jueves, 11 de febrero de 2016

AMANTE. CAPITULO 7




Paula jamás habría creído que la sangre pudiera hervir en las venas, pero tenía la sensación de que su sangre estaba haciendo exactamente eso.


–La atracción sexual es algo increíble, ¿no crees? –dijo en voz baja.


Pedro le volvió a pasar un dedo por los labios.


–Eres preciosa.


Ella sacudió la cabeza, pensando que lo decía sin sentirlo.


–No quiero frases hechas, Pedro. Solo la verdad.


Él entrecerró los ojos, pero sonrió.


–Es la verdad. Eres preciosa –insistió–. Te he deseado desde que te vi en ese pasillo.


Paula se sintió halagada. Y cuando Pedro se acercó un poco más, se puso nerviosa. Esta vez no se iban a dar un beso impulsivo e inesperado, sino absolutamente premeditado.


De repente, no se creyó capaz de seguir adelante. Tragó saliva e intentó sobreponerse a la confusión y las dudas que la embargaban. ¿No estaría cometiendo una locura? 


Con Pedro, todo parecía muy fácil. Pero quizá no lo fuera.


Él notó su tensión y se empezó a preocupar.


–¿Estás bien, Paula?


Ella guardó silencio, así que él añadió:
–No es la primera vez que haces esto, ¿verdad?


Paula pensó que, desde luego, no era la primera vez que se iba a acostar con un hombre. Pero era la primera vez que se iba acostar con uno tan deprisa.


–Claro que no –respondió–. Será que he perdido la práctica…


–Bueno, no hace falta que hagamos el amor de inmediato. Podemos jugar un poco… y, por supuesto, si quieres que me detenga, me detendré.


Paula no quería que se detuviera, pero agradeció su actitud caballerosa.


–No, no… Quiero pasármelo bien –acertó a decir–. He estado muy alterada desde que nos besamos. Esto de estar tan cerca y tan lejos del placer al mismo tiempo es desesperante. Pero deseo que lo hagamos. Lo deseo de verdad.


Pedro rio con dulzura.


–¿Y qué quieres que haga yo, concretamente?


–Todo –respondió ella, cansada de disimular su excitación.


Él la miró de nuevo. El humor de sus ojos se había transformado en el hambre de un depredador. Justo lo que Paula necesitaba, porque había despertado su parte animal y quería la parte animal de Pedro.


La respiración se le aceleró, y el pulso también.


Entonces, él bajó la cabeza con una sonrisa cálida y le dio un beso en los labios. Durante un par de segundos, dio la impresión de que solo buscaba un contacto leve y sutil; pero, de repente, perdió el control y asaltó su boca sin contemplaciones.


Paula respondió del mismo modo, ofreciéndole la misma pasión que le había dado en el pasillo del vestuario. Estaba demasiado excitada para contenerse. Y habría seguido así si no se hubiera quedado sin aliento.


–¿Ya te has cansado? –preguntó él con ironía.


–Oh, no… Me he apartado un momento porque necesito respirar –respondió–. Además, me besas de tal forma que tengo miedo de alcanzar el orgasmo…


Pedro soltó una carcajada.


–¿No era lo que querías?


–Sí, pero no tan deprisa…


Sin dejar de reír, Pedro cerró los brazos alrededor de su cuerpo y se apretó contra ella.


–Está bien, te haré una promesa –dijo–. No te tocaré por debajo de la cintura hasta dentro de media hora.


Ella le puso las manos en el pecho y lo miró con horror.


–¿Por qué me miras así? –preguntó Pedro.


–¿Qué quieres decir con eso de que no me tocarás hasta dentro de media hora? ¿Qué vas a hacer? ¿Poner una alarma o algo así? ¿Crees que esto se puede planificar?


Pedro se inclinó y ella sintió su aliento en la cara.


–No, en modo alguno. Solo quería decir que me tomaré las cosas con calma, para volverte loca de deseo.


–Pero ya estoy loca de deseo…


Ella ladeó la cabeza y él la miró con picardía.


