domingo, 24 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 29





Erika había cambiado su sofisticado traje de novia por un vestido más sencillo, sin mangas, con un corpiño ceñido y forrado de encaje marfil.


Paula y Tamara llevaban vestidos morados idénticos, sin mangas, con falda corta y botas de vaquero.


En las barbacoas de la terraza del ayuntamiento, los cocineros del Chaves Grill asaban la carne y el salmón, mientras que el pastelero había preparado una fabulosa tarta de limón y frambuesas.


Acabada la ceremonia y el banquete, Paula tenía la cabeza dividida entre Cheyenne y Los Ángeles. Por un lado se alegraba enormemente por Erika y Mateo, pero por otro estaba muy inquieta debido a la discusión que había tenido con Ken aquella mañana.


Una banda de la ciudad tocaba en el pequeño escenario, y los invitados se habían congregado alrededor de la improvisada pista de baile. El primer vals llegó a su fin y sonaron los primeros acordes de una popular melodía, la señal para que Paula y Pedro se unieran a los novios en la pista.


Vestido con un traje gris y unas botas de vaquero, Pedro la tomó de la mano y la acompañó al centro de la pista, donde la estrechó entre sus brazos. Paula encontró rápidamente el ritmo y dejó que Pedro la guiara, reprimiendo el impulso de acurrucarse contra su pecho, cerrar los ojos y olvidarse del resto del mundo.


–¿Dónde tienes la cabeza? –le preguntó él.


–Justo aquí. Igual que mis brazos, mis piernas y mis pies.


–Estás pensando en Chaves Media…


–¿Desde cuándo puedes leerme el pensamiento?


–Puedo leer tu expresión. Y no dejas de mirar a Noah con el ceño fruncido.


–Llevo todo el día sonriendo y mirando a Erika. ¿Verdad que está preciosa?


–Tienes que olvidarte de ello.


–¿Olvidarme de que la novia está preciosa? ¿Crees que estoy celosa?


Pedro la hizo girar.


–Olvidarte del trabajo. Estamos en una boda. Se supone que hay que divertirse.


–Me estoy divirtiendo.


–Tienes la cabeza llena de preocupaciones.


Ella esbozó una radiante sonrisa.


–¡Me lo estoy pasando bomba! –afirmó, pero en ese momento vio a Noah. Había ido a la boda, junto a Ken, Louie y muchos otros directivos y miembros del personal, ya que Mateo había trabajado con ellos durante muchos años. Los tres estaban hablando en un rincón. Una mujer se unió a la conversación, la secretaria de Noah, y le entregó un móvil. 


Noah se separó del grupo y su mirada se encontró con la de Paula. Pedro tiró de ella para apretarla contra el pecho.


–Déjalo ya –le susurró al oído, y la giró para que perdiera de vista a Noah.


–Están tramando algo.


–Olvídalos. No puedes estar trabajando a todas horas.


–Las cadenas emiten a todas horas.


–También mi hotel está abierto a todas horas, pero no estoy allí permanentemente.


–Tú no estás en guerra con tus directivos.


La canción terminó y empezó otra, pero ellos siguieron bailando.


–¿Todavía estáis en guerra?


–Sí, y eso es lo que me preocupa –le había dado a Ken los guiones actualizados y él le había dicho que intentaría hacer algo con ellos, pero Paula llevaba varios días esperando sus resultados.


–¿Qué ocurre?


–Creo que Ken está interfiriendo en mis guiones.


–Pues pregúntaselo.


–Ya lo he hecho, pero evita responderme.


–Hazte cargo, Pau. Pero que sea el lunes. Ahora baila conmigo.


–No puedo… –se calló a mitad de la protesta. No tenía sentido seguir discutiendo con Pedro.


Se obligó a relajarse y a concentrarse en los pasos de baile, en los fuertes brazos de Pedro, el olor de su piel y los latidos de su corazón. La música llenaba sus oídos y un arrebato de deseo le crecía en el pecho. Si pudiera escapar con Pedro y ocultarse en algún rincón, podría dar rienda suelta a su pasión y olvidarse de todas sus preocupaciones.


–Eso está mejor –le dijo él–. Tú, yo, Cheyenne… Como en los viejos tiempos.


Sus palabras eran demasiado íntimas. Tal vez era la naturaleza indómita que los rodeaba, pero aquel lugar los unía más y más.


–Te deseo, Pau.


A Paula se le cerró la garganta y no pudo articular palabra. 


Él se llevó la mano a los labios y la besó en la muñeca. Una exquisita ola de calor se le propagó por el brazo.


