lunes, 5 de septiembre de 2016

ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 9




—Estaban volando sobre el mar.


¿Grecia no era más que mar?, se preguntó ella.


—Puedes abrir los ojos —le dijo él—. Aterrizaremos en menos de cinco minutos.


Paula siguió con los ojos cerrados. No estaba interesada en el paisaje. El mar la aterraba.


—¡Dios mío! ¡Estás blanca como una hoja! ¿Es esto consecuencia de la noche pasada también?


Ella no podía hablar, por la lucha interna que tenía con el miedo al mar.


Hubo un momento de silencio, y luego unos dedos le agarraron la mano fría.


—Ahora recuerdo que el día que te conocí estabas igual de pálida. No sabía que te daba tanto miedo volar… Perdóname, la próxima vez iremos en barco. El viaje se hace más largo, pero será más cómodo para ti.


Ella se sorprendió porque Pedro parecía sensible a sus sentimientos.


¿Debería confesarle que lo que le daba miedo era el agua y no volar?


—No me mires así. Todos tenemos una debilidad. Es casi un alivio saber que tienes algo que no sea codicia. Puedes relajarte ahora. Hemos aterrizado. Bienvenida a mi escondite.


Paula recordó lo cerca que estaba el helipuerto de la isla del mar y sintió pánico.


—Sigues muy pálida. Deberías acostarte un rato antes de cenar. ¿O prefieres nadar?


—Quizás más tarde —ella no supo qué decir.


—Después de unos días en Atenas la gente no puede resistir la tentación de zambullirse en el mar —la miró—. Pero hay tiempo de sobra. No tengo prisa en volver a la ciudad.


Paula disimuló su sorpresa al oírlo.


¿Cuánto tiempo pensaba quedarse?


—Estás muy tensa, y el objetivo de este viaje es que te relajes. Aquí no hay otra cosa que hacer que relajarse. Aunque debes estar cansada después de anoche.


Ella lo miró, confundida. ¿Por qué era amable con ella?, se preguntó.


—Estoy cansada. Tienes razón.


—Échate un rato antes de cenar…


Entraron en la mansión y Paula miró, impresionada a su alrededor. La primera vez que había estado allí, no había entrado en la casa.


—Es hermosa…


—La diseñó mi primo. Tiene un negocio de decoración de interiores. También es responsable de los cuadros.


—¡Tiene mucho talento! —descubrió un piano y exclamó—: ¡Oh!


—¿Tocas el piano? —le preguntó él siguiendo la dirección de su mirada.


—Sí —Paula se acercó—al piano y lo acarició.


—Siéntete como en tu casa —le dijo Pedro haciéndole un gesto hacia el instrumento.


Ella se puso colorada.


—No… Yo no… Bueno…


—¿Qué no qué? ¿Qué no quieres que sepa nada de ti? ¿Es eso lo que te ha dicho tu abuelo que hagas? ¿Qué escondas la persona que eres?


Ella lo miró, consternada.


—Yo…


—Estamos casados ahora. El acuerdo está firmado y sellado. Nada de lo que digas o hagas cambiará eso. Es hora de que te relajes y seas tú misma.


—Soy yo misma.


—No. Vuelves a ser la versión callada de ti misma. Anoche, tuve la impresión de que he tenido un atisbo de la persona que eres realmente.


—Bebí demasiado…


—Y claramente eso bajó tus inhibiciones como para revelar tu verdadera personalidad —dijo él con simpatía—. He descubierto anoche que mi gatita tiene uñas.


—Me irritaste —dijo ella, poniéndose colorada.


—Un lapsus que no volverá a suceder —Sebastien Pedrotiró de ella y la abrazó—. He descubierto que mi esposa tiene personalidad, algo que creo que ha ocultado por obedecer las órdenes de su abuelo.


—Yo… —Paula tragó saliva.


—Desde ahora en adelante, quiero que seas tú misma —le ordenó—. Quiero saber todo sobre ti. Sin secretos.


Paula cerró los ojos. Él aún pensaba que su madre estaba muerta, que había muerto con su padre… Y que su abuelo la quería…


Si se enteraba de cuánto le había mentido, se pondría furioso.


En algún momento se enteraría, y ella temía su ira.


—Necesito echarme un rato…


—No volverás a beber… —prometió Pedro.


La llevó al dormitorio principal.


