domingo, 4 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 2




Salgo de mi coche, y entre malabares logro no derramar el late que compré de camino al local que tenemos con mi amiga Samantha. En realidad, ella es la dueña, pero desde que comenzamos a trabajar juntas, Ricardo me entregó una significativa cantidad de dinero, para contribuir a mejorar el aspecto de la tienda de pasteles.


Es temprano, poco más de las 8 y las puertas aún permanecen cerradas. Dejo las llaves en el mostrador y enciendo las luces del salón. De camino a la cocina me encuentro con Lucy, una de nuestras mejores empleadas. 


Ella lleva tanto tiempo como yo en el negocio, y es la artista de la manga pastelera, sus pasteles de bodas son bellos y vanguardistas, no hay dos iguales… lo más cómico de Lucy, es que su aspecto físico refleja su arte, cabello verde, piercing en la nariz, y vestimenta un tanto “ oscura”. No es que nuestros pasteles sean dark, ¡no que va! Son blancos y delicados, con algún característico toque de color que ella
otorga con elegancia y buen gusto.


Llego a la cocina y veo que mi amiga y socia no ha llegado aún. Doy un trago a mi late y enciendo el horno. Busco en el perchero mi delantal turquesa con lunares blancos y me lo coloco, luego mi cofia a tono y me dispongo a cargar el robot amasador para preparar la masa de galletas.


El sonido de mi celular se hace oír en el letargo silencio de la mañana.


—Diga —respondo.


—Soy yo niña… ¿ya estás en la pastelería?


Es mi amiga Samantha.


—¡Sí jefa, aquí estoy!


Ríe ante mi respuesta.


—Cariño, es que se me ha hecho tarde y no llegaré hasta dentro de una hora. ¿ Crees poder sola con la apertura?


—Claro amiga, tu tranquila que yo me encargo… pero antes dime ¿ tú estás sola? —pregunto socarrona al escuchar sonidos de risitas de fondo y al saber perfectamente que mi amiga es soltera y vive sola.


Silencio.


—Sí. Claro que sí, sola… ¡solísima! —reafirma.


—Bien, te veo en una hora entonces.


Cuelgo y pongo manos a la masa. Literalmente con las manos en la masa de galletas, fue como me encontró mi esposo cuando entró en el salón 45 minutos después.


Apenas ingresó sentí lo mismo que causaba en mí cada vez que lo veía.


Sentí un cosquilleo interior sumado a una especie de orgullo y esa tonta sonrisa que decía “ ¡él es mío!”


Siempre se mantuvo en línea, su cuerpo ejercitado no marcaba el desgaste que viví yo a lo largo de estos diez años. Sé que soy bonita, y no estoy taaan mal. Pero mis doce kilos de más empañan mi belleza y mi promesa de dieta « que comienza todos los lunes y obviamente finaliza los martes» no ayuda; son esos endemoniados kilos, los que dificultan la compra de ropa de moda y provocan que el botón de mi jean quede incrustado en la piel de mi abdomen, al punto de parecer un tatuaje.


Ricardo ingresó con sus lentes de sol colgados al cuello de su camisa, de la cual mantenía estratégicamente dos botones desprendidos. Con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y su mirada fija en la nada, caminó con aire de importante, hasta frenar justo frente a donde me encontraba.


Algo pasaba… podía sentir esa energía, solo que… no sé qué. Es esa cara como cuando tus padres te quieren decir que tu abuelito murió o cuando el profesor te comunica que perdiste el examen por tan solo un punto. Era una mirada con una mezcla de compasión y culpa.


Besó súbitamente mis labios y me obsequió una minúscula sonrisa.


Entregué el late al cliente que esperaba impacientemente a un lado y luego sequé mis manos en el delantal.


—Hola –saludó mi bello esposo. —¿ Qué haces tú aquí a esta hora? —comenté sonriendo –pues mira que no damos muestras gratis.


El apenas sonrió por mi comentario, luego tomó una pequeña servilleta y comenzó a juguetear con ella. Se encontraba extraño, muy extraño, más extraño que nunca ¡y eso sí que era extraño!


—Pau


—Dime amor —respondí con una amplia sonrisa.


—¡Quiero el divorcio! —soltó al pasar.


—¿ Qué, que, cuá? —grité.


—Shhh… —intentó calmarme.


