miércoles, 7 de diciembre de 2016
ENAMORAME: CAPITULO 11
Dejo a la misteriosa señorita Pau frente a un antiguo edificio céntrico.
Me encuentro sumamente intrigado. ¿Por qué razón no quiso contarme adónde iría? Por su atuendo calculo que, a un gimnasio, aunque ahora dudo respecto de eso, cuando en la fachada del viejo edificio, puedo leer un cartel que dice: “Dance Fusión Escuela de dramatización corporal”
Juro que lo intenté, pero no pude.
Intente marcharme a casa sin pensar en nada más. Pero no pude. Dicen que la curiosidad mató al gato, tan solo espero no ser ese gato chusmeta que fisgonea donde no lo llaman.
Aflojo el nudo de mi corbata, me la quito del cuello y la guardo en la guantera. Desciendo del coche con la sensación de culpa quemando mi piel.
Estoy invadiendo el espacio personal de una de mis empleadas y sé por los mil demonios, que eso está ¡mal!
«¡Muy mal!» Acota mi subconsciente.
¡Shhh silencio!
Envuelvo con la gabardina mi cuerpo, para protegerme del frío y de la ira de la señorita Pau, si me pesca infraganti.
Subo la escalinata de la entrada y traspaso la portería.
La música me guía. No necesito más. Camino siguiendo la sensual melodía que se escucha y finalmente la veo.
«¿Zapatos rojos?» al parecer sufro un pequeño ACV cuando veo a la hermosa señorita Pau menear su curvilíneo cuerpo, junto a un musculoso y joven moreno.
«¡Mierda señorita Pau!» ¿Pero qué pretende con esto?... ¡Matarme!
Giro, y otro giro… vuelta y con la rodilla entre sus piernas el moreno la deja caer hacia atrás. Su melena se mueve al son de la melodía, y con esos ajustados pantalones puedo ver a la perfección el redondo culo que Dios le dio.
«Dios bendito de los culos respingones… ¡Gracias!»
Una dolorosa erección me dice que no estoy en el lugar correcto. Por ese motivo me niego a seguir mirando y obligo a mi cuerpo a salir de allí cuanto antes. Giro sobre mis talones, acomodo mi entrepierna y me dispongo a abandonar el lugar cuando una molesta voz a mi espalda, me increpa…
—¿Me estaba espiando?
Freno y cierro mis ojos implorando alguna ayuda divina. Al menos mi abrigo cubrirá mi amplificada entrepierna.
«Algo es algo» Pienso.
Giro y la veo.
Divina, furiosa, y lista para el ataque. Piel sudorosa. Sus pechos suben y bajan mientras intenta calmar su respiración.
Y con el cabello alborotado sensualmente a un lado, me hace pensar que en ese estado se vería, si un día la cogiera sobre la mesa de mi escritorio, y le diera duro, hasta que los libros de la biblioteca cayeran al suelo.
—No —. Respondo intentando parecer convincente —Solo la estaba buscando.
—¿Para qué? —pregunta altanera mientras camina hasta mí.
«Piensa Alfonso piensa»
—Sucede que, quería preguntarle si gusta que la pase a buscar en una hora aproximadamente. Justo tuve el llamado de un cliente y debo pasar por su expediente a mi oficina. Si desea, puedo recogerla de paso y llevarla a casa.
Entrecierra los ojos y ladea la cabeza. Me está analizando y eso me preocupa. Soy bueno mintiendo, después de todo ¡soy abogado! Pero esta mujer es mucho para mí, zarandea mi eje como pocas y puedo sentirlo. Finalmente, y tras un incómodo silencio que pareció eterno, deja escapar una sonrisa.
—Se lo agradezco señor Alfonso, pero luego de cada clase vamos por unas bebidas todos juntos. No se preocupe que mi compañero Ramiro me llevará.
«Puto Ramiro»
Asiento en silencio y dando media vuelta me marcho del lugar. Con un gusto a bilis en la boca que me ahoga y la pija tan dura que temo por la costosa tela de mi pantalón.
Me marcho.
Solo y como el puto acosador que soy, subo al coche y pienso un plan. Solo que no puedo poner ninguno en práctica.
