domingo, 24 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 31





Pedro no tenía prisa por volver a casa. Su vuelo salía para Frankfurt a las nueve de la mañana y no le apetecía encontrarse un apartamento vacío, de modo que fue al bar del Sagittarius y se acomodó en un asiento de cuero junto a la barra. El ambiente era agradable y estaban emitiendo un partido.


Le pidió una cerveza al camarero.


Tal vez buscase una amante en París. ¿Por qué no? El celibato no era una buena estrategia a largo plazo. Incluso podría empezar ya mismo. Seducir a una chica en el bar y…


–¿Está ocupado este asiento? –la voz femenina le provocó un escalofrío en la espalda.


Se giró lentamente y vio a Paula de pie ante él, preciosa y con expresión dubitativa. Tenía el pelo medio recogido y ligeramente rizado. Llevaba un vestido rosa claro con finos tirantes y falda con volantes.


–¿Le apetece tomar algo? –le preguntó el camarero.


–Brandonville Chablis –respondió Pedro por ella.


Paula se sentó.


–He acabado de trabajar y me iba a casa.


–¿Así vestida?


–Me he cambiado antes de salir de la oficina –dejó el bolso en la barra–. Quería… quería darte algo.


Extendió la mano y abrió el puño. Pedro bajó la mirada y vio el anillo de compromiso en su palma.


El corazón se le congeló y un dolor punzante le traspasó el pecho. Sabía que dolería, pero no se esperaba una sensación tan angustiosa. Por unos segundos se preguntó si podría volver a respirar.


–¿La farsa se ha terminado? –consiguió preguntar.


–La farsa se ha terminado –él no agarró el anillo y ella lo dejó en la barra. Pedro no podía ni mirarlo–. Hoy he despedido a Noah –le dijo en tono distendido. El camarero sirvió la copa de chablis y miró a Pedro como si quisiera unirse a la conversación, pero la expresión de este le hizo alejarse rápidamente.


–Buena decisión.


–También he despedido a Ken –pasó el dedo por el tallo de la copa. Tenías razón y yo estaba equivocada.


Él sacudió ligeramente la cabeza.


–¿Cómo dices?


–¿Me vas a hacer repetírtelo? Porque para mí es muy humillante. Parece que eras mejor presidente de Chaves Media que yo.


–¿Qué ha pasado? –repitió él.


–Me estaban saboteando.


–Era de esperar.


–Una cosa es estar en desacuerdo con tu jefe e intentar hacer valer tu opinión, pero otra muy distinta es intentar que un proyecto fracase y malgastar los recursos de la empresa. No estaba dispuesta a consentirlo. Y por eso también he despedido a Louie. Es la primera vez que hago algo así… –tomó otro trago–. Necesito esto.


Pedro resistió el impulso de agarrarle la mano.


–Me siento orgulloso de ti,Pau.


–Gracias. Yo también me siento un poquito orgullosa


–Y con razón –desvió la mirada hacia el anillo.


–He ascendido a Reece.


La mujer a la que amaba con todo su corazón había entrado finalmente en razón, pero sin embargo rompía otra vez con él.


–Hemos ido juntos a Cheyenne.


–¿Tú y Reece?


Ella asintió y Pedro sintió una punzada de celos. Agarró el anillo y se lo metió en el bolsillo de la camisa.


–Quería que Reece estuviera presente cuando ascendiera a Max Truger. Voy a contar con los dos.


–¿Has ascendido a Max?


Paula se giró hacia él.


–Tenías razón y yo estaba equivocada. Necesito ayuda para dirigir la empresa. Necesito personas en las que pueda confiar, y necesito dejarles hacer su trabajo de modo que yo pueda tener una vida.


Pedro sintió que el corazón se le henchía de amor.


–¿Entonces por qué me devuelves el anillo?


–El compromiso era falso, Pedro. No quiero un compromiso falso. Si voy a volver a llevar ese anillo, quiero que sea de verdad.


Pedro le costó un momento asimilar sus palabras. Y cuando lo hizo no podía creerlo.


–¿Estás diciendo que…?


Ella asintió.


Pedro se levantó. Todo el cuerpo le vibraba de entusiasmo, pero no podía ser allí, en un bar. La levantó de la silla y la sacó del bar. Al principio no sabía adónde ir, pero entonces usó su llave para entrar en el spa, cerrado y a oscuras. Cerró tras ellos y echó la llave.


–Cásate conmigo –le pidió, abrazándola–. Cásate conmigo, cásate conmigo, cásate conmigo.


–Sí –respondió ella con ojos brillantes, y él la besó con toda la pasión y amor que podía expresar.


–Te quiero, Pau.


–Te quiero, Pedro. Nunca imaginé que volvería a decírtelo.


Él la levantó en sus brazos y echó a andar.


–Dilo todas las veces que quieras. Todos los días de mi vida.


Avanzó por un estrecho pasillo.


–¿Vamos a hacer el amor en el spa?


–Está cerrado con llave y yo soy el dueño. De modo que… sí, vamos a hacerlo –entraron en una sala con una fuente iluminada y un gran sofá–. Hemos llegado –la acomodó en el sofá y la contempló con adoración–. Me encantas de rosa. 
Deberías vestir siempre así. Pero ahora quítate el vestido.


–Acabo de despedir a tres hombres por no mostrar el debido respeto.


–Oh, te lo mostraré, descuida… Te mostraré todo el respeto que mereces en cuanto te vea desnuda.


Ella extendió la mano.


–¿Antes puedo tener mi anillo?


Él se arrodilló, se sacó el anillo del bolsillo y se lo deslizó en la mano izquierda.


–Esta vez es para siempre.



–Para siempre –aseveró ella, y se echó hacia atrás para quitarse el vestido.




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