–¿No decías que querías pasártelo bien? Entonces, relájate y déjate llevar. Lo pasarás mejor si dejas el asunto en mis manos.


Pedro le acarició la espalda y le arrancó un escalofrío de placer, que creció en intensidad cuando le llevó las manos a los senos y le acarició los pezones. Paula gimió, encantada. 


Ya no le preocupaba quién tenía el control de la situación.


–¿Sabes una cosa? Olvida lo que he dicho sobre lo de no ir demasiado deprisa –declaró, casi sin aire–. No sé en qué estaba pensando… Haz lo que quieras.


Ella le puso las manos en la cara y se frotó contra él
–Media hora, Paula –dijo–. Veremos si lo puedes soportar.


Pedro le dedicó una sonrisa tan masculina que Paula supo que se había metido en un buen lío, aunque también en un lío de lo más placentero. Treinta seguros después, ya no lo soportaba más. Cambiaba el ritmo y la intensidad de sus besos; la tocaba con suavidad. Quería que la tocara en todas partes; sobre todo, dentro.


Le desabrochó los botones superiores del vestido y le apartó la prenda. Luego, la besó en el cuello y descendió lentamente hasta los pechos, que mordió con suavidad por encima del sostén.Paula cerró los ojos. De repente, sus pezones estaban tan sensibles que, cada vez que Pedro los succionaba o acariciaba con la lengua, sentía una descarga eléctrica en las entrañas.


Había dicho que no la tocaría por debajo de la cintura hasta media hora después y, aunque solo habían pasado diez minutos, ya la tenía al borde del orgasmo.


–Oh, no… –dijo ella al sentir la primera oleada.


–Déjate llevar –susurró él.


Paula llegó al clímax. Era la primera vez que llegaba de ese modo. Pero aún no había recuperado el aliento cuando se dio cuenta de que su cuerpo quería más, de que necesitaba estar desnuda, de que necesitaba que la tomara.


Frotó la pelvis contra él y abrió los ojos. Ya no se contentaba con sus caricias. Quería llenar el vacío de su interior y disfrutar del cuerpo de Pedro. Además, no había nada que se lo impidiera. Nada salvo su propia timidez. Así que le llevó las manos a la cintura, le sacó la camisa de los pantalones y le tocó los músculos del estómago.


–¿Qué estás haciendo? –preguntó él.


Paula sonrió con sensualidad. Ella también tenía poder sobre él; también lo podía volver loco de deseo.


–Te has comprometido a no tocarme abajo durante media hora, pero yo no me he comprometido a nada. Te puedo tocar donde quiera y cuando quiera.


Tras acariciarlo entre las piernas, sonrió y le empezó a desabrochar los pantalones. Pedro no la detuvo, pero la miró con asombro. Paula se vio reflejada en sus pupilas, que se habían dilatado, y se sintió inmensamente satisfecha.


–¿Qué ocurre, Pedro? ¿Te estoy asustando?


Paula le desabrochó la camisa y se la quitó. Después, admiró su pecho y le acarició los hombros con suavidad.


–¿Te gusta lo que ves? –preguntó él con voz ronca.


–Sí. Tienes un cuerpo precioso.


Era verdad. Obviamente, Pedro pasaba mucho tiempo en el gimnasio. Sus músculos estaban mejor definidos que los de algunos jugadores del equipo.


–Tienes todo lo que quiero… –Paula siguió hablando y le llevó una mano a la entrepierna –. Incluso más aún.


Él se puso tenso.


–Ten cuidado con lo que haces –susurró–. Me estás excitando.


Paula le frotó suavemente el sexo.


–Lo siento, pero has dicho que no irás más lejos durante media hora.


Él sonrió.


–Sí, eso he dicho. Y te estás buscando un buen lío.


–Lo sé.


Paula le dio un beso en el cuello, asaltó su boca durante unos segundos y, a continuación, le bajó las manos por los costados y le quitó los pantalones y los calzoncillos. Se sentía completamente liberada. Toda su atención estaba concentrada en el maravilloso cuerpo de Pedro y en el placer que sentía al tocarlo.


–¿Paula?


–¿Sí?


–Ya ha pasado la media hora.


Pedro no perdió el tiempo. La tumbó en el suelo, se puso sobre ella y la miró a los ojos, apoyado en los brazos.


Paula separó las piernas, encantada.


–¿Quieres que me lo tome con calma? –preguntó él.


–No –contestó.


–¿Estás segura? Porque te voy a hacer mía, y te voy a hacer lo que quiera.


–Pero tú también serás mío –replicó–. Para darme placer.


–Como quieras…


Pedro se apartó lo justo para desabrocharle el resto de los botones del vestido y quitárselo. Después, le desabrochó el sostén, lo dejó a un lado y le bajó poco a poco las braguitas, mientras admiraba su cuerpo desnudo. Era verdaderamente preciosa. Sus ojos verdes se habían clavado en él con tanta energía que la erección se le volvió casi dolorosa. Nunca había estado con una mujer tan hambrienta de sexo. Tan necesitada de placer.


Paula le acarició entonces el pecho y le lamió un pezón. 


Pedro se quedó sorprendido por la descarga eléctrica que sintió, mucho más fuerte de lo esperado. Luego, la apartó de él, cerró la boca sobre uno de sus senos y se lo empezó a succionar. Ahora era su turno. El turno de probarla, de devorarla, de tomarla –Oh, Paula… –dijo contra sus pechos.


Ella soltó un gemido y arqueó la cadera en un gesto que ya no era de invitación, sino de exigencia. Le estaba pidiendo que la penetrara. Y ni Pedro tenía fuerzas para negárselo ni, por otra parte, quería negárselo.


Tras prestar unos segundos más de atención a sus senos, le separó las piernas, inclinó la cabeza y empezó a lamer. Paula gritó. Él se aferró a sus caderas y siguió adelante, ayudándose con los dedos.


Pedro no tuvo piedad con sus caricias. Ardía en deseos de conocer sus secretos, de descifrar el oscuro enigma de aquella mujer tan increíblemente apasionada que ocultaba su verdadero carácter a los demás y se lo ofrecía a él, por algún motivo.


Paula se retorcía entre gemidos, incapaz de hacer nada salvo dejarse llevar. Pedro le regaló un orgasmo y, acto seguido, otro. Sin embargo, no era suficiente. Paula sentía un vacío que solo se podía llenar cuando él la penetrara, así que cerró las manos sobre su cintura y apretó el pubis contra él, para exigírselo.


–Será mejor que te pongas un preservativo –acertó a decir.


Pedro se puso de rodillas, alcanzó la cartera que llevaba en el bolsillo de los pantalones y sacó lo que buscaba. Paula aguardó, impaciente, pero no tuvo que esperar demasiado. 


Un momento después, se puso sobre ella, la miró a los ojos y entró en su cuerpo con una acometida que le arrancó un suspiro de alivio y satisfacción.


Encantada, se mordió el labio y rio con suavidad.


–No te pares –dijo él–. Adoro el sonido de tu risa.


Pedro se empezó a mover. Paula deseaba cerrar los ojos, pero los dejó abiertos porque no quería perderse nada y se sumó a su ritmo, sintiéndose más deseada, más querida y más libre que en toda su vida. Era una sensación maravillosa. Los movimientos de Pedro eran enérgicos y apasionados, pero también tiernos. Se entregaba a ella por completo y lograba que ella se entregara del mismo modo.


Fue una experiencia tan larga como satisfactoria. De vez en cuando, él cambiaba de posición o variaba el ritmo para darle más placer. Paula se sumaba entonces a su juego, empujada por sus instintos femeninos, y le arrancaba otro beso, una caricia, ansiando que perdiera el control y se dejara llevar.


Y juntos, ardieron de placer.


La mente de Paula se quedó en blanco durante el clímax, cuando tuvo la impresión de que el tiempo se había detenido. Quizás gimió, quizás gritó; pero ni siquiera se dio cuenta. Lo único que le importaba era aquel momento increíble que, al final, le dejó una sensación de felicidad y satisfacción completas.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario