sábado, 24 de diciembre de 2016
TE QUIERO: CAPITULO 36
Tres días después estaban de nuevo en Madrid. Pedro había insistido en que se fueran todas con él al Palace mientras buscaban un piso que les gustase en Madrid, pero su mujer pensó que sería más sencillo quedarse en su casa hasta que hicieran la mudanza definitiva.
Pedro se adaptó al oscuro y minúsculo piso sin aspavientos.
Paula se dijo que una de las cosas que más le agradaban de su nuevo marido era su sencillez; al contrario que mucha gente que ella conocía, no se daba aires por su éxito profesional y nada era demasiado poco para él. Además, a pesar de su tamaño, se había adaptado a su pequeña cama de maravilla y a Paula le encantaba dormirse todas las noches rodeada por esos fuertes brazos y despertar estrechamente abrazada a él.
Al ser agosto no tenía mucho trabajo, así que, acompañada por su hija, se dedicó a buscar piso con entusiasmo y no tardó mucho en encontrar uno amplio, luminoso y muy bien situado, que se adaptaba por completo a sus necesidades.
Como de costumbre, Pedro dejó todas las decisiones respecto a la decoración en sus manos; sin embargo, procuraba volver pronto del trabajo y la acompañaba a ver muebles, telas y cuadros y, a pesar de las agobiantes temperaturas, disfrutaron tanto como durante aquellos días en Nueva York.
Los fines de semana les gustaba relajarse en alguna de las pintorescas casas rurales que había en los alrededores de la capital, donde Sol disfrutaba con la Tata en la piscina mientras ellos se dedicaban a recuperar el tiempo que permanecían separados durante el resto de la semana.
Una de las primeras tardes que pasaban en Madrid tras su luna de miel, Candela se dejó caer por su antiguo piso.
—Te veo radiante —fue su saludo nada más verla.
Y era cierto. Paula estaba morena como una india auténtica, sus ojos brillaban con destellos dorados y una sonrisa de felicidad se había hecho fuerte en sus labios.
—La verdad es que no pensé que casarme con Pedro fuera a ser… fuera a ser… —Notó que se ponía roja como un tomate—. Vamos, que no pensé que sería tan interesante.
—Así que interesante, ¿eh?
La mirada de la pelirroja estaba cargada de malicia y a Paula se le escapó una risita tonta.
—Pues sí. Interesantísimo.
Su amiga se alegró por ella de corazón. Aunque desde que lo conoció Pedro le había parecido un buen hombre, se había sentido muy preocupada. Sospechaba que las cicatrices que Paula arrastraba tras su matrimonio con Álvaro eran mucho más profundas de lo que nunca le había confesado. Sabía de sobra lo sensible y leal que era su amiga y le había aterrado la posibilidad de que su nuevo matrimonio fuera también un fracaso.
Paula cambió de tema con brusquedad.
—¿Y qué me dices de ti?
—¿De mí? —La miró extrañada.
Su amiga se puso en jarras y de un soplido retiró un mechón de pelo oscuro que había resbalado sobre su frente.
—Sí, no disimules. Sé que algo ha pasado entre Lucas y tú.
—Ese… ese… —Los ojos de Candela brillaron, indignados, mientras se tiraba de los cortos mechones rojizos como si quisiera arrancárselos—. Además de todo, el Mataperros es un chismoso.
—Él no me ha contado nada. Lo adiviné. Cuando vino a dejar a Sol se le veía tan feliz… Imagínate a Lucas en plan parlanchín.
La pelirroja la miró con estupor.
—¿Parlanchín? ¿Feliz? —Sacudió la cabeza—. Entonces sería por otra cosa. Tuvimos una de las mayores discusiones que recuerdo y mira que nuestra relación no ha sido una balsa de aceite, precisamente.
Ahora fue el turno de Paula de mirarla sorprendida.
—¿Una discusión?
—Épica —precisó su amiga para que no hubiera dudas.
—Qué raro… y, ¿por qué fue la discusión? —Entonces fue Candela la que se puso del color de esa fruta tan común y las delicadas pecas esparcidas por el puente de su nariz, ligeramente respingona, resaltaron aún más—. ¡Caramba, Cande, creo que es la primera vez desde que te conozco que te pones colorada!
Un nuevo chorro de sangre inundó las, en general, pálidas mejillas de su amiga.
—Nada… Una… una tontería.
Sin la menor delicadeza, Paula la empujó sobre el sillón y se sentó a su lado con los ojos cargados de curiosidad.
—¡Cuéntame ahora mismo!
—Bueno, el muy… el muy… ¡Que va el tío y me da un beso en los morros el muy… el muy morreador!—El enojo hacía que le temblara la voz—. Eso sí, espero que la torta que se llevó a cambio le haya dejado la mejilla escocida al menos una semana.
—¡¿Te besó?! ¡¿Nuestro Lucas?! —Paula no daba crédito.
—¡Será tu Lucas! Ese… ese… ese acosador no es nada mío. Espero no tener que volver a verlo en una buena temporada —afirmó, furiosa.
Paula entrecerró los párpados y le lanzó una mirada astuta.
—Y… ¿te gustó?
Una nueva riada de sangre, seguida por un leve tartamudeo.
—Pues… pues… ¡por supuesto que no!
—Umm —se limitó a decir la otra, antes de añadir—: ¿Puedes contarme los detalles, por favor? Me muero de curiosidad.
Candela se encogió de hombros y respondió:
—No hay mucho que contar. Yo estaba con Marcos quien, todo hay que decirlo, se estaba poniendo un poco pesadito…
Paula asintió con cara de enterada.
—Ya me percaté de que había bebido más de la cuenta.
—Pues sí, pero nada que no hubiera podido controlar yo sola. Ya me conoces. —India asintió de nuevo; en más de una ocasión, había visto a su amiga deshacerse de algún moscón más insistente de lo habitual de un doloroso rodillazo en la ingle.
—Pero entonces llega él, con ese aire de durito perdonavidas, ya sabes, ¿no? —Candela se iba calentando más y más según hablaba—. Va y, sin decir una palabra, engancha a Marcos por el brazo y lo arrastra hasta su habitación. Luego me agarra a mí con cero delicadeza, me obliga a meterme en la mía, cierra la puerta a sus espaldas, se me queda mirando como si yo fuera una caca de perro que acabara de pisar en la calle y me suelta: «¿Alguna vez serás capaz de dejar escapar a un tío sin tratar de tirártelo?».
—¿Eso te dijo? —Paula abrió la boca, asombrada—. Creo que eres la única persona con la que Lucas se muestra así de maleducado. Está claro que sacas lo peor de él.
—Vaya, cuánto me alegra saberlo. Todavía tendré yo la culpa —replicó la pelirroja, sarcástica.
Su interlocutora alzó las manos en un gesto conciliador.
—Venga, no te enfades y sigue contando.
—Pues imagínate el cabreo que me cogí. Empecé a decirle de todo menos bonito y de repente… de repente…
Paula alzó las cejas, apremiante, animándola a continuar.
—¿De repente?
—Pues eso, que de repente se abalanza sobre mí como un neandertal peludo de esos y me da un morreo que ni te imaginas.
—La verdad es que no —Paula sacudió la cabeza—. ¿Te hizo daño? Es lo último que me esperaba de Lucas; siempre ha sido un hombre supertierno.
—¡Ja! ¡Supertierno, y un jamón! Un bestia, eso es lo que es. Un pedazo de animal, un salvaje, un… —Al parecer Candela se quedó sin apelativos, pues, de pronto, se quedó callada como si reviviera en su mente aquellos besos frenéticos y algo en su expresión le hizo saber a Paula que su amiga no estaba tan indignada como aparentaba.
—Vamos, que no te gustó —afirmó con los ojos clavados en ella.
—Pues… ¡pues claro que no!
—No me parece que lo digas muy convencida. —Las pupilas de Paula, muy atentas, no se perdían ni una de las fugaces emociones que pasaban por el expresivo rostro de la pelirroja.
Candela la miró con indignación.
—¿A ti te gustaría que un tío mucho más fuerte que tú te estrujara entre sus brazos y te besara hasta dejarte sin aire?
—Hombre, depende… —respondió con sinceridad, recordando algunos de los besos que le había dado su marido.
—La verdad es que me cogió por sorpresa, pero en cuanto me repuse —a Candela le vinieron a la cabeza aquellos largos minutos que había tardado en recuperar el juicio, pero sacudió aquel recuerdo inoportuno con un decidido movimiento de cabeza y continuó—, le aticé una bofetada de esas que hacen temblar hasta las muelas del juicio y me soltó.
—¿Y?
—¿Y qué? —De pronto, Candela parecía estar pensando en otra cosa.
Su amiga alzó los ojos al cielo, exasperada.
—Pues, hija, qué va a ser. Que cómo acabó la historia.
—Pues nada, él se marchó por fin de mi habitación y yo me acosté y me quedé dormida en el acto. Creo que yo también había bebido más de la cuenta. Sí, debió ser eso —murmuró para sí.
Su amiga no dijo nada; pero, por primera vez en años, aquello con lo que solo se había atrevido a soñar —que Lucas y Candela se dieran cuenta de una vez de lo que, en realidad, sentían el uno por el otro—, parecía más cercano.
En ese momento entró Sol, muy interesada en conocer la opinión de su madrina respecto al dibujo que acababa de hacer, así que Paula decidió que sería mejor dejarlo estar.
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