sábado, 23 de abril de 2016
ILUSION: CAPITULO 25
Se terminó el chocolate y les dio las buenas noches a todos.
Los analgésicos habían surtido efecto y el hombro apenas le dolía. Se quedó dormida enseguida.
El teléfono la despertó. Abrió los ojos y vio que solo había dormido unos minutos. Era el número de Erika, de modo que respondió.
–¿Pau? Soy Erika. ¿Estás bien?
–Un poco grogui, pero sí, estoy bien.
–Hemos visto las imágenes de la inundación por la LNN. ¿Ha sufrido daños el Big Blue?
–Muy pocos. Pero está todo empantanado. Hacía años que no llovía tanto.
–Mañana por la mañana vamos para allá. El rancho de los Dyson ha sufrido importantes daños y he oído que van a necesitar otro generador en el hospital.
–Todo el mundo aquí está ayudando.
–Lo sé. Y también nosotros queremos hacerlo.
Paula la entendió. Ella tendría que regresar pronto a Los Ángeles, pero se quedaría todo el tiempo posible y Chaves Media contribuiría generosamente a los trabajos de reconstrucción.
–Siento haberte llamado tan tarde, pero quería decírtelo cuanto antes y en persona –pareció dudar un momento–. Con todo lo que está pasando… Bueno, Mateo y yo lo hemos hablado y… No nos parece que sea el mejor momento para celebrar una boda en Malibú por todo lo alto.
Paula se incorporó tan bruscamente en la cama que sintió un doloroso tirón en el hombro.
–¿Qué?
–Hemos pensado en posponer la boda. Tenemos que ir a Cheyenne a ayudar, y no podemos seguir planeando la boda mientras estamos allí. Sé que te has volcado por entero en los preparativos, pero… –su tono era de disculpa.
–No se trata de mí, sino de tu boda. Tienes que hacer lo que te pida el corazón.
Erika soltó un suspiró de alivio.
–No podría hacerlo. No podría brindar con champán enfundada en un vestido de tres mil dólares mientras nuestros amigos y vecinos están sin agua ni electricidad.
–Te entiendo –dijo Paula.
–Mateo va a llamar a Conrad Norville. Pero ¿puedes decírselo tú a Pedro?
Paula tragó saliva.
–Claro.
–Gracias. Y muchas gracias por entenderme.
Paula dejó el teléfono y se levantó. Seguramente Erika pensaba que solo tenía que darse la vuelta y decirle a Pedro lo de la cancelación, ya que creía que estaban otra vez juntos y que por tanto dormían en la misma cama.
La casa estaba en silencio. Todo el mundo se había ido temprano a la cama, pues al día siguiente les esperaba un duro día de trabajo.
No había boda, se dijo a sí misma de camino a la puerta. No había boda, se repitió mientras recorría el pasillo y bajaba la escalera. No había boda…
Atravesó la cocina en dirección a la habitación de invitados que ocupaba Pedro. Por debajo de la puerta salía luz, lo que significaba que Pedro seguía despierto.
Llamó suavemente a la puerta.
–¿Sí?
Ella abrió y asomó la cabeza. La lámpara de la mesilla estaba encendida.
–Soy yo.
–¿Pau? ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
–Sí –entró en la habitación y cerró tras ella.
–¿Seguro? –Pedro dejó el libro que estaba leyendo mientras Paula atravesaba descalza la habitación y se sentaba en el borde de la cama–. ¿Qué ocurre?
–Ha llamado Erika –él esperó–. Han visto en las noticias las imágenes de la inundación y han decidido venir a ayudar.
–No me sorprende.
–También han decidido cancelar la boda.
Pedro se echó hacia atrás.
–¿Cancelar la boda?
–No quieren celebrar una fiesta en Malibú mientras la gente lo pasa mal en Cheyenne.
–Supongo que es lo correcto –dijo él. Se miraron un momento a los ojos y Pedro bajó la mirada al anillo de Paula–. Bueno, supongo que nuestro plan secreto…
–Ha sido una gran pérdida…
–De tiempo.
–Iba a decir de esfuerzo.
–También –se pasó una mano por el pelo–. Por no hablar de las mentiras.
Ella empezó a quitarse el anillo del dedo, pero él la detuvo con la mano.
–No –Paula lo miró confundida–. Si rompemos ahora parecerá muy extraño.
–¿Y qué? No creo que haya un momento mejor.