Era tan impresionante como todo lo demás.


—Es fabuloso… —comentó Paula.


Y era muy silencioso.


—¿Dónde están los demás?


—¿Los demás? —repitió él.


—Tú generalmente tienes empleados…


—Éste es mi refugio. No lo sería si lo llenase de empleados, ¿no crees? Aquí vengo a olvidarme de mis responsabilidades de empresario.


Ella lo miró.


—¿Estamos solos aquí?



—Solos completamente.


Ella se dio cuenta de su tono sensual. Recordó que la pasada noche había estado coqueteando con otra mujer y levantó la barbilla, en un gesto desafiante.


—¿Quién cocina, entonces?


—A veces yo, a veces otros… Un barco trae productos frescos todos los días, y hay huerta en la mansión.


—¿Cocinas tú? —ella se quedó con la boca abierta—. Si los hombres griegos no cocinan nunca…


—Suelo venir aquí solo, así que tenía que aprender a cocinar o me moría de hambre…


Paula lo miró, confundida, pensando que tal vez no lo conocía bien. Pero no era de extrañar, llevaban poco tiempo juntos. Y no habían compartido casi nada, ni una comida, aparte de la cama.


Pedro se acercó a las puertas de cristal y las abrió.


—Descansa un rato. Yo estaré en la terraza, si necesitas algo.


Paula esperó a que se marchase para desvestirse.


Se acostó en ropa interior. Tenía sueño. Su cabeza aún le dolía por la falta de sueño y el alcohol.


Se quedó dormida.


Cuando se despertó se sintió culpable. ¿Cuánto había dormido? Mucho.


Pedro no estaba por allí.


Se levantó y buscó los vaqueros.


—Los he tirado —le dijo una voz masculina.


—¡Me has asustado! —Paula se tapó rápidamente con la sábana.


—No estamos más que nosotros en la isla, ¿por qué te asustas? Y no hace falta que muestres ese pudor, ágape mou. No me importa que andes desnuda.


—Bueno, a mí, sí me importa. ¿Y qué quieres decir con que has tirado mis vaqueros? Me has dicho que no traiga equipaje. La única ropa que tengo es la que tenía puesta antes.


—No los vas a volver a usar —le dijo él. Se había puesto unos pantalones de lino, y tenía las mangas de la camisa enrolladas por encima de los brazos cubiertos de oscuro vello—. Como parece que no te has comprado nada para usar en clima caluroso, me he tomado la libertad de comprarte un ropero adecuado.


—¿Un ropero? —preguntó ella agarrándose a la sábana.


Él sabía que ella no se había comprado nada; y no era estúpido.


—No estás acostumbrada a ir de compras, ¿verdad? —Pedro fue al cuarto ropero y volvió con una túnica de seda azul—. Algo extraño en alguien que necesita una suma de dinero tan grande para mantener su estilo de vida.


Paula se quedó helada. Y no se le ocurrió nada que decir.


—Vístete —le ordenó él—. Luego ven a la terraza. Cenaremos y charlaremos.


Paula sintió un escalofrío ante la idea de charlar con él.


Tocó el bonito vestido.


De pronto, Pedro parecía dispuesto a conocerla, y eso sería un problema para ella.


Pedro esperó a su esposa en la terraza, mirando la piscina. 


Evidentemente, su esposa tenía personalidad. Era la primera vez que se sentía confundido por una mujer. Ella se salía totalmente del patrón.


Su reacción ante la ropa de diseño que le había comprado para ir al club nocturno había sido la de una persona que nunca se hubiera puesto algo así. Ninguna mujer de las que había conocido había reaccionado con semejante entusiasmo. Paula había reaccionado como una criatura que descubre el placer de vestirse y arreglarse. Lo desconcertaba con aquellas reacciones tan poco propias de la heredera de Chaves.


Y también estaba un poco sorprendido de su reacción con ella. Nunca se había sentido tan descontrolado con una mujer. Parecía no poder saciarse de ella sexualmente, algo extraño en él, que terminaba aburriéndose fácilmente de sus acompañantes femeninas.


Y la noche del club nocturno, había tenido que controlarse para no darle un puñetazo al hombre que se había puesto a bailar con ella.


Su cuerpo se incendiaba con sólo recordarla… Y tenía un sorprendente sentimiento posesivo hacia ella.





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