jueves, 11 de febrero de 2016

AMANTE. CAPITULO 9





Por primera vez, Paula llegó tarde al trabajo. Solo fueron cinco minutos de retraso, pero teniendo en cuenta que siempre llegaba antes, fue todo un acontecimiento para ella.


Aquella mañana había estado más tiempo de la cuenta en la ducha. En parte, porque había dormido mal y, en parte, porque estaba muy enfadada. No se arrepentía de haberse acostado con Pedro, pero se odiaba a sí misma por haber deseado después que se quedara a desayunar, que se duchara con ella y que volvieran a hacer el amor.


Cuando llegó al despacho, se puso a trabajar; pero estaba tan alterada que no podía, así que puso música para relajarse un poco y concentrarse mejor. Al cabo de unos minutos, apartó la mirada de la pantalla del ordenador y se pegó un susto de muerte al ver al hombre que estaba en la puerta.


–¿Qué estás haciendo aquí?


–Por lo visto, asustarte –contestó Pedro con una sonrisa.


A Paula se le aceleró el pulso de inmediato.


–Si no recuerdo mal, habíamos acordado que…


–Sí, ya lo sé –la interrumpió, antes de cruzar el despacho y sentarse al otro lado de la mesa–. Pero tengo que hablar contigo.


–¿De qué?


–Ayer me malinterpretaste. A decir verdad, no vine al estadio para ver a Dion, sino para verte a ti –respondió.


–¿A mí? ¿Por qué? –preguntó con extrañeza.


–Bueno… supongo que debería habértelo dicho antes, pero las cosas se complicaron y no tuve la oportunidad.


Ella frunció el ceño, pero no dijo nada. Él se recostó en el sillón y lanzó una mirada a la ordenada mesa de Paula.


–Estoy trabajando con una organización que se dedica a ayudar a chicos conflictivos. Suelen ser adolescentes que han tenido algún problema con la ley, jóvenes que necesitan una guía e inspiración para volver al buen camino.


Paula lo dejó hablar. Era evidente que estaba allí para pedirle algo, y que no se trataba de un asunto de carácter personal.


–Cada pocos meses, organizamos un cursillo para los chicos –continuó Pedro–. Una especie de programa de educación.


–¿Y eso qué tiene que ver conmigo?


–Nos gustaría que los chicos se entrenaran con el equipo durante una semana. Los ayudaría a comprender mejor los conceptos de disciplina, dedicación y trabajo. Pero, naturalmente, necesitamos que nos deis permiso –respondió–. Y también nos gustaría que pudieran hablar con los jugadores y hacerles preguntas. Para ellos, son una fuente de inspiración. Un ejemplo a seguir.


Paula pensó que era una buena idea. De hecho, el club ya había participado en programas como ese. Incluso animaban a los propios jugadores a continuar sus estudios mientras estaban jugando y, especialmente, si sufrían alguna lesión y se veían obligados a abandonar su carrera deportiva.


Pero, a pesar de estar de acuerdo con el proyecto, Paula se sintió decepcionada y enfadada a la vez. Pedro se lo podría haber dicho el día anterior, en cualquier momento; pero se había callado y ahora tenía la impresión de que había estado jugando con ella.


–Tengo algo que te interesará –Pedro se llevó una mano al bolsillo y sacó un lápiz de memoria–. Son diapositivas y un vídeo de los últimos programas que hemos llevado a cabo. Solo dura unos minutos, y será más explicativo que cualquier cosa que te pueda decir.


Ella hizo caso omiso.


–¿Cuándo lo quieres hacer?


–La semana que viene.


Paula se quedó boquiabierta. Le sorprendió que organizara tan mal las cosas.


–Veo que lo dejas todo para el último momento –comentó con recriminación.


Él la miró a los ojos.


–No es lo que parece. Lo íbamos a hacer en otro sitio, pero surgió un problema y no está disponible –explicó.


Ella guardó silencio durante unos segundos y, a continuación, dijo:
–Quiero dejar bien claro que no me voy a dejar influir por ninguna… relación personal que hayamos tenido.


–Por supuesto que no. Sin embargo, sé que tampoco les negarás a los chicos esa oportunidad por culpa de la relación personal que mantenemos –contraatacó él–. Además, entre tú y yo no hay ningún problema, ¿verdad?