«¡Es una empleada, estúpido!» Me grito. No puedo espiar y mandar sobre ella. Mientras cumpla con su trabajo… el cual lleva a la perfección, tendré que guardar mis manías para alguien más.
Es media noche cuando al fin escucho la puerta de la cocina abrirse.
La señorita Pau ingresa en silencio.
Aún no me vio, por lo que puedo contemplarla por unos segundos sin sentirme un fisgón de mierda.
Deja las llaves en el gancho que se encuentra a un lado de la entrada, y se quita su abrigo. De espaldas me deleita con esas nalgas tan perfectas que tiene, me gustaría tenerlas en mis manos para saber cuán maleables son. Finjo que estoy trabajando. Tengo el ordenador encendido, mis gafas puestas y una taza de café en la mano, cuando finalmente me ve.
—Señor Alfonso —comenta sorprendida de verme —¿trabajando a esta hora?
Dejo escapar todo mi encanto en una sonrisa y asiento en silencio.
—¿Desea algo para tomar? –ofrece.
—Tengo café, gracias. Pero si quiere acepto su compañía, deseo hablarle de un asunto.
Duda por un momento. La casa está en silencio y la cocina en penumbra, apenas con un par de spots encendidos, nos encontramos en medio de un halo de intimidad.
—Tome asiento señorita Pau—solicito, indicando el taburete que se encuentra frente por frente a mí.
Obedece en silencio. «Eso me encanta»
—Usted dirá.
—Quiero hablarle de su esposo.
—Ex esposo —corrige.
—Técnicamente es su esposo, por el momento y mientras no tenga los papeles del divorcio firmados, aún son marido y mujer.
Refriega sus ojos con ambas manos, este es un tema que le disgusta… ¡y mucho! Pero no hay que sacarle “el culo a la jeringa” … «Diría mi abuela» Y no dejo de pensar en la señorita Pau con sus pechos presionados contra la mesa y su trasero expuesto para mí “jeringa”.
Toso y aclaro mi garganta.
Sus ojos están pequeños. Posiblemente por el cansancio o porque haya bebido algo de alcohol. Apoya los codos en la mesada y con sus manos sostiene su frente.
—¿Estuvo bebiendo señorita Pau?
—Algo —responde jocosa, y yo estoy aferrando al tigre que vive en mí y quiere saltar sobre ella para arrastrarla a su cama y reclamarla como propia.
Me pongo de pie y cargo la cafetera con una capsula. A mi espalda dejo a la bella mujer de ojos grandes y color miel, en silencio.
Vuelvo con un jarro de humeante café y lo deposito frente a ella. En el movimiento rozo intencionalmente su brazo, y para mi asombro ella no se inmuta.
¡Qué mierda! «Pienso» Si a cualquiera de mis empleadas, tanto las que trabajan en mi casa, como las de la oficina, les hiciera eso, ¡estarían jadeando! No es que sea un vanidoso, pero puedo ver y escuchar los comentarios que hacen las mujeres a mi espalda.
Agradece el café y da un largo sorbo. Luego cierra los ojos y lo huele. Mi polla se pone tan dura como un mástil y me prometo no mirar ni pensar en sus tetas, las cuales sobresalen exuberantes en su escote. ¡No mirar tetas, no mirar tetas, no mirar sus tetas! Repito en mi cabeza una y otra vez como si fuera un mantra.
—¿De qué quería hablarme señor Alfonso?
—De sus tetas legales —respondo.
Cierro los ojos y automáticamente me quiero volar los sesos a patadas.
—¿Disculpe? —responde irguiendo la columna en clara posición defensiva.
—Temas —aclaro nuevamente la garganta y temo me haya puesto rojo de la vergüenza —quiero hablar de sus t.e.m.a.s legales —repito lentamente aterrado de cometer el mismo exabrupto.
—De acuerdo.
No emite comentarios sobre mi “error” y da otro trago a su café.
Me aflojo y respiro aliviado.
«¡Puto acto fallido!»
—Señorita Pau, según pudimos averiguar con mi socio, usted y su esposo contaban con un amplio patrimonio. Un departamento en una de las zonas más costosas de la ciudad. También una casa de playa y un automóvil Mercedes Benz clase S el cual usa habitualmente el señor Dalmao, cuyo precio en el mercado es de unos doscientos cincuenta mil dólares. ¿Es correcto?
—Sí señor.
—Y exceptuando el departamento en el cual vivían, el resto de los bienes fueron adquiridos con posterioridad a su unión conyugal. ¿Correcto?
—Aham.
La miro molesto.
—“Aham” no señorita Pau… si le pregunto “¿correcto?” debe responder de igual forma.
—¿A qué quiere llegar con esto señor Alfonso? —pregunta la atrevida.
—Quiero que entienda, que fue una tonta haciéndole tan fácil la vida al canalla de su esposo. El hombre le es infiel, le arrebata todo, la deja en la calle de la noche a la mañana y usted… ¡como si nada! ¿Sabe que vive en el que antes era su “hogar” con su nueva mujer?
—Puedo suponerlo —responde molesta al tiempo que se pone de pie —y le agradeceré no se inmiscuya en donde nadie lo llamó. Esa es mi vida, mis problemas y mis decisiones. Agradezco su buena voluntad “abogadil” pero la respuesta es NO.
—¿Abogadil?... ¡esa palabra ni siquiera existe!
Ella se larga a reír y es el sonido más hermoso y afrodisíaco que escuché en el último tiempo. Para mi sorpresa yo también me hecho a reír y ella repite “abogadil” tentada.
Sin obedecer a mi “deber” como jefe, me pongo de pie y rodeo la mesa. Mi risa ha cesado y mi objetivo se encuentra pacífico a pocos metros de distancia.
Llego hasta ella y giro el taburete donde se encuentra sentada Pau y lentamente muevo a un lado el sedoso y brillante cabello rojizo que me impide ver su hermoso
rostro.
«Es todo o nada» pienso. Luego de esto no valen los arrepentimientos Alfonso.
Retiro su cabellera y descubro su hermoso rostro… ¡esperen!
¿Llorando?...
«¡Corten!»
Pero, ¿cómo puede estar llorando si hace cinco segundos se encontraba muerta de risa?
«Mujeres» me grita mi otro yo, de brazos cruzados negando con la cabeza. Ese “yo” que tiene un sentido del humor sumamente ácido y es un tanto machista.
—Perdón señor Alfonso —dice sorbiendo sus mocos —creo que estoy hormonal, es que debe de estar por llegar mi período.
«¿Período?»
Hago memoria y no logro recordar a ninguna mujer hablar de su período con tanta naturalidad, como lo hace ella.
—No se preocupe… la entiendo —miento. ¡Claro que no logro entender la naturaleza femenina! En un momento ríe y al segundo, llora.
—Gracias por preocuparse por mí, señor Alfonso—. Me da un pequeño beso en la mejilla, luego pasa por mi costado y se marcha.
La atrevida se marcha dejándome así.
Caliente.
Miro la hora en mi reloj y son casi las dos de la mañana, pienso que tendré que tomar una ducha fría, muy fría, para calmar al dragón que la maldita despertó.
—Papito.
Escucho a mi espalda. Mi pequeña se encuentra de pie, en mitad de la escalera que comunica los dormitorios.
Camino a ella y la tomo en brazos.
—¿Qué pasó cielo?
—Tuve una pesadilla —susurra bajito, y luego acurruca su cabecita en mi cuello.
—Cuéntale a papi ¿qué soñaste cariño? —pronuncio mientras subo la escalera rumbo a mi dormitorio.
—Lo mismo de siempre pa… el osito de goma gigante que quiere entrar por la ventana para llevarse a Bobby. ¿Puedo dormir en tu cama?
—¿Otra vez? —tercer día consecutivo de la semana.
—Tengo miedo de estar solita, y tu cama es tan cómoda papito.
«Chantaje en su máxima expresión» pienso.
—Vamos cachorra a la cama de papi.
—¡Yupi! —grita feliz mientras salta y se acomoda en mi lugar.
Una vez en la cama, con mi pequeña niña recostada en brazos pienso en la señorita Pau.
Pienso no, ¡divago!
Que se sentirá tener a la señorita Pau en mis brazos… aquí en mi cama, descansando luego de un lujurioso encuentro.
¿Será lo mismo?... quiero decir, ¿sentiré el mismo cosquilleo que me produce verla ajena a mi sentir?
¡Basta!
Apago la luz de la lámpara. Beso la cabecita de mi pequeña y me duermo.
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