–La gente ya tiene bastantes preocupaciones.
–Nuestro supuesto compromiso no va a ayudar en nada a la reconstrucción.
–Eso es cierto –corroboró, pero sin retirar la mano–. ¿Y Chaves Media?
Ella se puso en guardia.
–¿Qué pasa con la empresa?
–Ya tienes un problema con Noah. ¿Cómo pretendes inspirar credibilidad y confianza si vuelves a romper nuestro compromiso?
–¿Y por qué tendría que ser yo quien lo rompiera? De cara a los demás también podrías haber sido tú.
–Se preguntarán por qué.
–Por amor de Dios, Pedro…
–Si soy yo quien rompe, te arriesgarás a que la gente se imagine los motivos.
–No serían ciertos.
–Los rumores casi nunca lo son. Y tú eres más conocida que yo. ¿Quién crees que sería el blanco de las habladurías?
–No podemos seguir comprometidos.
–Podemos esperar un poco.
–¿Cuánto? ¿Y por qué no nos casamos mejor? Así nadie sospecharía que el compromiso es una farsa.
–Ese sarcasmo sobra.
–Yo creo que no. Tenemos un problema como una catedral.
–Y también tenemos la solución, aunque solo sea temporal. No estoy diciendo que nos quedemos así toda la vida, Pau. Podemos romper cuando queramos. Pero no esta noche, ni mañana. Esperemos a que los otros problemas se resuelvan por sí solos. Así será todo más fácil.
–¿Crees que esto es fácil? –para ella no lo era en absoluto.
Pasar tiempo con Pedro, hablar con él, reír con él, recibir sus ligeras caricias. Cada minuto del día recordaba la vida que habían tenido juntos, por qué se había enamorado de él y lo doloroso que había sido perderlo.
–¿Tienes frío? –le preguntó él. Ella no respondió, pero se estaba congelando–. Métete en la cama –la invitó, retirando la manta.
–¿Te has vuelto loco?
–Tienes un hombro lastimado, te has puesto ciega de analgésicos y te estás helando. Sabré comportarme como un caballero.
Ella titubeó, pero la promesa del calor era demasiado tentadora. Se sentó junto a él y Pedro le cubrió las piernas. No se tocaban, pero el calor de su piel la envolvía.
–¿Mejor? –ella asintió–. Hace días que no hablamos.
–No me gusta.
–Lo sé. Y no te culpo.
–¿Y tú? Para ti tampoco puede ser fácil. Tienes que estar conmigo y fingir que…
–¿Que me gustas? Siempre me has gustado, Pau. Puede que seas un poco extravagante y que estés ligeramente desencaminada…Y hoy has estado a punto de matarme.
–Esa parte sí es cierta.
–Pero con todo no eres tan desagradable.
Ella lo golpeó en el muslo.
–Son los analgésicos. Te hacen estar un poco confundida.
–¿Por eso he accedido a seguir comprometida contigo?
–No, eso lo ha decidido la parte de tu cerebro que aún conserva la lucidez.
–¿Qué esperas conseguir con todo esto?
–Sigo confiando en poder ayudarte con Noah.
–Eso sí que no. Además, ¿por qué quieres hacerlo si eso solo me beneficiaría a mí?
Él le rodeó los hombros con el brazo.
–Una vez estuve enamorado de ti, Pau. Perdidamente enamorado. Y ese tipo de sentimientos no se evaporan en el aire sin más.
–Es como un hechizo.
–Sí… Que se apodera de mí y no me suelta.
–Y de mí.
Él la apretó suavemente.
–Quizá por eso hicimos el amor.
Paula sintió una ola de calor.
–Supongo…
–Mientras lo hacíamos era como si nunca nos hubiésemos separado –dijo él en voz baja y sensual.
Ella tenía miedo de responder, porque estaba completamente de acuerdo.
El aire se cargó de tensión. Él le acarició el pelo y la mejilla y la miró intensamente a los ojos.
–Nadie lo sabría…
La excitación prendió en su interior y empezó a propagarse por todo su cuerpo. Entendía lo que quería decir. Si volvían a hacerlo nadie lo sabría. ¿Y qué podría cambiar? Ya habían cedido una vez a la tentación y no había servido de nada, pero tampoco había empeorado la situación.
Pedro la besó tiernamente en los labios.
–Dime si te hago daño… Dímelo y me detendré.
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