jueves, 11 de febrero de 2016

AMANTE. CAPITULO 8





La luz del sol forzó a Paula a abrir los ojos. Pero no movió ni un músculo. Tenía agujetas en todo el cuerpo, aunque eso no impidió que se excitara al pensar en lo sucedido. Pedro había estado maravilloso.


Sin embargo, frunció el ceño e intentó controlar sus impulsos. Se había prometido a sí misma que solo iba a ser una relación de una noche. Por muy satisfactoria que hubiera sido, no habría repetición. Pedro Alfonso no estaba hecho para ella. Era un hombre rico y famoso; un hombre de los que no se quedaban con nadie demasiado tiempo. Una bomba que, como todas las bombas, estallaba y no dejaba nada después.


–Te estabas riendo en sueños, ¿sabes?


Ella se estremeció al oír su voz.


–¿En serio? Será que soñaba algo divertido.


–Supongo que sí.


Paula pensó que afrontaría el asunto del mismo modo, como si hubiera sido un sueño. De lo contrario, corría el riesgo de abrasarse con el deseo que sentía. Y no estaba dispuesta a cometer ese error.


Se giró hacia él, lo miró a los ojos y sintió una súbita tensión. 


Estaba muy guapo. Con el pelo revuelto y la cara sin afeitar, era la quintaesencia del amante perfecto.


–Será mejor que me vaya.


–¿Te vas a ir? Es muy temprano –dijo él.


Ella se levantó de la cama, alcanzó una bata y se la puso.


–Tengo cosas que hacer. Aún no ha empezado la temporada de rugby, pero esta es una época de mucho trabajo siempre.


Él sonrió, se puso de lado y se apoyó en un codo.


–Entonces, ¿no quieres desayunar conmigo?


–Es una idea tentadora, pero no puedo –contestó–. Lo siento.


–¿No puedes hoy? ¿O no vas a poder ningún día?


Paula respiró hondo y le devolvió la mirada.


–Ningún día.


Pedro no cambió de posición. Siguió tumbado como una gloriosa escultura de bronce.


–Ah, así que te quieres librar de mí… Tirarme por la borda, sin más.


Ella arrugó la nariz.


–No es para tanto, Pedro.


–No me digas que te arrepientes de lo que hemos hecho.


Paula parpadeó y sacó fuerzas de flaqueza para fingir algo parecido a una sonrisa.


–No, no me arrepiento de lo que ha pasado. No me arrepiento en absoluto. Ha sido maravilloso, pero…


–Pero solo iba a ser una noche.


Ella asintió.


–Es lo que acordamos –dijo.


–Y te quieres atener al plan.


–Exacto.


–¿Por algún motivo en concreto?


A Paula le sorprendió su insistencia. ¿Sería posible que se sintiera decepcionado? Fuera como fuera, volvió a la cama y se sentó en el borde.


Pedro, lo de anoche fue como tomar un postre que está increíblemente bueno. Uno de esos postres tentadores y deliciosos que resultan pesados si comes más de la cuenta –respondió–. Es mejor que no nos pasemos.


Él se la quedó mirando en silencio y ella intentó no admirar su cuerpo desnudo, por miedo a lo que pudiera pasar.


Entonces, Pedro le puso una mano en el cuello y la inclinó hacia él.Paula no se resistió. A fin de cuentas, iba a ser la última vez. Era lógico que le quisiera dar un beso de despedida. Pero, cuando sintió sus labios y su lengua, se sintió tan dominada por la pasión que la voluntad le flaqueó de repente y se dejó llevar.


Momentos después, él rompió el contacto y dijo con una sonrisa:
–¿Estás segura de que no quieres más postre?


Ella se obligó a recuperar el aplomo.


–A veces, hay que dejar las cosas como están.


Pedro la observó y sacudió la cabeza.


–Tienes mucha fuerza de voluntad, ¿sabes? ¿Qué te ha hecho tan fuerte?


–Nada particularmente interesante –Paula se levantó de la cama y se alejó un poco–. Pero, cuando tomo una decisión, la mantengo.


–Sí, ya lo veo…


Paula salió del dormitorio a toda prisa, por temor a que Pedro adivinara sus verdaderos sentimientos. Ardía en deseos de hacerle el amor otra vez, pero le aterraba la posibilidad de dedicar demasiado tiempo y esfuerzo a otro hombre que no le podría dar lo que necesitaba. Ya lo había hecho una vez y se había arrepentido. Era mejor que lo olvidara y siguiera adelante con su vida.


Ya había preparado café cuando Pedro se presentó en la cocina. Se había vestido, pero seguía con el pelo revuelto. 


Paula alcanzó la cafetera y dijo:
–¿Quieres tomar algo antes de irte?


Él sonrió.


–No, gracias. No quiero que pierdas el tiempo por mi culpa. Has dicho que estabas muy ocupada.


Ella asintió, contenta de que le pusiera las cosas tan fáciles.


–En ese caso, gracias por la cena y por todo lo demás.


–De nada. Me lo he pasado muy bien.


Paula se ruborizó a su pesar.


–No se lo contarás a nadie, ¿verdad? –dijo con preocupación.


–Por supuesto que no. Lo que ha pasado se quedará entre nosotros.


–Excelente –dijo, nerviosa–. En fin, gracias de nuevo.


Pedro la volvió a mirar con humor y salió de la cocina. 


Segundos después, Paula oyó el sonido de la puerta al cerrarse. Aún llevaba la cafetera en la mano. Y se sintió súbita y terriblemente vacía.



***


Pedro subió al coche y arrancó con una sonrisa en los labios que enseguida se convirtió en carcajada. Llevaba diez minutos conteniendo la risa. Era obvio que Paula no estaba acostumbrada a las relaciones de una sola noche, porque había demostrado una timidez tan encantadora como divertida. Y, a pesar de que había manifestado su deseo de no volver a acostarse con él, también era evidente que lo deseaba con toda su alma.


Como él a ella.


En general, Pedro nunca estaba más de uno o dos días con la misma mujer; pero Paula le gustaba de verdad, y no iba a permitir que diera por terminada su relación. Lo de aquella noche había sido un simple calentamiento antes del combate, que duraría bastante más de diez asaltos.


El teléfono móvil le empezó a sonar. Él miró el número de la pantalla y se sintió culpable. Era Andres. Pedro le había dicho que se verían por la tarde y que, para entonces, ya tendría una solución para su problema; pero Paula había trastocado sus planes y, sencillamente, se había olvidado de todo lo demás.


Al llegar al edificio donde vivía, aparcó, subió a su ático y se dirigió al cuarto de baño. Mientras se duchaba, empezó a trazar un plan para solucionar lo de Paula y el asunto de Andres, el motivo por el que había ido originalmente al estadio de los Silver Knights. Estaba seguro de que su encantadora amante estaría de acuerdo en colaborar en un proyecto tan desinteresado. Y con un poco de suerte, él mataría dos pájaros de un tiro.






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