sábado, 23 de abril de 2016
ILUSION: CAPITULO 26
Pedro la rodeó con un brazo por la cintura y la hizo tumbarse de espaldas. La camiseta se le subió y dejó al descubierto la piel exquisitamente suave de su vientre liso. Era todo lo que él siempre había recordado y amado.
–Eres preciosa…
–Y tú eres tan fuerte… –le acarició los hombros y brazos desnudos. Pedro solo llevaba puestos unos boxer.
Frunció el ceño al fijarse en su torso.
–Estás herido.
–Son solo unos rasguños.
–Parecen profundos. Tengo miedo de tocarte.
–No lo tengas, por favor –le puso la mano en el vientre–. Porque yo me muero por tocarte –volvió a besarla en los labios con la esperanza de tranquilizarla. Lo último que quería era que Pau tuviese dudas.
Ella aceptó su beso y le echó los brazos al cuello. Pedro la abrazó por la cintura para no tocarle el hombro y la besó con más intensidad. Sus lenguas se entrelazaron y la pasión barrió cualquier otro pensamiento de su mente. Solo podía pensar en ella. En que finalmente volvía a tenerla en su cama.
Deslizó la mano hacia arriba y le acarició el costado del pecho, desnudo bajo la minúscula camiseta. A continuación bajó hasta la cintura y le recorrió la curva de la cadera, el trasero y el muslo. Ella se apretó contra él. La sensación era tan maravillosamente familiar que a Pedro se le secó la garganta.
–Te he echado de menos.
Ella le sujetó la barbilla y lo besó apasionadamente.
–Me siento tan confusa…
–Todo saldrá bien, te lo prometo.
Sabía que sus palabras no tenían ningún sentido, pero quería que fueran ciertas. Esperaba con un anhelo desesperado no tener que volver a hacerle daño nunca más.
Ella se quitó la camiseta y Pedro se quedó fascinado al ver sus hermosos pechos. Pegó la piel a la suya, absorbiendo su calor y suavidad, y ella empezó a besarlo en el pecho.
–¿Te hago daño?
–Al contrario. No hay mejor cura para mis heridas.
–No creo que el sexo tenga propiedades terapéuticas –dijo ella en tono jocoso.
–Vamos a comprobarlo enseguida.
Impaciente por tenerla desnuda, le quitó los pantalones cortos y los arrojó al suelo. Acto seguido se quitó los boxer y se tumbó de espaldas, apretándola contra él.
–Dime si te hago daño.
–No siento nada –respondió ella mientras lo besaba.
–¿Nada? Vaya… –deslizó la mano entre sus muslos–. ¿Sientes esto?
Ella soltó un gemido y él continuó acariciándola.
–¿Y esto?
–Pedro… –su respiración se aceleró.
–¿Y esto?
Ella se abrazó fuertemente a él y enterró la cara en su cuello.
–No pares…
Incapaz de esperar un segundo más, la penetró y sintió la humedad y el calor de su cuerpo envolviéndole la erección. Intentó tomárselo con calma, pero era imposible. Volvió a colocarla boca arriba y ella levantó las caderas.
–Sí… Así…
Él se apoyó en los brazos y contempló su rostro. Tenía los ojos cerrados y las pestañas recortadas contra su piel cremosa, el pelo alborotado, las mejillas encendidas, los labios carnosos y entreabiertos… Podía excitarse solo con mirarla.
Un gemido brotó de sus labios. Le rodeó con las piernas y entrelazó los tobillos en su trasero. Pedro quería proceder con delicadeza, pero el deseo era demasiado fuerte y le acuciaba a penetrarla más y más rápido.
–¡Pedro! –gritó ella finalmente, hundiendo la cabeza en la almohada.
Él sintió sus estremecimientos y convulsiones, y un instante después la siguió al orgasmo.
Transcurrió un largo rato hasta que pudo moverse. Se tumbó de espaldas y tiró de la manta. Ella apoyó la cabeza en su pecho, haciéndole cosquillas en el cuello con el pelo. Sus cuerpos se acoplaban a la perfección. Las heridas no dolían.
Era como estar flotando en una nube.
–Eres increíble –le dijo mientras le acariciaba el pelo. Quería decirle mucho más, pero ninguno de los dos podía permitirse ir más allá del momento.
Ella le trazó una línea en el pecho con la punta del dedo.
–No me puedo creer que todo haya sido para nada.
–¿A qué te refieres?
–Tú, yo, Conrad, la prensa, mis hermanos, Marlene…
–Ah, sí. Bueno… ¿Quién podría haber previsto la inundación del siglo?
–Si no nos hubiéramos inventado la historia, si no le hubiéramos mentido a nadie, habría sucedido lo mismo.
–Si no hubiéramos mentido, yo no te habría seguido hasta aquí y te habrías ahogado en el río.
–¿Nuestras mentiras me han salvado la vida?
–Yo creo que sí.
Ella lo pensó un momento.
–Si no hubiéramos mentido, yo no habría hablado con Conrad y él no me habría dado la idea de las series. Noah y yo no habríamos discrepado sobre la programación y yo no habría venido a Cheyenne.
–Pero es una buena idea –replicó Pedro–. Si no hacéis cambios en la programación, Chaves Media empezará a perder audiencia, disminuirán los ingresos por la publicidad, acabará declarándose en bancarrota y con ella se hundirá todo el imperio Chaves.
La risita de Paula retumbó en su pecho. Era otra sensación dolorosamente familiar.
–¿Acabamos de salvar el imperio Chaves por mentirle a mi familia y a todo el mundo?
–A Andres y a Tamara no les hemos mentido, pero sí.
–Necesitas un caballo blanco, Pedro Alfonso.
–Tu caballo Delling es tordo. Podría servir.
La voz de Paula se hizo más débil, señal de que se estaba quedando dormida.
–Es una lástima que no te casaras conmigo… Habría sido tuyo.
Mucho rato después, mientras ella dormía plácidamente, sus palabras seguían resonando en la mente de Pedro.
«Es una lástima que no te casaras conmigo».
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