Paula no respondió. Efectivamente, no había ningún problema entre ellos. Pero se sentía enormemente decepcionada.


–Por otra parte, sería bueno para las relaciones públicas del equipo –siguió Pedro–. Una forma de afianzar sus lazos con la comunidad.


–El equipo ya tiene lazos bastante estrechos con la comunidad. Participamos en muchos programas educativos –replicó ella con firmeza–. ¿No serás tú el que necesita mejorar su imagen pública?


Pedro sonrió.


–Te aseguro que en el programa no aparece el logotipo de mi empresa ni mi propia fotografía. De hecho, lo apoyo con la condición de que no se mencione que participo en él.


Paula tragó saliva. La había dejado completamente cortada.


–Obviamente, ya he hablado con Dion. A él le parece bien, pero me dijo que debía hablar contigo porque tú eres la persona que se encarga de las relaciones con los jugadores.


–Eso no es exactamente así. Yo me limitaré a informar de tu petición a la junta directiva, y será ella quien tome la decisión.


Él se echó hacia delante.


–Sin embargo, Dion afirma que tu opinión es clave en estos asuntos. Dice que, si estás de acuerdo, nos darán permiso.


Paula suspiró.


–Está bien, pero no te puedo garantizar nada. Tendrás que esperar a que revise tu propuesta y lo consulte con mis superiores.


–Lo comprendo perfectamente.


Ella se levantó de su asiento para dar a entender que la reunión había terminado. Él se dio por aludido y la siguió hasta la puerta.


–No hace falta que me acompañes al ascensor. Sé que estás muy ocupada –dijo él con ironía.


–No lo estoy tanto –replicó, desafiante.


Él volvió a sonreír.


–Paula, te aseguro que lo nuestro no ha tenido nada que ver con esos chicos. Yo no me prostituyo por nada. Ni siquiera por una buena causa –afirmó–. Lo que pasó anoche…


–Lo que pasó anoche ha terminado.


Pedro arqueó una ceja.


–¿Ah, sí? –preguntó–. ¿A quién pretendes convencer con esas palabras, Paula? ¿A mí? ¿O a ti misma?


Paula pensó que era el hombre más arrogante del mundo.


–No es necesario que contestes –continuó él–. Pero añado que me puedes invitar a cenar otra vez cuando tú quieras.


Paula se ruborizó. En parte, por su atrevimiento y, en parte, porque acertaba al suponer que lo estaba deseando. No se trataba únicamente de que ansiara sus caricias y sus besos, sino también de que se divertía mucho con él. Le gustaba tanto que, cuando estaban juntos, ni siquiera podía pensar.


–Echaré un vistazo a ese vídeo y te daré una respuesta cuando sepa algo.


Pedro sacó una tarjeta del bolsillo y se la ofreció.


–Aquí tienes mi dirección y mis números de teléfono –dijo–. Esta mañana nos despedimos tan deprisa que no tuve ocasión de dártelos.


Ella alcanzó la tarjeta y se apartó de él para evitar cualquier tipo de contacto físico. Su cercanía la estaba poniendo nerviosa.


–Muy bien. Estaremos en contacto.


Él asintió.


–Gracias por tu tiempo, Paula.


Paula le dio la espalda y apretó los dientes, frustrada. Era consciente de que no podía rechazar su petición, y él lo sabía de sobra. El club no se negaba nunca a ese tipo de peticiones; sobre todo, si estaban relacionadas con niños o jóvenes. Estaba obligada a tratar el asunto como lo habría tratado si no hubiera hecho el amor con Pedro.


Él salió del despacho y ella lo maldijo para sus adentros. No había sido sincero con ella. Se había callado una información importante, y ahora tenía la impresión de que la había manipulado para conseguir lo que quería.


Dejó el lápiz de memoria en la mesa y se sentó para enviar los mensajes oportunos. Iba a recomendar la petición de Pedro, pero solo porque no tenía motivo alguno para negarse y porque Dion ya le había dado el visto bueno.


Además, el equipo de rugby no tenía más compromisos a corto plazo que un par de partidos amistosos.


Sin embargo, no tenía la menor intención de estar cerca de él durante la duración del cursillo. Se quedaría en el despacho y pondría en orden los archivos o se buscaría cualquier otra ocupación. Lo que fuera, con tal de no verlo.






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