domingo, 29 de enero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 9




Una vez en su oficina, Paula abrió su correo electrónico y comenzó a leer los mensajes, deteniéndose al llegar a uno de una dirección de correo desconocida. No parecía un virus. El motivo del mensaje decía Urgente. Observó el espacio donde solía aparecer el texto. No había nada. 


Frunció el ceño, abrió un cajón y buscó un disco compacto virgen. Guardó el archivo adjunto rápidamente en el disco y lo pasó a través del programa antivirus. Estaba limpio.


Lo abrió y enseguida dejó escapar un grito.


Concentrada en la espantosa imagen de la pantalla de su ordenador, Paula apenas escuchó los pasos. Se quedó observando su rostro colocado sobre un cuerpo completamente mutilado. Su propia cara. Su cuerpo tembló de horror y pánico. Escuchó a Martin Dunstan preguntar qué pasaba mientras se acercaba a ella.


Al instante Pedro entró en la oficina.


—Agáchate, Paula. ¡Al suelo! ¡Ahora! —dijo Pedro.


Ella obedeció, ubicándose bajo el escritorio y cubriéndose los ojos con sus manos para tratar de borrar las imágenes.


—Tú, contra la pared —dijo Pedro.


—Pero...


—No discutas. Sólo hazlo.


—No entiendes...


—No, amigo, eres tú el que no entiende. Contra la pared. ¡Ahora!


—¡Dios! Eso es un cuchillo —dijo Martin con una voz frenética que hizo que Paula sacara su cabeza de debajo del escritorio.


—Sí, así es. Ahora de frente a la pared y con las manos sobre tu cabeza —dijo Pedro.


Paula salió de abajo del escritorio, sorprendida por la imagen de Pedro cacheando a Martin. Cynthia estaba de pie a la entrada de la oficina, con una mano en la boca. Paula se alejó del escritorio.


Pedro, Martin no es una amenaza —dijo.


Pedro gruñó, terminó de cachearlo y retrocedió.


—¿Es Martin Dunstan? —preguntó Pedro.


—Sí, él es Martin Dunstan, mi jefe —dijo Paula mordiéndose un labio.


—Tu aspecto es diferente al de la foto del carné. ¿Dónde está la barba? ¿No se supone que estabas en Sydney? —preguntó Pedro frunciendo el ceño.


—Me he afeitado. Tomé un avión antes de lo planeado. Mi esposa dará a luz en estos días. Lo siento —dijo Martin acariciando su barbilla recién afeitada.


Pedro se volvió para mirar a Paula.


—¿Por qué gritaste? —preguntó Pedro a Paula con mirada fría y oscura.


Ella no necesitó responder. Pedro se acercó al ordenador y observó los gráficos sin hacer gestos. Luego tomó el teléfono del escritorio. Paula trató de sentirse molesta por la forma en que él había asumido la autoridad de la situación, pero no
encontró las fuerzas. Era un alivio tener alguien en quien apoyarse, pensó mirando los anchos hombros de Pedro.



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