—¿Divorcio? —pregunté a los gritos. Es que debía confirmar lo que mis oídos habían escuchado. Y cuando digo ¡gritos!, es que mi alarido se debe de haber escuchado hasta en el Vaticano, y seguramente el papa Francisco derramó el café por esa causa. Se hizo un profundo silencio en el salón comedor y las palomas de la plaza de enfrente salieron volando despavoridas.


—¿ Divorcio? —repetí.


Ricardo se pasó las manos por el pelo incómodo por la situación y avergonzado por el papelón que estaba armando la “gordita” de su mujer… « Como le gusta llamarme frente a todos»


“ ¡Gordita tu madre, hijo de puta!”


Al comienzo fue un llantito suave y a medida que pasaban los segundos cada vez se hacía más sonoro, acompañado por una serie de espasmos, quejidos y lamentos.


—Pero… ¿ y mi sueño? —Ricardo se limitaba a mirarme en silencio.


—Ya no lo hay –respondió cruelmente.


—¿ Y mis cuatro hijos?… ¿ y mi perro Bobby?


—Tampoco.


—¿ Y la casa a dos aguas con camino de piedras, flores y un estanque con carpas de colores?


—Pau, ¿ podríamos seguir discutiéndolo en casa por favor? ... no me gusta tener “ público” querida.


—¿ En casa?...¿ querida? —Repetí más para mí que para él –yo ya no tengo casa Ricardo Dalmao. Y mucho menos soy tu querida. Rompiste mis sueños y tiraste a la basura nuestra vida.


—Siempre te quise Pau, y tú lo sabes… eres mi gordita adorada, pero es que… —se interrumpió de golpe y negó con su cabeza.


—Pero es que… ¿ hay alguien más? —complete la frase.


—Sí —. Respondió para mi asombro.


Porque si bien fui yo la que pregunté si había alguien más, jamás, pero jamás pensé que la respuesta fuera un maldito y puto “ si” el puño cerrado de Paula en la nariz de Ricardo y luego un fino hilo de sangre derramarse desde ésta, hasta caer sobre el mesón donde se encontraba un perfecto y delicioso cheese cake de frutos rojos ¡qué loco! ¿ Verdad?


¿Me creerían si les digo que lo que más me dolió del golpe que le di a Ricardo, fue haber estropeado con su sangre, un delicioso pastel?


« Pobre pastel»


—Fuera de mi tienda… ¡ya! —ordené.


Ricardo insultaba entre dientes mientras colocaba dos servilletas rosadas con pequeños cupcakes de colores en sus fosas nasales.


—¿Tu tienda? —insinuó con desdén.


—Sí. Mi tienda —respondí altanera, mientras elevaba mi mentón y cuadraba mis hombros. Como dice mi hermana mayor… “ si hay miserias que no se note”


Por desgracia lo peor estaba por llegar. Porque creo que de todo lo que sucedió… esta fue la parte de la traición que más dolió.


Mi amiga y socia Samantha entró en ese momento. ¡Qué alivio! « pensé» alguien de mi lado. Un jugador de MI equipo.
« Weeewooo» fue el sonido de sirena que surgió en mi cabeza cuando ella caminó hasta nosotros y apoyo su brazo en el de mi esposo.


—Pau, amiga… cuanto lo siento. Te juro que jamás pensé que algo así podría pasarnos a nosotras.


Tres palabras siguieron repitiéndose una y otra vez en mi cabeza como si fuera un eco.


“ Jamás”


“ Pasarnos”


“ ¡Nosotros!”


¡Los mato!


Mi amiga y esposo intercambiaron una silenciosa y cómplice mirada. Algo no estaba bien. Pero no puede ser lo que estoy pensando… eso no ¿ verdad?


—Samantha yo aún no… —comenzó a tartamudear Ricardo.


—¿ No se lo dijiste Ricardo? ¿ y ese golpe que tienes en la nariz que significa? —chilló mi amiga.


—Ejem… —se aclaró la garganta el hombre que tomo mi corazón y lo introdujo en una licuadora —Pau, nosotros estamos enamorados.


—¡No puede ser! —solté con una risita, de esas que preceden a un ataque de histeria, mientras mis ojos observaban a uno y luego al otro.


Pero sí lo era.


Era eso que mi mente se negaba a creer.


Ellos se fueron juntos de la tienda y de un momento a otro me encontré con que no tenía esposo, casa, mejor amiga ni trabajo.


Y fue en ese momento que me dije… estás sola Paula, jodida y sola.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario