¿Qué demonios estaba pasando?
Pedro apretó los dientes irritado. Jamás le había contado aquello a nadie y ahora se lo acababa de contar a Paula.
Sentir sus dedos y ver la compasión de sus ojos habían derribado las barreras emocionales que había colocado entre el mundo y él.
Sorprendido por su comportamiento, ignoró la mirada de preocupación de Paula y se dirigió a la playa.
¿Qué le hacía aquella mujer?
¿Por qué siempre se comportaba de manera extraña cuando estaba con ella?
-¿Te apetece que nos bañemos antes de cenar? -le propuso Paula cambiando de tema.
-Pareces una niña pequeña -sonrió Pedro.
-Puede que tengas razón, pero no creo que eso tenga nada de malo -dijo Paula quitándose las sandalias y corriendo hacia el agua-. ¡Qué haces! -añadió cuando Pedro la tomó en brazos por la espalda.
-¿Qué me das si no te tiro al agua?
-Te voy a poner un ojo morado como me tires -contestó Paula-. Y a ver cómo le explicas eso a Kouropoulos.
-Empiezo a desear que Kouropoulos y todo este asunto se termine cuanto antes -murmuró Pedro-. Me gustaría hacer el amor contigo en la playa y preferiría que fuera sin público. ¿Recuerdas el Caribe?
Paula se estremeció entre sus brazos.
-¿Y me lo preguntas aquí delante de todo el mundo? ¿No tienes compasión? Sí, claro que me acuerdo. Estábamos solos tú y yo con el mar y las estrellas.
Pedro dijo algo en griego y la dejó caer en el agua.
Paula cayó de pie, rió y se agarró a su camisa.
-¿Qué haces?
-Refrescamos -sonrió Pedro echándole agua con el pie.
-¡Pedro! ¡Para! -rió a carcajadas.
Cuando lo miró a los ojos, vio que Pedro la estaba mirando con tanto deseo que se asustó. Acto seguido, la tomó de la muñeca, recogieron sus zapatos y corrieron hacia la villa.
****
Una vez dentro, hicieron el amor de manera tan desesperada y rápida que a Paula le costó creer que hubiera sucedido.
-Recuérdame que le comente a Kouropoulos que cambie el suelo de las villas. El mármol no es muy cómodo para hacer el amor -comentó Pedro.
-Si hubieras esperado, habríamos llegado al dormitorio --contestó Paula.
-Sí, pero ya no podía más -sonrió Pedro de manera seductora-. Creo que lo mejor será que pasemos la tarde en la piscina, a ver si así nos tranquilizamos.
Paula tenía serias dudas porque sabía que su acalorada reacción por él siempre que lo tenía cerca se debía a lo que sentía por Pedro.
Para colmo, se le estaba haciendo cada vez más difícil no hablarle de sus sentimientos.
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