viernes, 16 de diciembre de 2016

TE QUIERO: CAPITULO 10






Dos horas más tarde, una mosca molesta hizo que Paula arrugara la nariz y siguiera durmiendo, pero el insecto insistió, así que, profundamente amodorrada, y aún con un pie dentro de aquel sueño tan agradable en el que ella volvía a ser de nuevo una niña feliz y sin preocupaciones, se frotó la nariz con la mano, en un intento de espantar a aquel bicho molesto que ahora insistía en soplarle en el rostro. Con un gruñido, se hizo un ovillo y trató de volver a dormirse, pero una voz grave que le hizo cosquillas en el oído la despertó por completo.


—¡Arriba, dormilona!


Abrió los párpados en el acto y miró a su alrededor, alarmada. De pronto, no tenía ni idea de dónde demonios se encontraba. Una mano, enorme y cálida, le apartó un mechón de pelo de la frente, y al reconocer al dueño de aquellos dedos, Paula se relajó de nuevo y le lanzó una sonrisa perezosa.


—No he oído el despertador —bostezó.


—Me parece a mí que cuando duermes no oyes absolutamente nada. He tenido que recurrir a todo mi repertorio de trucos sucios para conseguir despertarte.


Paula se incorporó un poco hasta quedar apoyada en el cabecero. Pedro estaba sentado a un lado del colchón y sus llamativos ojos claros la miraban de una manera que, si no hubiera estado tan atontada todavía, le habría resultado de lo más perturbadora.


—Seguiría durmiendo… —Se le cerraban los párpados al decirlo.


—Negativo. Si sigues durmiendo pasarás la noche en modo lechuza, así que lo mejor será que te levantes. ¿Te apetece dar un paseo? ¿Ir al cine? ¿A un musical? ¿Saludar a Miss Liberty?


Paula soltó un gruñido.


—¿Siempre te levantas tan activo? Lo pregunto por si me pego un tiro ahora o lo dejo para más tarde.


Pedro la miró sonriente y replicó:
—No he dormido. He aprovechado para hacer algunas llamadas. Y tú, ¿te levantas siempre tan gruñona?


La única respuesta que obtuvo fue un nuevo gruñido, antes de que ella se estirara sin disimulo y saltara, al fin, de la cama. Corrió al cuarto de baño y cuando salió de nuevo se la veía totalmente despejada.


—Si no te importa, Pedro, trabajaré un poco. Me gustaría hacerme una idea aproximada de lo que quieres para poder empezar cuanto antes. Una amiga mía tiene una tienda fantástica en el Soho y un gusto exquisito, así que he pensado que mañana iremos a verla.


Paula le hizo sacar los planos del piso y, metro en mano, fueron habitación por habitación, tomando decisiones. En realidad, era ella la que decidía dónde iría cada cosa; estaba claro que a Pedro Alfonso la decoración no era algo que le quitara el sueño, precisamente.


—Podrías darme algún dato más concreto, Pedro, no quiero meter la pata —se quejó Paula ante su enésimo encogimiento de hombros.


—Ya te lo he dicho, baby…


—¡No me llames baby!


—Perdona, Paula, baby, sé que me gustará cualquier cosa que tú elijas. Por eso te contraté.


Ella lo miró con expresión de desconcierto.


—Pero cuando me contrataste no tenías ni idea de cuáles eran mis gustos. ¿Cómo puedes encargarle semejante cosa a una desconocida? ¿Y si luego no le gusta a tu novia?


Pedro descartó sus dudas con un ademán.


—Lucas me había hablado un poco de ti. Según él, si no hubieras decidido vivir una vida más tranquila serías la it girl del momento; añadió que eras de las que te atabas un lazo al pulgar y establecías una tendencia. Yo entonces no tenía la menor idea de qué diablos significaba aquello, claro está, pero me lo explicó en profundidad y, en cuanto te vi, supe que no se equivocaba. Te diré,Paula Chaves del Diego y Caballero de Alcántara, que tienes algo…


Al notar que empezaba a ponerse roja, Paula lo interrumpió y cambió de tema con firmeza.


—Bueno, déjalo ya. Esta habitación sería perfecta para un bebé. Amplia, luminosa… ahí pondría la cuna y, justo ahí, el cambiador; empapelaría las paredes… —De pronto, hasta el enorme oso de peluche que había decidido que colocaría en un rincón le guiñó un ojo en su mente, y aquello la hizo salir con brusquedad de su ensoñación. Sus mejillas se sonrojaron de nuevo y tartamudeó—: Perdona… a… a veces la imaginación me arrastra sin control; es que me vuelven loca los bebés, así que imaginé… pensé… —Dejó las explicaciones y preguntó de sopetón—: Porque tú quieres tener hijos, ¿no?