La canción terminó y el maestro de ceremonias anunció por los altavoces que había llegado la hora de cortar la tarta. Su voz fuerte y afable devolvió a Paula a la realidad. ¿Qué demonios le pasaba?


Se apartó de Pedro y abandonó a toda prisa la pista de baile. 


Había estado a punto de ceder, de pasar otra noche en sus brazos… ¿Cómo se podía ser tan tonta?


Entró en el guardarropa y se agarró a un estante para respirar hondo e intentar calmarse.


–¿Cuáles son los que han tenido peores índices de audiencia? –preguntó una voz masculina.


Paula se sobresaltó. El hombre que hablaba estaba al otro lado de la esquina, fuera de su vista.


–¿Del año pasado? –era Noah quien hablaba–. ¿La tercera temporada?


Paula caminó hacia él.


–Sería ideal tener una copia del guion… Sí, por favor –Paula torció la esquina y a Noah se le desencajó el rostro al verla–. Te llamaré más tarde –desconectó el móvil.


–¿Quién era?


–Alguien de Australia.


–¿Quién?


–Se llama Cathy, una simple secretaria. No la conoces.


–¿Qué estás haciendo, Noah?


Él se dirigió hacia la puerta.


–Estaba pidiendo información para hacer la versión de la serie.


–Estás ocupándote de la versión de la serie británica.


–La versión de Ken.


–¿Has visto los guiones? –sus sospechas iban en aumento.


–Sí.


–¿Los que he actualizado yo?


–Y también los de Ken. Admito que buenas ideas, Pau.


–Vaya, muchas gracias, Noah. Es muy amable por tu parte reconocer que tengo algo que aportar a Chaves Media.


–¿Qué está pasando aquí? –preguntó Pedro, apareciendo tras ella.


–Pues claro que tienes algo que aportar –dijo Noah en tono suave–. Tienes mucho que aportar. A todos nos gustan tus cambios. Estamos trabajando en ellos.


–¿Por qué te ocupas del proyecto de Ken?


–Ya basta –dijo Pedro–. Noah, este no es el lugar ni el momento…


–Largo –le espetó Paula.


–Márchate –le dijo Pedro a Noah.


Noah miró a Paula, visiblemente nervioso. Luego miró a Pedro y salió apresuradamente del guardarropa.


Paula se giró hacia Pedro, esforzándose para no estallar.


–No puedes socavar mi autoridad de este modo.


–Van a cortar la tarta.


–Me importa un bledo la tarta.


Él dio un paso adelante, casi tocándola.


–¿Oyes lo que estás diciendo? ¿Lo oyes?


–Noah estaba hablando con alguien de Australia, preguntándole por los programas con menor audiencia. No podía hacer oídos sordos.


–Sí, sí que podías. El lunes te ocuparás de lo que haga falta en la oficina.


–¿Eso es una orden?


Pedro apretó la mandíbula.



–Es una sugerencia amistosa.


–Perdiste el derecho de hacer sugerencias amistosas.


–¿Todo lo que hizo tu padre no significa nada para ti? Jugó conmigo, con tus hermanos, con la compañía… ¿y no has aprendido nada?


–Cállate, Pedro.


–No voy a callarme. No puedo callarme. ¿Quieres oír una orden, Pau? Si te diera una orden sería la siguiente: despide a Noah. Despide a Ken. Despide a Louie. Asciende a Max. Asciende a quien tú creas que es digno de confianza. Y luego déjales hacer su trabajo. No puedes encargarte de todo tú sola. Lo echarás todo a perder, no solo el trabajo, sino también tu vida.


Paula se enfureció. Había trabajado en Chaves Media mucho más tiempo que Pedro. Era ella en quien su padre había confiado. Era ella la que estaba al mando.


–¿Me estás diciendo cómo tengo que dirigir mi empresa?


–No –respondió él amablemente. Le levantó la mano izquierda y frotó el diamante del anillo–. Te estoy diciendo cómo ser mi mujer.


Paula se quedó de piedra.


–Hace mucho tiempo –continuó él–, conocí a una mujer hermosa, alegre y maravillosa, de la que me enamoré perdidamente. Quería pasar el resto de mi vida haciéndola feliz. Pero tú la has hecho desaparecer. Me la has robado y no sé qué hacer para recuperarla –le soltó la mano–. Si alguna vez vuelve a aparecer, avísame.


Se giró y se marchó.


Paula empezó a temblar y tuvo que agarrarse de nuevo al estante. La mujer a la que Pedro había conocido no se había ido a ninguna parte. Seguía allí. Si Pedro la amara, si de verdad la amara, la aceptaría como era, con sus virtudes y defectos. No podía quedarse solo con lo bueno y rechazar lo que no fuera perfecto. El amor no era así.







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