo que no. Estabas tan ausente tras la muerte de mamá y yo tan confundida —dijo Cata con la voz quebrada.


—Tranquila —dijo Cata evitando pronunciar una respuesta irritada al tiempo que posaba su suave mano sobre el brazo de su hermana.


¿Acaso nadie había notado su propio dolor, su propia angustia?


—Lo siento. Dijiste que no sabías nada de la vida cuando tenías dieciséis años. Bueno, yo tampoco. Yo tenía quince...


—Casi dieciséis —interrumpió Paula.


—Tenía la cabeza hecha un lío —dijo Cata, sin mirar a su hermana a los ojos.


Paula frunció el ceño, queriendo saber más. Pero no quería que su hermana montara una escena, ni que se hablara luego de altercados entre ella y Catalina. Sus preguntas tendrían que esperar.








2 comentarios:

  1. Mmmm boda falsa? Me parece que Pedro no contrató a ningún actor y boda es muy real!! Me encantaron los capitulos!!

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