Los ojos azules tenían una expresión tierna al contestar:
—Claro que me gustaría tener hijos, pero creo que la habitación habría que decorarla más adelante, no quiero asustar a mi futura esposa.


A Paula, no sabía por qué, aquella conversación le estaba resultando un tanto perturbadora.


—Por supuesto, tienes toda la razón. Dejaremos este cuarto vacío y que tu mujer decida qué quiere poner en él.


Pero Pedro no perdió la ocasión de investigar un poco más.


—Si tanto te gustan los niños, ¿por qué no tuviste más? ¿Algún problema físico?


Ella se acercó a la amplia ventana que daba al parque y contestó sin mirarlo mientras Pedro aprovechaba la oportunidad de estudiar su bonito perfil con detenimiento.


—Álvaro no quería tener más hijos. Yo insistí durante una temporada, pero luego lo dejé estar. Ahora me alegro de que las cosas ocurrieran así. Al fin y al cabo, tengo a Sol, que es una niña maravillosa.


A él no se le escapó el ligero matiz de anhelo en sus palabras y comentó:
—Eres muy joven aún, todavía podrías casarte y tener unos cuantos…


—¡Nunca volveré a casarme! ¡Jamás! —lo interrumpió con rudeza. Avergonzada por su pérdida de control, Paula esquivó una vez más la mirada de aquellas pupilas penetrantes y cambió de tema—. Creo que ya hemos terminado por hoy. Caramba, creo que vuelvo a tener hambre.


Pedro Alfonso la siguió fuera de la habitación con gesto pensativo.


El americano se ofreció a preparar algo de cena y ella aceptó, gustosa. La nevera estaba llena de provisiones; en aquel edificio lo único que tenías que hacer era llamar y pagar para conseguir cualquier tipo de servicio y, para un hombre soltero y demasiado ocupado como Pedro Alfonso, aquello era una de sus mayores ventajas.


Disfrutaron de la cena, sencilla, pero deliciosa, envueltos en una agradable conversación que Paula tuvo que interrumpir en un par de ocasiones para echarle una reprimenda —primero desbarató un intento de sonarse con la servilleta, luego se vio obligada a recordarle que no había que hacer ruido al beber y, por enésima vez, le amenazó con las torturas del infierno si volvía a hablar con la boca llena—; pero, salvo por aquellos pequeños incidentes, la compañía de aquel afable gigante le resultó tan amigable como de costumbre. Sin embargo, cuando ya casi habían acabado de recoger la cocina, Pedro Alfonso percibió como, una vez más, una sombra de melancolía empañaba aquellos ojos de
caramelo líquido.


—¿Echas de menos a tu hija?


A Paula le sorprendió su perspicacia y contestó sin poder evitar que le temblaran un poco los labios.


—Hablé con ella esta mañana, pero es la primera vez que nos separamos desde que Álvaro murió y la echo mucho de menos —confesó con una sonrisa trémula y parpadeando con rapidez, para evitar que sus ojos se desbordaran—. Incluso echo de menos a la Tata.


Pedro se acercó a ella en dos zancadas y la envolvió en un abrazo de oso.


—Tranquila, baby.


Paula sabía que debería protestar, pero se sentía tan a gusto con la cabeza apoyada sobre ese pecho sólido, escuchando el rítmico latido de su corazón, mientras sus dedos grandes y cálidos, le acariciaban la nuca con delicadeza, que permaneció acurrucada un rato, saboreando la sensación de
seguridad que le proporcionaban aquellos brazos tan fuertes.


Por fin, alzó la cabeza y le dirigió una sonrisa cargada de dulzura.


—¿Sabes, Pedro?, a pesar de ser mi jefe, te has convertido también en un buen amigo. Debo admitir que tus abrazos me resultan tan consoladores como los de Lucas. Ahora me encuentro mucho mejor. Buenas noches.


Se puso de puntillas y posó sus labios sobre la áspera mejilla masculina antes de dirigirse hacia su dormitorio. Pedro permaneció inmóvil en el mismo sitio, con las pupilas clavadas en la puerta por la que ella acababa de desaparecer, y si Paula hubiera visto el brillo de deseo salvaje que en aquellos instantes afloraba, sin tapujos, en sus impactantes iris azules, habría salido corriendo.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario